Ecología, política y capitalismo

La liberación de la naturaleza es la
Recuperación de las fuerzas vivificantes
Que hay en ella, de las cualidades
Estéticas y sensuales que son ajenas
A una vida desperdiciada en actos
Competitivos sin fin: con fuerzas y cualidades
Que sugieren los nuevos rasgos de la libertad.
No sorprende por eso, que el espíritu del capitalismo
Rechace o ridiculice la idea de la naturaleza liberada,
Que la relegue a la imaginación poética…….

H. Marcuse



Es bien conocido que el término ecología fue acuñado a finales del siglo XIX por el biólogo alemán Ernst Haeckel.

Como toda disciplina científica nacida en pleno reinado del positivismo, la ecología, en tanto que ciencia natural, nació también con aspiraciones de ciencia pura, no contaminada con elementos metafísicos y mucho menos con elementos de las llamadas ciencias blandas o humanísticas.

Como en tantas otras disciplinas científicas y tantos aspectos de la realidad histórico-social, el viejo Carlos Marx vino a introducir un cuestionamiento en el propio seno de esta nueva disciplina que apenas daba sus primeros pasos en el escenario científico de la cultura occidental. Marx señaló que: “Mientras existan hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condiciona mutuamente”.

Con esta idea, con esta visión dialéctica de la naturaleza como “cuerpo inorgánico del hombre”, desarrollada ampliamente en El Capital, Marx, al igual que había hecho con la economía, introdujo la política, entendida esta como las actividades de los hombres divididos en clases y enfrentados entre sí por las contradicciones que dicha división conlleva, en el ámbito de la ecología.

Estas pioneras ideas de Marx crearon el marco necesario para que en los últimos 40 años florecieran en todo el mundo estudios sobre la grave y cada vez más peligrosa crisis socioambiental, pero realizados desde la óptica política, esto es, una crisis estudiada y entendida como consecuencia de determinadas formas y relaciones de producción en el marco de determinados sistemas económicos y de poder.

Autores como los norteamericanos James O´connors, director de la revista Nature, Murray Bookchin con su tratado de la Ecología de la Libertad y John B. Foster con su agudo trabajo Ecología de Marx; el francés Andre Gorz con sus trabajos Ecología Política y Capitalismo, Socialismo y Ecología; el austríaco Hans Magnus Enzensberger con su clásico texto Para Una Crítica de la Ecología Política; el español Joan Martínez Alier o Héctor Alimonda en Latinoamérica.

Todos estos autores coinciden en el hecho de que la crisis ecológica que vive la humanidad, y que se ha acentuado en los últimos 30 años, (desertización, pérdida de la biodiversidad, recalentamiento global, rompimiento de la capa de ozono, extinciones masivas y aceleradas, hambrunas, y cambio climático) no pueden entenderse como fenómenos neutros, no pueden ni deben ser estudiados, de acuerdo a la metodología positivista, como hechos aislados del modelo de organización político económico y social que ha dominado a la mayor parte del mundo en los últimos 300 años, esto es, el capitalismo.

El capitalismo debe ser entendido no como un simple sistema de propiedad y producción sino como un sistema de organización económica y social, como un sistema de relaciones entre los hombres y entre estos y el medio natural no antropizado.

La cultura de la dominación, de la apropiación privada y de la explotación, paradigmas del capitalismo, se ha extendido no sólo a las relaciones de producción entre los hombres, sino también a la naturaleza. En el capitalismo la naturaleza es transformada de una entidad ecológica con complejas relaciones holísticas a una entidad económica con relaciones mercantiles de producción. Los derechos de propiedad y las relaciones de producción capitalistas condicionan explícitamente las formas y manejos de los ecosistemas ubicados en cada país o región sometidos a las leyes del mismo.

El homo sapiens de por si no es incompatible con el ecosistema terrestre salvo por el hecho que de nuestra especie surgió una sub especie superdepredadora que desde 1945, desde un lugar de los EEUU llamado Bretton Woods diseñó la globalización económica, perversa maquinaria succionadora de la energía vital de todo el ecosistema terrestre hacia un centro imperial delirante, desbocado, derrochador y enloquecido.

La lógica del capital como modo de producción y como cultura es esta: producir acumulación mediante la explotación de la fuerza de trabajo de los hombres por la dominación de clases, por el sometimiento imperial de los pueblos y finalmente por el pillaje de la naturaleza.

Este sistema a los fines de mantener altas tasas de ganancia (esta es su razón de existir) necesita recurrir en forma permanente a nuevas fuentes de producción (recursos naturales)para así poder mantener un alto consumo que a su vez se traduce en la generación de colosales cantidades de desechos como externalidades del proceso.

