La implosión de la Unión Soviética supuso un serio revés para quienes, adheridos a los ideales del socialismo, luchaban (y luchan) por un mundo más justo y sin divisiones de ninguna clase. Para sus enemigos históricos, la misma representaba el fin de la historia, al proclamarse victoriosa la democracia representativa y, con ella, la economía capitalista, a escala mundial. Sin duda, la supremacía del capitalismo arroparía inevitablemente a todo el orbe, conduciendo a todas las naciones a un mismo destino y una promesa de bienestar generalizado, favorable a las naciones capitalistas industrializadas. Sin embargo, la reacción temprana contra los inicios del neoliberalismo globalizado en nuestra América, lo mismo que la insurgencia armada de campesinos e indígenas en el sur de México, justamente cuando se anunciaba la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio entre este país, Estados Unidos y Canadá, hizo que muchos dudaran de la veracidad de esta afirmación tan categórica.
Durante este tiempo, grupos, individualidades y movimientos se plantearon hallar una alternativa al capitalismo. En esta convergieron ecologistas, ex guerrilleros, feministas, campesinos, científicos sociales e intelectuales, entre otros, que concluyeron en que la vía a escoger tendría que ser la del socialismo. Esto vino a tomar revuelo cuando Hugo Chávez lo asumió abiertamente en el Foro Social de Sao Paulo, generando toda suerte de proyectos teóricos, especulaciones, y, por supuesto, oposiciones de una y otra parte, lo cual se ha mantenido hasta hoy con pocas variantes. No obstante, el hecho de que se esté hablando con mayor libertad y seriedad sobre las posibilidades de construir realmente el socialismo adolece aún de un debate de altura, el cual podría extenderse a los sectores populares que -hoy por hoy- se han convertido en sujetos sociales de la revolución, especialmente entre nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños.
Algunos han llegado a creer que la asunción del gobierno es indicativa de lo que puede ser la revolución socialista aún cuando están conscientes de que ello sólo será realidad mediante la organización, la lucha y la conciencia revolucionaria del pueblo. Hasta ahora varios de los gobiernos de la región sudamericana se han proclamado de izquierda o progresistas, sin dar pasos decididos hacia el socialismo, contentándose con mejoras parciales que dejan intactas las diferentes estructuras que caracterizan a la sociedad capitalista. En este sentido, vale recordar lo aseverado en 2007 por Aurelio Alonso, Director de la Casa de las Américas, al señalar que “no basta que el proletariado tome el poder ni que la burguesía sea expropiada ni que se derogue la legalidad del ancien régime ni que se barra con sus instituciones y se desechen sus fundamentos ideológicos. El dato clave es, a nuestro juicio, que reinventar el socialismo supone parejamente reinventar la democracia, y viceversa, y este es un paquete completo en la agenda del siglo XXI”.
Falta mucho por definirse en este camino. La multiplicidad de factores que han hecho de nuestras naciones dependientes o semi-dependientes, subdesarrolladas y con una gran deuda social insatisfecha tendría que someterse a la identificación del socialismo revolucionario como una alternativa válida y necesaria frente a los desniveles y depredación en aumento del capitalismo globalizado. Para ello es ineludible que se produzca una insurrección (en el buen sentido de la palabra) contra el orden establecido, sin permitir que la misma derive en un reformismo que, a pesar de declararse socialista y revolucionario, sólo servirá para impedir los cambios que demandan nuestros pueblos para su redención total. Esto es lo que hace del socialismo revolucionario una necesidad histórica y una verdadera alternativa para la preservación de la vida en general.-
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