Este artículo se refiere a tres conceptos cuyo importancia y aplicación han generado polémica tanto en la praxis de los proyectos socialistas como en la literatura respectiva. Por ejemplo, muchos artículos de opinión referidos a una evaluación de los éxitos y fracasos en las diferentes experiencias socialistas reflejan los (pre)juicios, criterios y valoraciones en cuanto al papel que estos elementos usualmente cumplen en dichos procesos sociales. Notablemente, en la lectura de estos artículos se aprecia que pudieran existir algunas diferencias o dilemas en el manejo de estos conceptos, generando lo que aparentemente serían “enfoques” distintos dentro de algunos proyectos socialistas, y particularmente en el venezolano. Desconocemos si estas opiniones influyen o no en los planificadores de políticas públicas, pero, en cualquier caso, preguntémonos: ¿realmente existirán tales dilemas?
1. En primer lugar, comencemos por precisar que eficiencia, junto a eficacia, son los dos conceptos que forman un modelo de evaluación del funcionamiento y los resultados logrados por cualquier sistema, proceso, o instrumento desarrollado por la acción humana. En la teoría de la llamada “administración científica”1, “la efectividad (o eficacia) es realizar un objetivo, cuyos efectos están en armonía con las intenciones que los planificadores o realizadores tienen en mientes”; mientras que “la eficiencia es la consecución de los fines (u objetivos) deseados, los cuales son logrados con el menor recurso posible, o bien, con unos recursos dados, el más alto efecto posible es logrado”. Obviamente, ambos conceptos se aplican tanto para la administración pública como privada, ya sea en un sistema capitalista o bien en un sistema socialista.
De acuerdo con Melinkoff2, estos conceptos aplicados a la actividad administrativa no son exclusivamente técnicos, como suelen verlo los tecnócratas, sino que también una actividad administrativa debe ser juzgada de acuerdo al tipo y calidad de los fines. En los países capitalistas se considera la administración privada como más efectiva y eficiente que la pública. No obstante, se olvidan los fines y objetivos de una y otra: Para el sistema económico capitalista, lo fines y objetivos son la obtención del más alto rendimiento o ganancia del capital, a costa de la más alta explotación de los recursos humanos y materiales disponibles. Evidentemente, la administración de las empresas capitalistas, en general, ha sido muy efectiva a la hora de explotar el trabajo y acumular capital, pero al mismo tiempo ha sido tremendamente ineficiente en el manejo de los recursos pues ha logrado cada vez más depauperar y marginar al ser humano, así como también ha logrado explotar y degradar la naturaleza peligrosamente.
En el sistema socialista, en cambio, se persigue erradicar la explotación del hombre por el hombre y lograr un mayor y general bienestar del ser humano, haciendo un uso racional y equitativo de los recursos que la sociedad y la naturaleza ponen a nuestro alcance. Estos fines y objetivos siempre han estado muy claros para los socialistas, sin embargo, en el plano teórico parece que se desestiman fundamentales principios de administración y evaluación, así como en el terreno de la práctica se observa que no siempre se ha logrado el más alto efecto posible. O sea, no siempre se ha actuado con eficiencia. Por ejemplo, algunos países socialistas en su afán por equipararse al desarrollo de los países capitalistas cometieron los mismos errores que estos en cuanto al uso irracional de los métodos, técnicas y procedimientos del capitalismo. O no lograron desarrollar una administración pública que estuviera a tono con los altos fines del socialismo. Evidentemente, la baja productividad, la dilapidación de recursos, la mala o inequitativa distribución de los bienes producidos, la corrupción, entre otros males, son fallas que obstaculizan y demoran el logro de los objetivos propuestos y tienden a crear disconformidad, desánimo o desmotivación en aquella parte de la población que está esperando que este sistema se dedique a, o sea capaz de, satisfacer sus más sentidas necesidades o intereses. Como bien destaca Marcelo Colussi3 en uno de sus artículos: “El socialismo, llámese del siglo XXI o como se quiera, debe servir, básicamente, para brindar “la mayor suma de felicidad posible al pueblo”, para decirlo en clave bolivariana. Si no, más allá de cualquier discurso, por más emotivo que sea, pierde credibilidad. Y las masas, más temprano que tarde, tienden a desmotivarse”.