La racionalidad económica capitalista se caracteriza por el desajuste entre las formas y los ritmos de extracción, explotación y transformación de los recursos naturales por parte del sistema y las condiciones necesarias para la conservación y regeneración de los ecosistemas intervenidos. La aceleración en los ritmos de rotación del capital y la capitalización de la renta del suelo para maximizar ganancias ha generado una insostenible presión sobre los diferentes ecosistemas que existen en la tierra.

La expansión territorial requerida para garantizar el modo de producción capitalista no puede tomar en cuenta los ritmos de regeneración y recuperación de los ecosistemas que lo surten de materias primas, todo lo avasalla, todo lo hace parte y engranaje de su lógica.

La causa de este tipo de desarrollo destructivo y depredador no es, por lo tanto, su irracionalidad, sino por el contrario, precisamente su racionalidad intrínseca.

La incompatibilidad (contradicción) entre la racionalidad económica capitalista que al intervenir un ecosistema persigue la generación masiva de un único producto (soja, maíz, ganado) para poder ser competitivo en la economía de mercado, con ciclos económicos cada vez más cortos y acelerados con el fin de maximizar ganancias y la diversidad y complejidad inherente a todo ecosistema (especialmente los tropicales) y sus lentos, a veces milenarios ciclos de reproducción, es absoluta!

La disminución de los recursos naturales conlleva necesariamente la degradación del entorno, por lo que es entonces aquí que debemos entender que la contaminación no es otra cosa que los productos de desecho del proceso de apropiación privada de recursos naturales que por su propia esencia tendrían que ser sociales y comunitarios, tales como el agua, la tierra, el aire, los paisajes, etc. ; estos recursos al ser convertidos en mercancías quedan atados a la lógica del sistema que necesita consumir su valor y desecharlos rápidamente como externalidades del proceso.

El agotamiento progresivo e indeclinable de los recursos naturales que el capitalismo necesita para mantener su ritmo de funcionamiento es la causa principal del nuevo modelo hegemónico-imperial que sufre el mundo en nuestros días.

Como bien lo señala el autor vasco Artemio Baigorri: “previendo el agotamiento de los propios recursos, los países imperialistas se han lanzado de nuevo a la caza y captura de las colonias. Ya no son hoy en día los factores determinantes del imperialismo ni la necesidad de importar fuerza de trabajo (esclavismo), ni la necesidad de exportar capitales o de colocar una superproducción en los mercados coloniales, ni mucho menos la lucha política entre bloques. Se trata sencilla y llanamente de arrancar los minerales, el agua, la energía, el trabajo y hasta el ADN de allí donde se encuentren”.

Podemos concluir entonces afirmando que lo que conocemos hoy como crisis ambiental no es otra cosa en el fondo que el resultado del régimen social y económico imperante (capitalismo). Que los modos de producción y estructuras de dominación que conducen a la explotación del hombre por el hombre conducen inevitablemente también a la explotación de la naturaleza por parte de las clases dominantes de la sociedad humana.

La alienación del hombre incluye también la alienación de la naturaleza antropizada. Liberar al hombre de la opresión implica también liberar a la naturaleza de las actuales relaciones de explotación y dominación.

Lo que está en juego, más que la supervivencia de la especie humana, es su vocación y derecho a un mundo hermoso y libre, capaz de dimensionar una vida de relaciones fundadas en el más ser y no en el más tener, y en una lucha competitiva estéril y deshumanizante, que sobrevive a la sombra de un posible holocausto nuclear, con la permanente neurosis de un ambiente degradado, hostil y contaminado, con crisis económicas que proyectan hacia el futuro imágenes de pesadilla, un ser humano dislocado en sus fibras más profundas, mutilado de su entorno, enemigo de sí mismo y de toda otra forma de vida.

El socialismo que los seres humanos aun habremos de construir en este siglo que recién comienza, no solamente tendrá que enfrentar y superar las contradicciones socioecológicas que el capitalismo ha generado en los últimos 300 años, más importante aún, tendrá que crear un nuevo modelo cultural que permita al hombre producir los bienes que le son necesarios para su subsistencia en forma integrada y no destructiva, respetuosa con los ciclos y ritmos del ecosistema terrestre. Un socialismo en el que los hombres no condicionen agresivamente a la naturaleza sino que se integren a ella en forma armónica y plena. Tarea titánica en verdad, quizás la mayor que hemos enfrentado como especie, pero que por ello mismo no podemos demorar más en asumirla.


Profesor UNERMB

Joelsanp02@yahoo.com


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Joel Sangronis Padrón


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