Tenía que estar en el Este. Nunca se hubiera llamado “República de Catia”, “República de Antímano” o “República de Caricuao”. En las barras de los bares del Este (Sabana Grande precisamente), docenas de nuestros escritores de izquierda dejaron regados sus hígados y sus sesos. Muchos de ellos, provenientes de las guerrillas de Falcón o de Lara, Mérida o Barinas, se hundieron en los oscuros tugurios de “El Molino”, “El Chiken Bar” o de las tres tascas que conformaban el “Triángulo de las Bermudas”. Yo los conocí a casi todos y creo que sólo quedan unos cinco o siete sobrevivientes de aquel horrible naufragio en un mar de whiskys, vinos, cervezas y champañas, por lo general bebidas bien caras.
Pero todo esto venía de muy atrás; desde la época en que a los adecos les dio por llamar reaccionario al Presidente Isaías Medina Angarita; a él, quien precisamente estaba luchando contra las imposiciones despóticas y explotadoras de las empresas norteamericanas en nuestro país. Era lo contrario de Rómulo Betancourt en su lenguaje y en su posición nacionalista, sin ambages ni medias tintas, nada de promesas etéreas y rimbombantes. Mucho menos procuraba esas sinuosidades terremotéricas con las palabras, con agites de manos y con muecas sobrexcitadas. Ya, a falta de algo mejor, los dirigentes caían en la cuenta de que el pueblo deliraba ante estos temblores, no ante las verdades, ni ante los sentimientos auténticamente expresados, con devoción sincera. El máximo líder adeco, absurdamente, quien sí estaba trabajando con agencias norteamericanas para confeccionar un estado dependiente de las grandes compañías petroleras (contra las medidas nacionalistas y justas que estaba proponiendo Medina), lograba aparecer como todo un socialista revolucionario.
Cuando en la década de los sesenta ciertos dirigentes de la izquierda conozcan los vericuetos por los cuales Rómulo se hizo con el poder, vendiéndose a los gringos, estos dirigentes darán sus “oportunas volteretas” y se pasarán a la derecha (eso sí tratando de la fachada de revolucionarios). Entre estos fenomenales tránsfugas hay que mencionar a Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Américo Martín, Pastor Heydra y Gumersindo Rodríguez, betancouristas de corazón.
Cabe la pregunta: ¿por qué cuatro personajillos prácticamente desconocidos y sin peso en la opinión pública pudieron echar por tierra a un gobierno tan popular y nacionalista como el de Medina Angarita?
Todo se explica porque la conjura se estaba urdiendo desde el exterior, y con poderes que Medina no podía controlar ni conocer. El viaje realizado a Washington por Betancourt, con el pretexto de reunirse con Diógenes Escalante, el posible sucesor de Medina, tenía que ver con el plan para derrocar al gobierno. Una situación muy similar a la que se protagonizó contra Chávez, cuando la Coordinadora Democrática y SUMATE viajaban con frecuencia para reunirse con el Departamento de Estado, y de allí recibir las órdenes para crear zozobra, terrorismo, tensión, huelgas y un estado de conmoción dentro de los cuarteles.
La oposición a Medina no quería una solución que favoreciera que le diera algún viso de autoridad y respeto al gobierno. En realidad no querían al denominado candidato de consenso que era Escalante, y cuando éste diplomático llega a Venezuela, se arrecian los planes para eliminarlo. En un agasajo que se le hace a Diógenes Escalante llegan y lo envenena; Escalante se vuelve loco y comienza a hablar solo y a decir barbaridades[1]. Descartado Escalante se entró en una espiral de vaguedades en las que los políticos y militares más ambiciosos iban a definir el rumbo de la nación.
Seguía tomando fuerza ese humorismo chabacano y perverso, cultivado por unos bebedores de licor más o menos fino, para los que el mundo era menos que una cazuela de chirigotas. Era la escuela satírico-burlesca que estaban inaugurando Andrés Eloy Blanco, Gonzalo Barrios, Valmore Rodríguez y Miguel Otero Silva entre otros intelectuales, y de cuya escuela emergerán empeorados personajillos como Pedro León Zapata, Caupolicán Ovalles, Adriano González León, Elías Pino Iturrieta, Claudio Nazoa, Laureano Márquez, Manuel Caballero y Orlando Urdaneta, por ejemplo, lo más dilecto y mejor elaborado del pensamiento vende-patria en Venezuela. De aquella irresponsable manera de burlarse de todo y de todo hacer un chiste aún de las cosas más graves y trágicas, va a surgir aquella sentencia de que en Venezuela nada se toma en serio, y que así se vive mejor. Es por lo que un grupo de intelectuales para evitar asumir responsabilidades con su obra y con el país fundará un club llamado “República del Este”. Este club comprenderá, como dijimos, un sector de bares de Sabana Grande, donde se consumirá licor sin control ni medida, pagado por ministros banqueros como Pedro Tinoco. Al tiempo que se vayan hundiendo estos supuestos representantes de la izquierda venezolana en una filosofía del conformismo y de la vagancia, en medio del envilecimiento general, irá surgiendo en AD y COPEI, una generación ultra-fascista, más radical, cada vez más vendida al imperialismo norteamericano.
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[1] Conversaciones con el doctor Carlos Chalbaud Zerpa.