2. Por otra parte, están los escritos que destacan el papel de las ideologías y sus aparatos de difusión como elementos determinante en los procesos revolucionarios, en sus éxitos o fracasos. Particularmente en el caso venezolano, algunos articulistas sostienen la opinión de que para enfrentar eficazmente la ideología capitalista y pro imperialista de la oligarquía venezolana es imprescindible construir una ideología, “un cuerpo teórico sólido, definido, del Socialismo Bolivariano”4, quizás racionalizando mejor ese sincretismo (o “caja de herramientas”) de cristianismo, bolivarianismo y socialismo, que tan bien maneja el Presidente Chávez. “El avance y consolidación del Proceso Revolucionario –afirma otro articulista- se alcanzará si damos la batalla y obtenemos la victoria en la lucha ideológica”.5
Pues bien, dado que se ha querido introducir este concepto en el proceso revolucionario venezolano, cabe preguntarse ¿qué debemos entender por ideología?, ¿cuál sería su utilidad real?, ¿a quién sirve? F. Rossi-Landi6, en su libro Ideología, señala once concepciones diferentes. Según Nestor Kohan7, sólo “En el marxismo “ideología” tiene dos significados distintos: 1) concepción del mundo que implica una determinada perspectiva de vida ligada a los intereses de las clases sociales, una escala de valores, junto con normas de conducta práctica. 2) Falsa conciencia, obstáculo para el conocimiento de la verdad, error sistemático, inversión de la realidad por compromisos con el poder establecido. Así, para este autor, el mismo marxismo sería una concepción ideológica del mundo vinculada a los intereses de los trabajadores (significado 1) que cuestiona toda falsa conciencia ideológica de la burguesía (significado 2)”.
Estas diversas acepciones del término “ideología” han generado mucha polémica en el orden teórico8, pero cualquiera sea el significado que se prefiera dar (particular o total, restringido o amplio, negativo o positivo) sería también conveniente tomar en cuenta las condiciones reales en las que actúa toda ideología:
a) De acuerdo con Markovic9, las teorías ideológicas: “No son universalmente aplicables, como ocurre con las teorías científicas. Solamente pueden aplicarlas los miembros de cierta clase, de un movimiento, de un partido. Y precisamente gracias a su acción, a veces muy poderosa, puede alcanzarse un fin previsto, aunque no fuese de esperar si se juzgara con sangre fría y desde un punto de vista no comprometido. En otras palabras -añade Markovic-, (la ideología) se revela como un factor poderoso pero imprevisible: el efecto estimulante del pronóstico mismo sobre las masas que siguen a un determinado movimiento político”.
b) Por otro lado, Althuser10 advierte que: “La lucha de clases se expresa y se ejerce en las formaciones ideológicas, y por tanto, también en las formaciones ideológicas de los AIE (Aparatos Ideológicos del Estado). Pero, la lucha de clases desborda ampliamente los marcos de dichas formaciones, de ahí precisamente que las clases explotadas puedan llevar el combate hasta las formaciones de los AIE, volver contra las clases en el poder las armas de la ideología (…) la lucha de clases desborda los AIE porque no se halla enraizada en la ideología, sino en la infraestructura, en las relaciones de producción, autenticas relaciones de explotación que constituyen la base de las relaciones de clase”.
En efecto, toda ideología está limitada por los intereses de clase y las condiciones materiales de existencia en una sociedad determinada. Sin embargo, a pesar de la naturaleza “orgánica” de las ideologías, todos los factores en conflicto (ya sean los factores del poder dominante como las fuerzas emergentes) siempre buscarán trascender por todos los medios posibles los estrechos límites de las clases sociales, grupos de interés, o partidos políticos, para así extender su particular sistema de valores de manera que estos se constituyan en la forma de pensamiento hegemónico en la sociedad.
