Al parecer, como decía Einstein es más fácil desintegrar el átomo que un prejuicio-dogma. Con relación al programa teórico marxista, no queda duda de su importante contribución a las luchas históricas por el socialismo, pero como un programa de investigación-acción crítico, abierto a modificaciones, para asegurar su viabilidad histórica. Pero el programa teórico marxista no es ni será una ortodoxia ni un dogma sin condenarse a perecer. Ya Marx decía que el no era marxista, utilizando un método dialéctico que pone a temblar a quienes fetichizan las supuestas leyes de la dialéctica. En un mundo socio-histórico donde el vocabulario de las leyes necesarias ha dado paso, a un vocabulario donde aparecen tendencias y contra-tendencias, donde aparecen escenarios, coyunturas abiertas y la cada vez mas significativa agencia colectiva, mantener dogmas es un callejón sin salida…ni de emergencia.
Pero por otra parte, es necesario preguntarle directamente a Chávez, al ciudadano Presidente Chávez, si el asumirá que no es Chavista, y que la revolución bolivariana no tiene nada que ver con el culto al personalismo/cesarismo. Allí radica otro dogmatismo distinto a la ortodoxia marxista-leninista, que remite a un pensamiento crítico sobre el cesarismo en cuestiones de socialismo. Algunos intelectuales, como Haiman el Troudi, sintomáticamente, han hablado de un “Chavismo sin Socialismo”. Esta crítica es necesaria para identificar a la derecha capitalista dentro del proceso revolucionario, pero es insuficiente al dejar un componente de la ecuación fuera de la mirada crítica. ¿Es posible el socialismo sin chavismo? ¿Qué es el chavismo? ¿Es acaso una reiteración de una invariante de la razón populista y del momento del lider (Laclau)?¿Esta atado el chavismo al ciclo vital del líder, como ocurrió con el varguismo, el peronismo, el gaitanismo, el velazquismo, el allendismo, el fidelismo, el torrijismo, etc? Estas preguntas, considero, no pueden ser pasadas por debajo de la mesa de discusión del nuevo socialismo en Venezuela.
Será inevitable discutirlas hoy y mañana, reconociendo la centralidad histórico del liderazgo de Chávez, plantear que el cesarismo/personalismo es una debilidad y no una fortaleza revolucionaria, que el nuevo socialismo del siglo XXI, como programa estratégico, es en definitiva una ruptura del momento cesarista de la revolución bolivariana; es decir, con el chavismo, en tanto que cesarismo progresivo. ¿Puede coexistir el pensamiento crítico con el cesarismo, por ejemplo, en el seno del PSUV? O en palabras más sencillas: ¿es posible que Chávez sea falible, que cometa errores, y que existan voces críticas que se diferencien de sus posiciones sin ser etiquetadas inmediatamente como contrarrevolucionarias o agentes de la CIA?
Este no es un pequeño problema, más aún cuando, como lo señaló insistentemente Carlos Matus, el líder político puede estar en una jaula de cristal, rodeado de sensores que niegan señales fundamentales e informaciones disonantes del devenir e impacto de las políticas públicas. Allí hay un gran problema, y si el Presidente Chávez ha profundizado en los planteamientos de Matus debe reconocerlo, para sortear los anillos de adulancia (que auto-reproducen así sus privilegios como red de poder), para mantener la vigencia del pensamiento crítico y el impulso revolucionario. Chávez es el líder, pero puede ser preso de su liderazgo exclusivo. Este es el problema.
No basta que Chávez recuerde constantemente el consejo de Fidel, quién vive en carne propia el tema de la transición post-fidelista, sobre la necesidad de fortalecer una dirección colectiva, una estructura organizativa, a través de un partido revolucionario. Un partido es una maquina de lucha, no un fin en si mismo. Por esta razón, tampoco un partido que presente señales de burocratización temprana, que calque y copie los métodos estalinistas de organización de cuadros revolucionarios, sería la solución. Como vemos, el líder no basta y el partido tampoco. Qué queda?
Así que estamos en una encrucijada decisiva en la revolución bolivariana, que pasa por la construcción del ideario político y el programa de acción del nuevo socialismo del siglo XXI. Nadie puede saltar al vacío político-ideológico sin paracaídas. De esto, saben mucho Chávez y Baduel. Se requiere de un programa de transición, debidamente consistente, al nuevo socialismo del siglo XXI, que acierte en el desplazamiento-neutralización de cualquier expresión de “culto a la personalidad”, cuando aparezca en las filas de la revolución. El refugio en el cesarismo puede debilitar la conformación indispensable del poder popular organizado. Y allí sigue estando el centro de la discusión de fondo: el poder popular organizado.
