¿Es política la reyerta permanente?

Quienes vivimos la dictadura completa, que duró cuarenta años, envidiábamos a las naciones vertebradas con la democracia de partidos, aunque no era la clase de democracia —la directa— que tantos soñábamos. Imaginábamos los debates, la dialéctica parlamentaria, el contraste de ideas, el diálogo.

En 1978 llegó a España eso que llamaron democracia, y el mundo muy pronto se nos vino abajo. Y se nos vino abajo, primero porque la Transición se estaba haciendo en falso: redactaban franquistas una Constitución sin ningún representante del pueblo. Las constituciones implican el pacto social entre las clases de la nación. Sin embargo, era imposible que notables del régimen anterior y jueces educados en el catolicismo y en las anomalías ideológicas de la dictadura, un día se acostasen franquistas y se levantasen demócratas al siguiente.

Enseguida se vio la hábil maniobra de quienes habían puesto en marcha el tránsito del régimen al presente entonces: la inclusión en la Constitución de la monarquía y del monarca preparado cuidadosamente por Franco. Pero pronto se reveló su verdadera condición y catadura. Quien estaba llamado a ser el primer ciudadano modelo de la nueva democracia, quien debía ser ejemplo de nobleza real, no tardó en mostrar —despreocupada y cínicamente— un comportamiento indecoroso; comportamiento que terminó siendo incluso delictivo, aunque impune por la inviolabilidad penal de su persona. Una conducta más propia de un reyezuelo absolutista que de un modelo de prudencia y de nobleza para la arriesgada singladura de España en el siglo XXI.

Poco después, en el escenario público de la política en acción, llega el quinquenio del pillaje: el vaciado literal de las arcas públicas a cargo de políticos del partido tenido por conservador, aunque eran franquistas fácilmente infiltrados. Nos dejó la sensación —que dura hasta hoy— de vivir en lo que entonces se llamaba "república bananera".

Sensación que, a medida que pasa el tiempo, no hace más que empeorar. Pues el espectáculo que, una y otra vez, día tras día, año tras año, se da en el Congreso desde el primer minuto, no es el que se espera de la representación política.

Desde 1980, las escenas de áspera confrontación, sin estar presente el diálogo parlamentario propiamente dicho, son la norma. Hasta ayer siempre ha sido así. Y actualmente no digo que se recrudezcan: es que están llegando al nivel de la pelea callejera. ¿Es así la política? ¿Dirigir toda clase de insultos a los presidentes del Gobierno del partido adversario, una y otra vez, día tras día, año tras año, apoyándose en mentiras, en artificios y en maniobras de tramposos de la oposición, es política?

¿Plantear las sesiones parlamentarias —una y otra vez, día tras día, año tras año, y van ya cuatro decenios— imposibles de todo acuerdo, de algo que pueda llamarse diálogo, es política?

¿Dedicarse profesional y exclusivamente la oposición a provocar, con insultos y ofensas personales, cuando no gobierna, a los presidentes del Gobierno y su familia, generando trifulcas escandalosas un día tras otro, un año tras otro, desde la Transición, puede llamarse política?

Una Transición, por cierto, llevada a cabo de una manera absolutamente tramposa por los que eran los sucesores de Franco, herederos a su vez de los vencedores de la guerra civil —a su vez predecesores de los actuales, del mismo partido que, una vez y otra, un día tras otro, un año tras otro, sólo prueba su ansia patológica por el poder, sin voluntad alguna de diálogo— ¿es política?

Cuando la política, hasta que se rompe el molde, es una actividad meritoria que evita las guerras, que facilita la relación entre los pueblos y las naciones, entre ideologías contrapuestas, con el fin de realizar la justicia social, de lograr un clima de paz duradera y de concordia entre mentalidades alejadas entre sí… lo que la derecha y la ultraderecha españolas, en su papel actual de oposición, pero también desde que arrancó este sombrío régimen hasta hoy, visiblemente no quieren: la médula espinal del fascismo embotellado.

En estas condiciones, ¿se puede considerar, sin engañarnos, que, desde la Transición hasta hoy es política lo que se ventila en el Parlamento español?



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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