Por eso, obviamente, nadie en su sano juicio podría negar la importancia que tienen las ideologías y contra-ideologías en esa “batalla de las ideas” que se da todos los días y en todos los espacios de la llamada “guerra de cuarta generación”, donde se operan una serie de verdaderas campañas mediáticas de información-desinformación científicamente desarrolladas, tendentes a imponer un pensamiento hegemónico en la sociedad.
3. Sin embargo, no basta con una contra-ideológica revolucionaria, por muy bien elaborada que ella esté, para poder realmente contrarrestar la ideología capitalista dominante y formar, al mismo tiempo, una verdadera conciencia social liberadora. Evidentemente que se trata de algo mucho más complejo. La ideología es apenas una parte de la conciencia social, en cuya estructuración confluyen, participan y se solapan varios procesos tanto objetivos como intersubjetivos.
La conciencia es definida en general como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno; En el ámbito psicológico, la conciencia se entiende como la esquematización presente de la realidad, tanto interior como exterior al individuo, y de unas valorizaciones asociadas a los elementos constitutivos de esa realidad; En términos filosóficos, es la facultad de decidir y hacerse sujeto, es decir, actor de sus actos y responsable de las circunstancias que de ellos se siguen, según la percepción del bien y del mal11. En breve, la conciencia es el estado de razón del espíritu humano, producto de determinadas relaciones sociales.
Constituyen procesos de formación de la conciencia: 1) ciertamente, la ideologización, se refiere al proceso intersubjetivo por el cual determinadas visiones de la realidad social y su lógica de pensamiento permea y se acuna en la vida privada del individuo; 2) la politización, que es inverso al anterior, se refiere al proceso por el cual determinadas visiones particulares de la realidad logran insertarse en el ámbito público con el fin de transformar la realidad social misma; 3) la educación, formal e informal, se refiere a los procesos de instrucción-formación aportados por la escuela, la familia y la industria cultural, los cuales ponen a disposición del individuo desde el conocimiento de las ciencias, los hechos culturales, los valores morales, los principios y normas éticas, hasta las tradiciones, costumbres y (pre)juicios predominantes en la sociedad; 4) no menos importante, es la pedagogía natural desarrollada por el gobierno y sus funcionarios, cuyas características y comportamiento influyen poderosamente en la población; 5) por último, están los procesos objetivos que se dan en la vida material de una formación económico-social determinada, que son los que en última instancia condicionan el desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, artístico, etc.
Estos procesos operan permanentemente y en todas partes moldeando la conciencia de la sociedad. Es por esta razón que en todas las revoluciones sociales siempre se ha tenido que librar, necesariamente, una batalla por la formación de la conciencia revolucionaria, para poder vencer las resistencias que presentan los sentimientos de temor al cambio, las ideas conservadoras o las acciones contrarrevolucionarias Por supuesto, he allí también por qué los enemigos de las revoluciones le asignan tanta importancia a la “deconstrucción” de la conciencia de los pueblos y a su sustitución por una conciencia falsa que les permita ocultar o deformar la realidad y, al mismo tiempo, justificar sus propósitos de dominación.
Los ataques a la conciencia revolucionaria se realizan desde los más diversos espacios y expresiones de la vida moderna: Por ejemplo, impartiendo en las escuelas privadas los anti-valores del individualismo y la competencia egoístas propios de la mentalidad burguesa; También, promoviendo los patrones de consumo desmedido que supuestamente privan en el mundo capitalista occidental, vía la grosera exhibición del lujo por parte de individuos modélicos, centros de ventas y la publicidad comercial en los medios de comunicación privados; O la permanente campaña ideológica que se realiza a través de esos mismos medios, desde donde se maneja una concepción negativa de la identidad de nuestros pueblos menos desarrollados. Como bien destaca la profesora Maritza Montero12, tal concepción, marcada por la negatividad, la minusvalía y la comparación inferiorizante con Otros poderosos (p. e., las clases de mayores recursos económicos, los países industrializados), tienen un efecto paralizante y adormecedor de la conciencia, que opera a través de un proceso de alienación, ideologizante, inducido y reproducido internamente en nuestras poblaciones.
