Me he motivado a escribir estas líneas, como una forma de rendir un humilde tributo a mi padre y a otras personas que, como él, fueron anónimos héroes del pueblo, en la gloriosa jornada del 23 de enero de 1958.
Siempre recuerdo cómo mi padre nos narraba, a mí y mis hermanos, con evidente emoción cada 23 de enero, las vicisitudes por la que pasaron, los militantes del Partido Comunista de Venezuela, en los días previos al levantamiento popular.
En esos días, nos contaba, se había salvado en la rayita, de que lo encarcelaran, porque al detenerlo una patrulla de la Policía Militar, frente al Liceo Fermín Toro, cuando distribuían volantes con llamados al paro general, logró milagrosamente deshacerse de ellas a través de una rendija de la “jaula” en dónde lo montaron. Luego, al revisarlo y no conseguirle nada comprometedor, lo soltaron junto a otros estudiantes y obreros, en la avenida Sucre.
En una casa de San Agustín del Norte, el Partido Comunista instaló una fábrica clandestina de bombas, allí la línea de producción la comandaba el ingeniero químico coriano José “Chente” Acosta. Allí trabajaban noche y día, manipulando explosivos caseros, altamente peligrosos, entre otros: Federico Montenegro, Argelia Laya, la queridísima y recordada “Negra”, que luego se haría famosa por su combatividad. También estaban algunos militantes adecos, como Nela Carmona y Carlos Serra. Eran otros tiempos, AD se hacía llamar “el partido del pueblo” y sus dirigentes ocultaban sus verdaderos propósitos a la mayoría de sus seguidores, pero en fin, esa es otra historia.
Manuel Pérez Rodríguez “Perecito”, Mercedes “Chela” Vargas, Aurora Martínez, joven estudiante que cayó herida gravemente el 23 de enero, el poeta León Levy, fueron activos militantes que en distintos puntos de la ciudad tenían en jaque a los miembros de la Seguridad Nacional y de la Policía Militar, que realizaban razzias en los barrios, tratando de dispersar las protestas que fueron ganando terreno en los días previos al 23.
En un sector de la cota 905, grupos de obreros y estudiantes, junto a habitantes de la zona, quitaron las alcantarillas y emboscaron a una patrulla de la Policía Militar, hubo intercambio de disparos y heridos; los jóvenes subían hacia la parte alta del barrio y allí los vecinos les proporcionaban ropas para cambiar de apariencia y así burlar a los soldados. Luego volvían a salir por otro sitio distante, bombas y piedras en mano, para enfrentar a los soldados.
Todos los 23 de enero, desde que tuve memoria, mi padre solía destapar una botella de licor, y así fuera sólo, brindaba por sus recuerdos de esa jornada, y nos decía con mucho dolor que Betancourt, Villalba y los otros seudo-líderes de la democracia puntofijista, traicionaron el espíritu popular de ese levantamiento.
La militancia, la dirigencia y los simpatizantes del PCV, tuvieron una destacadísima participación en la organización, planificación y ejecución de las acciones para derribar la dictadura. Hoy, muchos de aquéllos han fallecido, pero las banderas que un día enarbolaron por los deseos de redención del pueblo, están intactas y en buenas manos.
No puedo evitar un sentimiento de emoción, y por eso quiero rendir un sentido homenaje a los miembros del PCV que constituyeron el muro que enfrentó la dura represión en esa gloriosa jornada: Alonso Ojeda Olaechea, Alcides Rodríguez, Jesús Farías, Pedro Ortega Díaz, José Rafael Nuñez Tenorio, Argelia Laya, Federico Montenegro, Enrique Vásquez Fermín, Ramón Daniel Medina, León Levy, José “Chente” Acosta, Hugo Fernández Oviol, Feijoo Colomine Solarte, José Ángel Porteacero, Carmen Conzoño, todos ya fallecidos; y también a Mercedes “Chela” Vargas, Manuel Pérez Rodríguez “Perecito”, José Manuel Catarí; además de otros valientes camaradas que desde el exilio o de la cárcel también contribuyeron al éxito de las acciones: Ernesto Silva Tellería, Gustavo Machado, Eduardo Machado, Trino Márquez, Rafael Thielen, Omar Hurtado y muchísimos otros que escapan de mí memoria, pero no del corazón y el afecto del pueblo venezolano.
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