El Capitalismo y la crisis de los alimentos

Suele atribuirse la actual crisis de los alimentos a los agrocombustibles, nuevos hábitos alimenticios en países llamados emergentes como China e India o los cambios climáticos conducentes a malas cosechas, pero en pocas ocasiones se imputa al desarrollo del propio capitalismo. A través del presente artículo se analizará sucintamente los elementos estructurales y los instrumentos del sistema capitalista responsables de la crisis.

Un pote de humo.

No se puede negar la influencia que tuvo el uso del maíz y las oleaginosas para producir combustibles en el aumento de los precios de los alimentos, sin embargo la contribución de su empleo como sustitutos de los hidrocarburos es casi nula. Los agrocombustibles no pasan de ser un montaje mediático que utilizó el gobierno de Bush en una cruzada fallida para detener el avance de la unidad latinoamericana alrededor de la estrategia energética petrolera y además ocultar el uso de la energía nuclear como sustituta efectiva de la energía de origen fósil, esa es la verdad que el imperio intenta esconder tras una cortina de humo.

Un cuento chino

La velocidad a la que progresa la crisis asociada al aumento de los precios de los alimentos es mucho mayor a la tasa de cambio de hábitos alimentarios. Existen barreras que dificultan el cambio de estos hábitos los cuales están relacionados con el modo de vida y la cultura de cada pueblo, lo que implica alterar costumbres que se han ido estableciendo a lo largo de los años. La causa de la crisis mundial de la leche está lejos de ser que millones de chinos e indues, casi de la noche a la mañana, modificaron su paladar por los lácteos.

Pura amenaza

La producción agrícola mundial crece en una proporción mucho mayor al crecimiento de la población del planeta. En los últimos cuarenta años la producción agrícola se ha triplicado cuando la población solo se ha duplicado. Cuantitativamente las pérdidas de cosechas atribuibles a desastres naturales son despreciables a escala global y solo un pequeño porcentaje de las personas que pasan hambre es a causa de problemas ambientales. El cambio climático es el chivo expiatorio que justifica distintas políticas imperiales en diversos campos; desde el empleo de sus “nuevas tecnologías” en modelos agrícolas para la reducción de las emisiones de gases hasta las limitaciones del uso de combustibles de origen fósil.

El desarrollo del capitalismo

El imperialismo como fase superior en el desarrollo del capitalismo, tal como expone Lenin, se caracteriza por la concentración de la producción y la formación de monopolios. Un máximo de 40 empresas multinacionales con sede en los Estados Unidos y Europa controlan desde los insumos agrícolas, como semillas, fertilizantes, herbicidas y pesticidas, hasta la producción y el comercio agrícola mundial[1]. Entre ellas se destacan: BUNGE, MONSANTO, CARGILL, CONTINENTAL GRAIN, ADM (Archer Danields Midland), DREYFUS, QUARKER OATS, Unilever, Nestlé, Sygenta, Bayer, Basf, Coca-cola, Pepsi-cola, Banisco, Kellog, Ralston Purina, Philip Morris, British American Tobbaco, Protec & Gamble, Parmalat, Danone, CONAGRA, Noble Group, Marubeni, Dupont.

También Lenin señaló que la esencia del imperialismo es el dominio del capital financiero y de la oligarquía financiera. El mercado alimentario especulativo y los mercados de futuros de bienes básicos (los commodities; soja, maíz, trigo, etc.) constituyen al menos un 55% de la totalidad de la inversión financiera agrícola[2].

Los instrumentos

En 1995, posterior a la caída del bloque soviético se instaura la hegemonía imperial, los países pertenecientes a la Organización Mundial del Comercio suscriben el Acuerdo de los ADPIC (Aspectos sobre Derechos de Propiedad Intelectual relacionados al Comercio). Un detalle de este tratado es establecer la obligación de todos los miembros de otorgar patentes de invención a los medicamentos y productos químicos de uso agrícola. Hoy a 13 años ya se siente sus efectos, la propiedad sobre las semillas y los agroquímicos ha generado monopolios en la comercialización de esos productos y cuyo costo en la estructura es determinante del precio de los alimentos.

Otro instrumento cubierto con un noble manto es el Convenio de Estocolmo sobre los contaminantes orgánicos persistentes (COP), basado en el principio de cautela (el mismo concepto de la guerra preventiva de Bush), supuestamente persigue que los Estados firmantes se comprometan a tomar medidas para reducir y/o eliminar las emisiones derivadas de la producción y el uso de sustancias químicas nocivas para el ambiente, cuando su verdadera intensión es retirar del mercado los pesticidas cuyos derechos de propiedad intelectual han caducado, abriendo paso a los nuevos y costosos agroquímicos con firmes patentes.

Un interesante trabajo[3] realizado por la antropóloga mejicana Guadalupe Rodríguez Gómez donde estudió la interconexión entre la elaboración, comercialización, circulación y el consumo de bienes agroalimentarios que ostentan Denominaciones de Origen, un instrumento de la propiedad intelectual definido en el Acuerdo de Lisboa, muestra cómo esta herramienta en el marco de la Organización Mundial de Comercio se han convertido en una nueva arista de las disputas por la hegemonía en el mercado agroalimentario mundial. También revela cómo estos espacios supraestatales de negociación comercial mantienen la desigualdad y las prácticas de exclusión asociados a esta figura.

El control de la cadena de frío, esencial en la producción y distribución de alimentos, a través de patentes sobre la tecnología y el monopolio de los gases refrigerantes, amparados por tratados hipócritas como el Protocolo de Montreal relativo a Sustancias Agotadoras de la Capa de Ozono que supuestamente promueve políticas de “reconversión” industrial a “tecnologías limpias” en la práctica solo han resultado en el incremento de la dependencia de unas cuantas transnacionales.

Los estándares de calidad, especialmente las normas de empaque y etiquetado, representan barreras para la economía social (pequeñas empresas, artesanales, familiares) en el acceso a los mercados formales. Contribuyen a la conformación de oligopolios que controlan la comercialización del mayor porcentaje de alimentos, dejando a quienes no se sometan a la “normalización” el mercado marginal.

Conclusión

No basta en estar convencido que la crisis alimentaria que atraviesa el mundo se atribuye a las consecuencias derivadas del desarrollo del capitalismo sino es necesario conocer acertadamente los verdaderos mecanismos que operan el sistema para así efectivamente desarticularlos. La humanidad logrará resolver la crisis alimentaria solo con el fin del capitalismo.

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[1] Para compreender porque se elevam os preços dos produtos agrícolas. MST. Dom, 11 de maio de 2008 19:00

[2] La alimentación: ¿Un derecho o un negocio?. Xavier Montagut. Xarxa de Consum Solidari.

[3] El derecho a ostentar la denominación de origen: Las disputas por la hegemonía en el mercado agroalimentario mundial. En Revista Desacatos, No. 15-16. Pp. 171-196.



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Eduardo Samán


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