Entonces, se comprende cuando en diversos artículos de opinión se señala que “es ese el territorio de la lucha, es allí donde deben dirigirse todas las acciones de los revolucionarios;… que: en última instancia todas las batallas revolucionarias son batallas por la conciencia revolucionaria”.13 Según Neptalí Reyes, en este mismo artículo,”El objetivo de construir una nueva conciencia es un acto conciente. Queremos decir con esto –dice el autor- que no es espontáneo, que no son suficientes los cambios económicos, que no es suficiente la prédica del líder…Es un acto conciente y es un acto social, la grandes mayorías deben participar en él”.14 Ya antes, siguiendo esta idea, en el Editorial de este mismo medio, se nos advertía que: “es errado el camino de pretender resolver las necesidades materiales de la sociedad, olvidando la solución de las deformaciones espirituales”.
Por su lado, el columnista Antonio Aponte15 afirma que “es en el alma, o en la conciencia, o en los valores, que vienen a ser diferentes niveles de la misma esencia, donde en definitiva se decide la suerte de las revoluciones”. Explicando las condiciones fundamentales para la formación de la conciencia revolucionaria dice: “la conciencia está entrelazada con la existencia, y ésta con la manera como se gana la vida una sociedad, como trabaja y, en última instancia, para quién trabaja” (…) Sólo el trabajo social y la propiedad social de los medios de producción son generadores de conciencia del deber social (…), dependiendo del tipo de propiedad sobre los medios de producción, se generará conciencia egoísta o conciencia socialista”.16 Ya en una columna anterior este mismo articulista nos alertaba sobre lo que en su criterio son “las visiones pequeño burguesas de la economía” y “de una supuesta eficiencia” que sabotean “a la organización que integra y a la concientización del Pueblo”. “La visón pequeño burguesa –explica el autor- considera que el Pueblo puede avanzar hacia la Revolución y al Socialismo con zanahorias en frente y caramelos en el bolsillo”.17
4. Y sin embargo, tampoco la conciencia lo es todo. La conciencia (al igual que la ideología) no es más que un aspecto real, pero parcial, de la actividad humanal. El comportamiento humano es un hecho total: al lado de la vida espiritual está la vida material del ser humano. El pensamiento dialéctico –advierte Lucien Goldmann18 -pone el acento en este carácter total de la vida social y afirma la imposibilidad de separar su lado material de su lado espiritual, es decir, la imposibilidad de separar la infraestructura económica y social de los hechos de conciencia y de la acción humana. Aunque, si se sigue la historia del pensamiento marxista19–dice Goldmann-, incluso el más ortodoxo, hay perpetuamente oscilaciones entre las corrientes que ponen el acento en la acción de los hombres, en sus posibilidades de transformar el mundo o, inversamente en la inercia social, en las resistencias del medio, en las fuerzas materiales. Estas oscilaciones, que no se deben al azar, expresan, también, las transformaciones sociales, los cambios en las condiciones de acción del movimiento obrero.
El economista Jesús Faría20, por ejemplo, señala tres condiciones o momentos a los cuales les corresponden sus respectivos frentes de lucha: 1) Por lo general, las coyunturas revolucionarias están precedidas por largos períodos donde predomina el esfuerzo de aglutinar a las mayorías en torno a la lucha ideológica. En esta fase, el combate se produce principalmente en la esfera de las ideas y de la difusión de la línea política; 2) Por su parte, durante los auges de masas que desembocan en situaciones revolucionarias, la conquista del poder, la lucha de clases estrictamente política, se convierten en el centro de gravedad de la estrategia; 3) Una tercera fase sería el período de transición, donde se destacaría la preponderancia que adquiere la reconstrucción económica del país. Al respecto –dice Faría-, no sería exagerado afirmar que es en ese campo donde se libran las batallas más cruciales.
Por supuesto –continua explicando el mismo autor-, esto no sugiere ninguna contraposición entre los diferentes frentes de lucha. Todo lo contrario, estos se encuentran estrechamente interrelacionados, como lo ilustra el hecho de que la actividad revolucionaria en el ámbito económico esta sometida a los lineamientos de la estrategia política. Es decir, la estrategia económica se convierte en el instrumento fundamental de la estrategia política y, a su vez, responde directamente al contenido ideológico de esta última.
