No existe mayor institución ideologizante en la sociedad de clases que esa minoritaria clase social llamada Burguesía, dueña de los bancos, fábricas, maquinarias, instrumentos, tierras, industrias y materias primas, que vive a costa de la explotación de los productores directos, a los que ha convertido en sus obreros asalariados; y que desde esa posición, acumula las riquezas (capital) que posteriormente reinvierte para perpetuar dominio. Reducida en su número de miembros, pero gigantesca en influencia, la Burguesía, como propietaria de los medios de producción, contrata, controla, moldea y “educa” a los sujetos de las otras capas de la sociedad que se ven forzadas a trabajar bajo su yugo para poder subsistir. Optan entonces, tanto el proletariado como la capa media, por la obtención de un salario bajo la jefatura empresarial; a no ser que emprendan la aventura del trabajo independiente, lo cual implica enfrentar las penurias de una legalidad burguesa que les niega las más elementales compensaciones laborales de jubilación, pensiones y otras dádivas.
Mientras que en idéntico papel de asalariados, obreros y profesionales, consagran los mejores años de su vida al trabajo dependiente, en 20, 25, 30 ó más años de jornada de ocho horas, más tiempo extra, con la aspiración de conquistar una modesta jubilación que les asegure un final de vida medianamente digno; el empresario, sin trabajar la jornada, tiene garantizado hasta su muerte un nivel socioeconómico de vida altamente privilegiado, no porque goce de un fondo de pensión, jubilación, o migaja semejante, sino porque continuamente chupa la sangre de sus trabajadores durante toda una vida. Y así sucesivamente sus herederos chuparan en el futuro la sangre de los hijos de los explotados de hoy. Allí radica la historia de la familia burguesa y la familia proletaria. Tan infrahumana e injusta realidad, es en el Capitalismo, socialmente amparada y “legalmente” sostenida, tanto por opresores como por no pocos oprimidos.
Hablando de oprimidos, no deja de consternarnos, a los anticapitalistas, hallar en las entrañas de la clase obrera más precaria, a fervientes partidarios de la Dictadura de la Burguesía, es decir, devotos de sus propios verdugos, Verdaderos ciegos mentales ante la posibilidad de otra forma de vivir que no sea bajo el yugo “natural” de sus patronos, solo porque les han inculcado que la empresa no puede marchar sin el gobierno del personaje empresarial, de esos que estudiaron más y que, en definitiva, han invertido el sacrosanto “Capital”. Todas estas equívocas creencias subsisten por obra del Capitalismo, que se caracteriza por trascender lo meramente económico, e imponer una forma de pensar y razonar en los hombres que desdibuja su sentido de pertenencia a una clase social y su papel en la realidad. Siempre el Capital ha promovido una cultura, una religión y una legislación al total servicio de su reino. Sin duda se domina más por la ignorancia que por la fuerza. En esta “torcida realidad” donde el Capital lo vale todo y el trabajo no vale nada, los burgueses inyectan su capital y se apropian de prácticamente todo lo producido, es así como vemos peculiares ironías, por ejemplo, empresas de construcción, donde obreros que laboran toda su existencia realizando viviendas, al retirarse no tienen siquiera una casa propia. ¿A dónde va la riqueza producida por los trabajadores? Simplemente, a las manos del empresario. Y el salario obrero no es más que la limosna para mantener con vida quien por años será explotado.
Tan crudo panorama nos conduce a una pertinente reflexión, del gran filósofo Engels sobre el proletario y el esclavo, y al contraste de las desdichas de ambos sujetos en la historia:
“El esclavo está vendido de una vez y para siempre, en cambio, el proletario tiene que venderse él mismo cada día y cada hora. Todo esclavo individual, propiedad de un señor determinado, tiene ya asegurada su existencia por miserable que sea, por interés de éste. En cambio el proletario individual es, valga la expresión, propiedad de toda la clase de la burguesía. Su trabajo no se compra más que cuando alguien lo necesita, por cuya razón no tiene la existencia asegurada. Esta existencia está asegurada únicamente a toda la clase de los proletarios (…)”
De lo anterior se desprende que el proletariado mal puede aspirar su libertad mediante la humanización del Capitalismo, o por la vía de pequeñas reformas que procuren la misericordia de la Burguesía, sino que por el contrario, tiene la urgencia histórica de desmontar el monopolio burgués de los medios de producción y someterlos a la propiedad social, es decir, en poder de quienes efectivamente los operan. Solo así, ya no habrá ni opresores ni oprimidos, tan solo una clase social, la de los que trabajan. Contra las hambrientas plagas del Capitalismo, es tiempo de un Estado Socialista.