Se lee y se escucha a contrapelo. ¿Una paradoja? Pues, no. Es la hipótesis del argentino Omar Acha (UBA-Argentina-Revista Herramienta. http://www.herramienta.com.ar/) y resulta conveniente analizarla. Para despejar el camino del pensamiento crítico hacia la obra abierta de Marx y para despejar el camino hacia un nuevo socialismo radicalmente democrático y plural, hay que salirse de las grillas mentales del “marxismo consagrado”: del “marxismo burocrático”. Se trata de reconstruir el vínculo entre el pensamiento crítico y el proyecto hegemónico socialista. Plantea Acha los siguientes rasgos del marxismo de derecha.
Primero, su actitud idolátrica del pasado. Se defiende fanáticamente un mundo pretérito heroico, la revolución de octubre, la china, la cubana o los años setenta en América Latina. Suele identificarse este marxismo con individuos heroicos (Marx, Lenin, Trotsky, Stalin, Mao, Castro o Guevara), ante los que guarda una veneración incapaz de analizar críticamente sus planteamientos. Se trata de cultos, autoridades, veneración y respeto. Figuras de poder, sobrenaturales, nada de humanos, demasiado humanos. Esa inclinación mitológica se concreta el uso de la iconografía: retratos, pinturas o fotografías, que se cuelgan en las paredes, en las franelas, o la misma piel. La mirada del héroe vigila que los hijos sumisos no se descarríen del mandato. El talante orientado al pasado es conservador, y a veces reaccionario. El marxismo de derecha repite palabras de revolución, pero se apoya en fórmulas añosas, asume mandatos de páginas amarillas, venera supersticiosamente su tradición propia.
El segundo rasgo está relacionado con la teoría. Hay una biblioteca cerrada, sólo extensible por medio de comentarios o aplicaciones. Incluso las contrariedades se encuentran previstas en los meandros de las palabras expresadas en los textos consagrados. Así por ejemplo, el euro-centrismo de Marx estaría prácticamente superado en las cartas a Vera Zasúlich sobre la comuna rusa, o el tema de las clases en el capítulo inconcluso del tomo III de El capital, o la crítica de la burocracia en el último Lenin que logró censurar la concentración del poder por Stalin, o el manuscrito "perdido" de Mariátegui donde analizaba con profundidad la producción de un marxismo en su contexto específico. Rebosantes de tesis y superaciones anticipadas de las futuras antítesis, los textos consagrados son fuente de aprendizajes infinitos. El sujeto lector mira hacia el pasado coagulado en textos, del que solo extrae la gran Verdad. Con esa munición se enfrenta a las realidades (y peor para estas). Aunque acepta que la práctica exige una adaptación de la teoría (una "guía para la acción"), ésta sería lo suficientemente flexible para nutrir cualquier política marxista correcta. Cualquier actitud crítica es vista como arrogancia o traición. ¿Quién podría enmendarle la plana a Marx, a Lenin o a Luxemburgo? ¿Quién podría relativizar a Gramsci, Lukács o Trotsky? El mar textual es cómodo, intentando deletrear los folios plagados de verdades incorruptibles. Para ser un buen o una buena marxista, hay que reprimir los “extravíos” del pensamiento, las “desviaciones”, porque si se va muy lejos en la crítica se pone en crisis el propio estatuto del marxismo. Del mismo modo que el pensamiento se aleja inconscientemente de los temas tabúes, el derechismo marxista se abstiene de incursionar en la creación. Se recuesta en el lecho mullido de lo sabido.
El tercer rasgo del marxismo derechista es su carácter defensivo. Así como el estalinista era inmune a las más sólidas de las críticas porque la Unión Soviética existía y competía con los Estados Unidos, hoy el derrumbe de los socialismos reales y la transformación neo-capitalista de China, por no hablar de Camboya o los gulags, debilitan la seguridad inconmovible del marxismo de derecha. El marxismo de derecha coloca a cualquier interpretación de Marx, al servicio de aparatos institucionales y de sus comisarios políticos. La teoría revolucionaria fue convertida en doctrina legitimadora del poder establecido, especialmente cuando era utilizado como sostén de la tesis del "socialismo en un solo país". La grilla cientificista del marxismo soviético fue su concreción más neta. La fachada defensiva del marxismo de derecha se sostiene en seguridades imaginarias. La derecha marxista no está dispuesta a ninguna reformulación, se pone en guardia. Reemplaza el examen crítico con el rechazo de antemano, es incapaz de aprender a superar los argumentos contrarios. Se encierra en su "bibliografía" y la rumia incansablemente. No se le ocurre que lo revolucionario debe estar también en el pensamiento, en la innovación teórica y política. Por eso no produce nuevos conceptos.