Según Faría, entre las tareas más relevantes en el ámbito de la transformación económica se cuentan: 1) la creación de un sector socialista de la economía; 2) La industrialización sobre la base de relaciones de producción socialistas, con nuevos sujetos sociales y nueva orientación productiva; 3) La reforma agraria en función de la independencia alimentaria y la transformación de las relaciones de propiedad en el campo y, 4) La introducción de elementos de planificación económica y gestión socialista.
En consecuencia –concluye este autor-, uno de los objetivos fundamentales de la transición radica en el máximo desarrollo posible de las fuerzas productivas. Adicionalmente, el despliegue de la base productiva de la sociedad no sólo estimulará el crecimiento económico necesario para generar bienestar en la población, sino que permitirá elevar los niveles de productividad y eficiencia necesaria para afrontar los retos derivados de la coexistencia interna y externa con el sistema capitalista. “Estamos obligados –observa finalmente Jesús Faría- a demostrar que somos capaces no sólo de convencer a las mayorías acerca de la justeza de nuestro proyecto histórico y de movilizarla en función de la conquista del poder político, sino también de organizar y administrar los asunto económicos en forma eficiente”.
Mientras que otro articulista, Martín Guédez21, escribiendo en relación con la línea política de “las tres erres” (Revisión, Rectificación y Reimpulso), lanzada oportunamente por el Presidente Chávez, indica que una economía socialista está llamada a ser más eficaz y productiva que una economía capitalista. Sin embargo, afirma este autor-, esto en muchos casos no ha sido así. Un buen número de experiencias propias lo ha puesto de manifiesto. ¿Significa acaso que están reñidos eficacia y productividad con el socialismo?, por supuesto, la respuesta, contundente y rotunda, es ¡NO!, –dice Guédez-.
Se tiene entonces –sigue el mismo autor- el enorme desafío de hacer que las formas de producción alcancen niveles superiores de eficiencia y productividad en las condiciones actuales de cultura y costumbres profundamente arraigadas en la conciencia venezolana. La Revolución tiene que alcanzar un grado de eficacia práctica en el servicio a la sociedad inaplazable. Una revisión a fondo y sin concesiones a la capacidad real de todo el funcionariado estatal es imprescindible. Pero además de esto, añade Guédez, está la necesaria formación de un partido ideológicamente sólido, con una definición doctrinaria precisa que sirva de azimut a todos. En este sentido, el uso de todos los medios de comunicación del Estado para alcanzar los fines de dar a conocer, educar y formar en los valores socialistas al punto de generar verdadera conciencia revolucionaria sería, junto al trabajo insustituible del contacto cara a cara, de primerísima importancia. “De allí que a dos manos –concluye este autor-, generando las condiciones materiales para la instalación del socialismo y sembrando conciencia debamos emprender la tarea este año 2008 de grandes definiciones”.
5. En conclusión, de acuerdo con el análisis realizado a algunas de las opiniones vertidas en la prensa nacional y referidas en estas páginas, apreciamos que ciertamente existen algunas diferencias de criterios en cuanto a la importancia que se les debe dar a los conceptos de eficiencia, ideología y conciencia, en el actual proceso social venezolano: 1) Por una parte, se pueden identificar las opiniones que le otorgan un lugar preferencial, casi exclusivo, a los elementos espirituales de la actividad humana, tales como las ideas, las visiones, los valores, las creencias, y otros, que son componentes esenciales tanto de las ideologías como de la conciencia social. Además, en algunos casos se manifiestan dudas respecto a los elementos económicos, técnicos y productivos del sistema como factores coadyuvantes o generadores de una conciencia social revolucionaria; 2)) De otro lado, identificamos las opiniones que le otorgan igual importancia a los elementos tanto “espirituales” como “materiales” del desarrollo humano, pero señalando que sus influencias (o el “acento”) pueden variar de acuerdo a las circunstancias y el momento político.
