Para el hombre revolucionario, la familia no se limita exclusivamente a su grupo de parientes consanguíneos, sino que se extiende a todos los miembros de la especie humana, primordialmente aquellos que por sus virtudes y comportamientos morales, poseen ese perfil afín al de su ideología. Es así como en nuestro tránsito por la vida social aprendemos el altísimo valor de los “afectos elegidos” (el amigo, la pareja, el camarada, etc.), y los sometemos a una comparación filosófica con la valía de los “afectos heredados” (los primos, los tíos, etc.); los primeros se derivan de la voluntaria y consciente escogencia, mientras que los últimos están predeterminados por la tradición.
En la ética socialista es intolerable la idea de que “el vecino no me importa
porque ese no es familia mía”. Y aborrecible resulta que la realización
familiar se circunscriba al pequeño mundo del disfrute material: que papá, mamá
y los niños sacien su delirio por un vehículo rústico, ropa importada, tarjetas
de crédito, centros comerciales, colegios privados y vacaciones; mientras que
su desinterés por la comunidad que los rodea raya en el egoísmo y la crueldad.
La vida se torna demasiado vana y miserable cuando se ignora el deber fundamental
de brindar igual estima y respeto a todos los sujetos de buena voluntad, sean o
no, nuestros consanguíneos, y más allá de diferencias religiosas, raciales o
sociales.
De la misma forma rechazamos en el seno del hogar, la ancestral discriminación de género, dícese de la cometida contra la mujer, a quien por obra del convencionalismo social patriarcal, se le imponen la totalidad de las cargas domésticas de la casa. Ella suele asumir las tareas de lavadora, planchadora, barrendera, cocinera y aseadora. Y aunque bajo su sola responsabilidad se encuentre el bienestar del marido y de los hijos para que encaren con mejor salud las actividades del “mundo exterior”, jamás su trabajo casero, que dura tantos años y excede las ocho horas, es generador de un salario o prestaciones, ni es apreciado por la sociedad.
El ama de casa de la época actual es a todas luces una persona doblemente explotada, pues además de su oficio hogareño, comúnmente se ve forzada a conseguir un trabajo formal asalariado fuera de casa para así hacer su aporte monetario dentro de la precaria economía familiar. Ante la situación de la mujer explotada en la casa y en la fábrica, los socialistas abogamos por la igualdad de género, lo cual significa promover iguales derechos y obligaciones para mujeres y hombres en todos los aspectos del quehacer humano.
Asimismo, el colectivo revolucionario, inspirado en un inmenso amor hacia el género humano y estableciendo como objetivo esencial la preservación de éste en condiciones de equidad y dignidad, posee evidentemente sólidos principios éticos en cuanto al tratamiento a los niños, niñas y adolescentes en la familia. Tratándose de un tema de tan suprema importancia, subrayamos el carácter esencial de que la educación de los hijos habrá siempre de ser entendida desde un enfoque integral, es decir, sustituir la idea del gobierno familiar divorciado de la humanidad por uno que esté profundamente relacionado con los diferentes sujetos educadores del universo social.
Entiéndase que para garantizar la debida formación de nuestros hijos, no basta que los padres logren satisfacer sus necesidades materiales elementales (alimentación, salud, educación, etc.), ni basta velar por un ambiente sano dentro de los límites de la casa, sino que urge que los padres de cada familia se vinculen socialmente con otros colectivos de padres para la atención y seguimiento de otros espacios fundamentales en el proceso educativo de la niñez y adolescencia, tales como la guardería, la escuela, los centros recreativos, el vecindario, etc.
Lo anterior deberá cumplirse en el entendido de que el óptimo desarrollo de los infantes y jóvenes depende de un esquema de corresponsabilidad social en el que grupos de padres, maestros, tutores y demás actores de la vida comunitaria se organicen como colectivo consciente de su alta y compleja tarea. De modo que la orientación sobre los hijos mal puede confinarse a las paredes del hogar, cuando se sabe que existe un “mundo de la calle” en permanente transformación y lleno de elementos diversos (estereotipos sociales, tecnologías, modas, televisión, Internet, sectas, drogas, etc.) que son tremendamente influyentes sobre la mente juvenil y que no podrán ser derrotados si los adultos encargados de conducir a las familias no nos activamos como un movimiento social unido y consciente.
Nuestra sistema familiar socialista defiende un modelo participativo y superior al egoísmo burgués, pues a diferencia de aquel que considera a los hijos como una propiedad privada de los padres, nosotros somos fieles a la idea de promover una sociedad sana para ellos, teniendo como principios basilares la creación de los comités políticos de padres, la corresponsabilidad y asociación de todos los formadores sociales, la solidaridad familiar, la cultura comunitaria y el ejercicio permanente de orientación filosófica sobre los hijos para cerrarle el paso a los vicios y antivalores del adoctrinamiento capitalista.
Andando de Quijote por el mundo, he conocido maestros admirables que, en virtud
de su incomparable desprendimiento, convirtieron en su apostolado de vida, la
entrega constante de un amor abstracto hacia toda la sociedad, sin mínima
codicia de retribución inmediata o directa, solo la satisfacción personal del buen
obrar. Ciertamente hay quienes se alejan para “amar más” y dar lecciones
morales. Grandiosos quienes permanecen ajenos a la infame costumbre de primero
recibir “algo” para después pensar en dar.
Finalmente, somos rebeldes con causa, luchando por realizar la necesaria
sociedad del mañana, una que habrá superado las desigualdades y perversiones
del capitalismo y se caracterizará por el libre intercambio de los bienes
materiales y, fundamentalmente, los espirituales entre todas las personas. Sin
explotación del hombre por el hombre, prejuicios burgueses ni estereotipos mediáticos,
en el mundo deberá prevalecer una forma de vida más sabia y avanzada éticamente,
donde la implacable competitividad entre los individuos de hoy sea definitivamente
sustituida por la solidaridad humanista del futuro.
(*) Constitucionalista y Penalista. Profesor Universitario.