En cuarto lugar, es necesario que el marxismo de derecha designe al marxismo como una teoría total, clausurada. Las zonas de la práctica que se resisten a la interpretación marxista, como lo inconsciente o el arte (los fenómenos “superestructurales” o de la “subjetividad”), negarían que el marxismo sea la teoría infinita y omnisciente que penetra todos los rincones de lo existente. El marxismo de derecha es una concepción total de la existencia, no deja resquicio alguno para la novedad y la contingencia. Totalidad es clausura del lenguaje, es el circulo vicioso de la terminología.
El quinto rasgo del marxismo de derecha consiste en la exclusión de toda otra teoría para el conocimiento crítico de la realidad y para la identificación de las tareas políticas de la praxis socialista. Solo hay socialismo desde el marxismo. Por ejemplo, individuos o grupos que se regodeaban en su deseo revolucionario pueden ser machistas, racistas, colonialistas, homofóbicos o xenófobos. Como lo esencial se decidía en el cuestionamiento de la opresión de clase o en el combate contra la dependencia imperialista, se podía ser de derecha en otros sentidos, llamados "secundarios" o directamente calificados como preocupaciones "pequeño burguesas". La subordinación de las opresiones distintas a la "centralidad de la lucha de clases" implica que el resto de las dominaciones son secundarias, es decir, que no son tan graves. Tal actitud revela una indiferencia ante las opresiones múltiples de la existencia social. El marxismo de derecha tiene una especial afinidad con las explicaciones deterministas y estructuralistas, unidireccionales y lineales, que postulan el proceso de cambio como confrontación molar de grandes sujetos, definidos por caracteres simples, orientados por ideologías claras. Se fascina con el lenguaje hegelianos de Marx (las "leyes de movimiento del capital" extendidos a la "totalidad social") o sus traducciones positivistas ("los datos observables" de la confrontación de las "clases fundamentales"). El marxismo de derecha apela al determinismo, y anula la incertidumbre. ¿Qué otra noción de saber es más propia de la infalibilidad? El temperamento de derecha desea la seguridad absoluta y la complejidad del pensamiento le parece una concesión a la debilidad ideológica. Pensar es ceder. Dudar es claudicar. Revisar es traicionar.
El sexto y último rasgo del marxismo de derecha es su intransigencia. Despacha en dos palabras a las teorías críticas que operan en zonas consideradas propias o en regiones sociales específicas. Así por ejemplo, considera al psicoanálisis o al feminismo, a la crítica ecológica o al giro lingüístico, como meras "teorías burguesas o desviaciones pequeño-burguesas". El marxismo de derecha, para conservarse igual a sí mismo, excluye toda apertura intelectual sincera. La derecha en el marxismo está indistintamente ligada al extremismo revolucionario o al reformismo más oportunista. Sus cualidades pueden afectar cualquier variante de las opciones estratégicas.
El marxismo de derecha tiene la extraña virtud de procrear antimarxistas. La experiencia subjetiva de compromiso con una práctica derechista del marxismo es al principio el mejor de los mundos, luego cualquier referencia al Socialismo es equivalente al “infierno”. Cuando se posee una teoría total, se comparte el ideal revolucionario con un grupo de referencia, casi una secta, inmune a las seducciones burguesas; se posee un fin paradisíaco próximo que justifica todos los sacrificios; se sigue a líderes omniscientes que conocen la política y la historia, no hay incertidumbre alguna. Se proclama una Doctrina. El marxismo de derecha, propicia lo que en psicoanálisis se denomina transferencia, esto es, un lazo omnipotente de amor que es también un vínculo de saber. Pero cuando el individuo logra comprender que el lazo entre la forma-aparato y el dogma le ha triturado un resto de vida, suele desarrollar una aversión al marxismo. Esto se vio en innumerables conversiones de sinceros/as marxistas al campo de la contra-revolución. En considerable el fenómeno de la vieja izquierda reconvertida en nueva derecha. Pero también hay una vieja izquierda que se refugia en la fraseología ultra-izquierdista pero actúa como la peor derecha fascista. Pero, por suerte, esto no acontece en toda el campo de la izquierda. Por fortuna, y contra quienes celebran la muerte de la izquierda, de la teoría crítica y del marxismo revolucionario, hay procesos que tienden hacia otra dirección. En fin, la peor forma de re-crear el marxismo es reimpulsando un marxismo de derecha.
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