Como ya se señaló más arriba, al parecer estas diferencias son frecuentes en todos los procesos revolucionarios, incluyendo el venezolano. Pero, no obstante todo esto, y según nuestro análisis, se puede inferir en que no debería existir ningún dilema en el manejo de estos conceptos, pues lógicamente todos ellos: la elaboración de una eficaz contra-ideología revolucionaria, la formación de una verdadera conciencia social liberadora, la eficiencia y la eficacia de un sistema socio-económico predominantemente socialista, son factores que se necesitan y se complementan unos con otros, a la los fines de lograr, como señala Guédez, “la convicción absoluta en la superioridad del socialismo como única solución al problema del hombre en libertad”.
Pero además de la necesaria racionalidad de un enfoque dialéctico e integral, que considere y valore apropiadamente los elementos espirituales y materiales de la vida humana, también está la necesidad de definir tanto la eficiencia teórica como práctica de cada uno de estos elementos. Esto quiere decir que todo gobierno, o dirección política, debe precisar en lo posible y desprejuiciadamente cuál es el grado de determinación o eficiencia relativa (Althuser) que cumplen estos factores en determinadas y muy concretas circunstancias históricas. En este sentido, y para no alargar más y cerrar este análisis, nos parece pertinente transcribir las siguientes palabras del profesor polaco Bogdan Suchodolski22:
“El desarrollo
del hombre no es una proyección espontánea y puramente espiritual
de sus ensueños y deseos, ni es la expresión de los deseos subjetivos
de un individuo o un grupo. El desarrollo del hombre se materializa
a través de sus actividades, que deben pasar por distintos tipos de
criterios objetivos: el criterio de la verdad para la actividad científica23,
de la eficiencia para la actividad técnica, de la forma para la actividad
artística, y de las fuerzas productivas y las relaciones sociales para
la actividad económica. No hay lugar para lo facultativo ni para la
licencia humana”.
Anexo:
Cuatro tesis marxistas sobre la conciencia
1) El ser social determina a la conciencia
Carlos Marx y Federico Engels afirmaban paradigmáticamente en La Ideología Alemana que: “La conciencia es ya de antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos”. Más tarde, Carlos Marx, en el celebre Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política, explicaba esta idea en los siguientes términos: “en la producción social de la vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (…) “Hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción”
2) Las clases sociales constituyen las infraestructuras de la conciencia posible, que es una visión del mundo
“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”, sentenciaban Marx y Engels en El Manifiesto del Partido Comunista. De acuerdo con Irving Zeitling24: “Según la posición que los hombres ocupan en la estructura social y según su conciencia de esta posición, se unen en grupos y tratan, en forma colectiva, de cambiar o conservar las condiciones de su existencia”. Para Lucien Goldmann25: “las clases son los únicos grupos en que las escalas de valor son específicas porque encaran, cada una, un ideal diferente de organización social de conjunto” (…) “El máximo de conciencia posible de una clase social constituye siempre una visión psicológicamente coherente del mundo que se puede expresar en el plano religioso, filosófico, literario o artístico”.
Y luego continua explicando Goldmann, “El hombre se define por sus posibilidades, por su tendencia a la comunidad con los otros hombres y al equilibrio con la naturaleza. La comunidad auténtica y la verdad universal expresan estas posibilidades para un muy largo período histórico; la “clase para sí” (opuesta a la clase en sí), el máximo de conciencia posible, expresa posibilidades en el plano del pensamiento y de la acción en una estructura social dada”. “Sin embargo -acota Goldmann-, es esencial separar la conciencia posible de una clase de su conciencia real en un cierto momento de la historia, conciencia real que es resultado de las limitaciones y desviaciones que hacen sufrir a la conciencia de clase las acciones de los diferentes grupo sociales y de los factores naturales y cósmicos”.
3) Sólo en la “toma de conciencia” puede el sujeto superar la alienación que produce una ideología conservadora o falsa conciencia
Es conocido que tanto Marx como Engels oponían la conciencia de clase a la ideología. De acuerdo con Engels: “La ideología es un proceso que se opera por el llamado pensador conscientemente, en efecto, pero con una conciencia falsa. Las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven, permanecen ignoradas por él; de otro modo, no sería tal proceso ideológico”.26
Marx afirmaba que la ideología es expresión de las relaciones materiales. Reproducidas idealmente en la ideología, explica Ludovico Silva27, tales relaciones engendran ese fenómeno que es la alienación ideológica, que no es otra cosa que la pertenencia ideológica, no consciente, a intereses que no sólo no son los propios, sino que están en contra de los propios”.
