La desigualdad existente en la historia de la humanidad desde sus tiempos más remotos y que se ha extendido por el mundo en los últimos cinco siglos de capitalismo, ciertamente ha sembrado una ideología profundamente individualista en los seres que se han desarrollado en este entorno. Aunado a la cultura del individualismo, perdura ese instinto humano general de lucha por la supervivencia y búsqueda del mayor confort que conduce a los más beneficiados del régimen imperante a aferrarse a sus privilegios, sin importar que su bienestar provenga de la expropiación de los frutos del trabajo ajeno y el sufrimiento de las grandes mayorías sociales.
Por estas razones, al adentrarnos en un análisis científico, comprobamos que los principales conflictos acaecidos en nuestra historia se han producido en el marco de una feroz lucha de clases y que de ello se desprende la génesis de toda revolución: Por una parte, que la burguesía obra inescrupulosamente por preservar las condiciones que la favorecen (propiedad privada industrial) y que jamás renuncia pacíficamente al estatus que ha alcanzado; y que por otra parte, los excluídos y vilipendiados de toda la vida insurgen violentamente por conquistar la existencia digna que siempre les ha sido negada.
Así las cosas, es comprensible que al plantearse la feliz idea de una revolución para instaurar la plena justicia social, vemos que los niveles de compromiso y los grados de identificación no serán los mismos entre ricos y pobres. Que los más humildes tienden a ser la fuerza impulsora de los cambios reivindicativos, mientras que los pudientes se disfrazan para defender sus parcelas y oponerse al progreso colectivo. Esta aseveración, lejos está de constituir un dogma, es más bien el reconocimiento de una tradición caracterizada por la pugna entre explotadores y explotados. Es, en resumidas cuentas, el producto de la reflexión metódica y serena de quienes durante décadas hemos militado en la lucha científica por construir una sociedad sin clases.
Hallándonos actualmente en "festividades" donde por reminiscencias gringas y judeocristianas muchos venezolanos formulan deseos para el año que se aproxima, los revolucionarios criollos (ajenos al tradicionalismo y a la superstición, pero buenos entendedores del sincretismo popular) acompañamos la manifestación de buenos augurios para este 2009 en unión familiar y comunal, resaltando que nuestras declaraciones no coinciden con las del convencionalismo burgués, pues lejos de esperar obsequios de centros comerciales, caídos del cielo o traídos por Santa Claus, optamos por ratificar nuestro compromiso proletario, como clase más comprometida e identificada con la revolución desde el sindicato, la fábrica, el abasto, la mina, el almacén, la oficina, el campo y el boulevard. Este nuevo año, unidos como pueblo seguiremos construyendo nuestro mejor regalo para toda la humanidad: El Futuro Socialista.
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(*) Abogado Constitucionalista y Penalista. Profesor Universitario.