El eje central de las revoluciones socialistas a lo largo y ancho del mundo es hacer realidad el protagonismo real del poder popular organizado, de las multitudes diversas, en una democracia absoluta (como diría Negri), mas allá del cesarismo y mas allá de la forma/ partido leninista. Este reto implica una ruptura con el paradigma de control político y de ejercicio del poder de la razón burocrático-instrumental, lo que lleva a una superación histórica de la división entre poder constituyente y poder constituido, entre gobernantes y gobernados. Este es un proceso histórico, nadie lo duda, pero deben anticiparse los posibles escenarios políticos, porque si algo dejo en claro el estudio de los procesos revolucionarios a lo largo de la historia, es que sus enemigos están calibrando constantemente las tensiones que giran alrededor de las “elites revolucionarias”. La eliminación de las vanguardias revolucionarias es la tarea fundamental de la contrarrevolución. Pero, lo que no han podido controlar los enemigos de las revoluciones es la presencia de un pueblo formado políticamente como vanguardia colectiva, organizado, movilizado y capaz de luchar por objetivos y proyectos estratégicos. Este es el quid del asunto.
Como decía Simón Rodríguez, lo fundamental es que el pueblo aprenda a gobernarse, no que se acostumbre, a que lo gobiernen. Es el auto-gobierno popular el horizonte de la socialización del poder, no el hetero-gobierno. De allí la importancia de la democracia de consejos como prefiguración de una nueva política socialista, que comience por la toparquía, por el poder de los espacios locales, de los consejos comunales, pero que pase a otros espacios de poder, mas allá de la Estadolatría y de la sociedad civil burguesa. Cuando la vanguardia se confunde con la retaguardia, cuando la retaguardia puede cumplir tareas de vanguardia, cuando el pueblo adquiere densidad organizativa que le permite asumir cualquier iniciativa constituyente, cualquier acontecimiento revolucionario, en ese momento, no hay fórmula de contra-insurgencia que valga.
Por esta razón hay que asumir con pensamiento crítico el fenómeno cesarista. ¿Que es Cesarismo? El cesarismo es la delegación de la gran política en una personalidad histórica que concentra sobre sí, la capacidad de arbitraje en el conflicto de intereses entre grupos, sectores y clases. Para Gramsci, hay dos modalidades de cesarismo, uno progresivo y uno regresivo, dependiendo de su participación en la dialéctica entre revolución y restauración. Sin embargo, una crítica al Chavismo como cesarismo implica no un cuestionamiento a Chávez como líder de la revolución, sino a la proyección ideológica y social sobre su presunta omnipotencia e infalibilidad, para conducir el proceso revolucionario. Chávez no es un dios, es humano, demasiado humano. Deificar a Chávez es una actitud de regresión ideológico-política que impide el salto indispensable en la conciencia socialista de las multitudes. Sin la presencia y voz de Chávez, ¿cuál es el destino de la revolución bolivariana y del PSUV?
Reconozco que este tema puede convertirse en una tema-tabú, dadas las proyecciones totémicas sobre el liderazgo político e histórico de Chávez, que repito, nadie pone en duda. Pero, una revolución socialista no depende exclusivamente de la encarnación del proyecto en el personalismo político, depende de la asunción progresiva del poder de decisión y de la educación política en cada vez mas protagónico poder popular organizado, del sujeto nacional-popular contra-hegemónico. Es cada vez más indispensable reconocer el alcance histórico y las potenciales limitaciones del liderazgo exclusivo de Chávez, pero a la vez es cada vez más urgente reconocer que conformarse con la pasividad política de la iniciativa del poder constituyente es una peligrosa debilidad.
El debate sobre la reelección continua, por ejemplo, es solo un pequeño epifenómeno de este problema, que pone al descubierto que sin la presencia de Chávez en la conducción del estado no hay consolidación de la revolución bolivariana. Chávez también podría decir, ¡he arado en el mar!
Tal vez, lo fundamental es evitar que la conexión popular de Chávez y el pueblo, se convierta en un fenómeno cesarista regresivo, y que del actual cesarismo progresivo sea posible construir una democracia socialista, una democracia que a decir de Gramsci, combata la civilización capitalista y cualquier modalidad de Estadolatría. Para esto se requiere una transformación de las capacidades de educación política a mediano plazo en el seno de los movimientos sociales comprometidos con un proyecto de transformación, en el PSUV, que debe asumir como tarea estratégica los asuntos ideológico-programáticos, la reforma intelectual y moral y la construcción del intelectual colectivo como orden del día del proceso revolucionario. Si la democracia socialista quiere avanzar como proyecto de radicalización democrática, debe asumirse como un hecho de masas, y no como un decreto administrativo. Las revoluciones no se decretan ni se soportan sobre estructuras legales, se hacen molecularmente en los agenciamientos de multitudes.