“Un saber es ideológico en la medida en que se presenta como algo dado, independiente de la realidad histórica y sin conciencia de su dependencia respecto a las relaciones materiales humanas: es un saber imperativo, represivo, apriorístico”28.”Agreguemos a título de hipótesis -dice Goldmann por su lado- que se podría quizás fundar la distinción entre las ideologías y las visiones del mundo, precisamente en el carácter parcial, y por esto deformante, de las unas y total de las otras”.29
De acuerdo con Goldmann, en oposición a ese conocimiento parcial que es la ideología, se encuentra el conocimiento científico de lo histórico y lo social: siendo así que:”El conocimiento de la vida histórica y social es una toma de conciencia por el sujeto de la acción, de la comunidad humana”30 Para Rigoberto Lanz31, “Sólo en la “toma de conciencia” se crean las condiciones en las cuales un sujeto-agente ejerce una acción sobre lo real en tanto sujeto epistémico. Tomar conciencia –explica Lanz- no es otra cosa que una relación de apropiación de lo real en sus múltiples determinaciones significativas: por efecto de una ruptura doble de la opacidad: en el seno de una praxis revolucionaria”
4) Sin embargo, la conciencia (al igual que la ideología) no es más que un aspecto real, pero parcial, de la actividad humana
Según apunta Goldmann: “El pensamiento dialéctico pone el acento en el carácter total de la vida social. Afirma la imposibilidad de separar su lado material de su lado espiritual” (es decir, la imposibilidad de separar la infraestructura económica de los hechos de conciencia y la acción humana). “Sin embargo -advierte Goldmann-, si se sigue la historia del pensamiento marxista, se hallan siempre discusiones entre las corrientes idealistas, mecanicistas, ortodoxas”. Por ejemplo, “En el interior mismo de lo que se puede llamar ortodoxia hay, perpetuamente, oscilaciones entre las corrientes que ponen el acento en la acción de los hombres, en sus posibilidades de transformar el mundo o, inversamente, en la inercia social, en las resistencias del medio, en las fuerzas materiales. Estas oscilaciones, que no se deben al azar, expresan, también, las transformaciones sociales, los cambios en las condiciones de acción del movimiento obrero. Todas las grandes obras marxistas, que ponen el acento en las fuerzas del hombre, en sus posibilidades de transformar, mediante su acción, la sociedad y el mundo, se sitúan en las grandes épocas revolucionarias (…) Inversamente, las épocas en que el movimiento obrero tiene que defenderse contra el adversario potente, a veces amenazador y, en todo caso, sólidamente instalado en el poder, producen naturalmente una literatura socialista que pone el acento en el elemento “material” de la realidad, en los obstáculos que hay que superar, en la poca eficacia de la conciencia y de la acción humana”.
No obstante, señala Goldmann, “Siendo el comportamiento humano un hecho total, las tentativas de separar su aspecto “material” y “espiritual” sólo pueden ser, en el mejor de los casos, abstracciones provisionales que implican siempre grandes peligros para el conocimiento, por lo tanto, el investigador debe esforzarse siempre en hallar la realidad total y concreta, aunque sólo sepa llegar a ella de una manera limitada, y debe para ello, integrar en el estudio de los hechos sociales, la historia de las teorías acerca de estos hechos y, por otra parte, relacionar el estudio de los hechos de conciencia, a su localización y a su infraestructura económica y social” (...) “El hombre es un ser vivo y consciente, colocado en un medio ambiente de realidades económicas, sociales, políticas, intelectuales, religiosas, etc. Sufre la acción global de este mundo y reacciona a su vez, sobre él. Trátase de una relación que llamamos dialéctica”.32
Esta es la misma tesis que propuso Engels en el año 1894, cuando afirmaba que: “El desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc., descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia”.33
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