Cabe preguntarse si el paso dado por China al aprobar la resolución de sanciones a Irán no supone un cambio fundamental en la política exterior de China, en el sentido de defender una hegemonía mundial compartida con las potencias Occidentales.
Después de meses de mostrarse China incansablemente a favor de la negociación en el contencioso nuclear de Irán, de pronto y coincidiendo con los acuerdos adoptados por Brasil y Turquía con Irán, China decide aceptar las exigencias de EEUU en su acoso a Irán.
Las relaciones de China con el resto del mundo se basan en los principios de la coexistencia pacífica y como nación los respeta escrupulosamente y ello le ha valido que los países del Tercer Mundo hayan visto en China a un socio digno de confianza.
Pero el mundo está cambiando debido a la emergencia de nuevas naciones en el área de la política internacional, como Brasil y Turquía y, por la respuesta dada por el Consejo de Seguridad al acuerdo entre Brasil y Turquía con Irán para resolver su contencioso en materia de energía nuclear, sancionando a Irán, parece que esa realidad no ha gustado a los miembros del Consejo, particularmente a EEUU, pero tampoco a China, que han visto en este acuerdo un cuestionamiento del poder del Consejo de Seguridad, y se han unido para reafirmar a toda costa la autoridad del estatus quo internacional de la ONU heredado de la Guerra fría.
Con este paso China en lugar de seguir su histórica tradición de alinearse con los países en vías de desarrollo ha preferido hacer un frente común con las potencias occidentales, y con este realineamiento se ha posicionado en contra de las aspiraciones de las potencias emergentes del Tercer Mundo de tener un mayor protagonismo en el plano internacional y, por lo tanto, ha optado por defender la vigencia de un orden internacional obsoleto en el siglo XXI, que necesariamente debe cambiar, ignorando uno de sus principios de caminar al paso de los tiempos.
Al hacer un frente común con las potencias occidentales China ha entrado en un terreno resbaladizo que se presta a componendas con estas potencias, donde se corre el riesgo de que los contenciosos internacionales, como es el caso de Irán, no sean tratados atendiendo a su propia naturaleza, sino en función de las exigencias y contrapartidas de EEUU, lo que en definitiva no es sino la política de la “hegemonía compartida” en el área internacional.
En el caso de Rusia por su pasada historia de potencia mundial, la aspiración de una soberanía compartida con EEUU es una tendencia que entronca con su pasado, pero en el caso de China no deja de ser un giro a su trayectoria histórica antihegemónica que tan arduamente ha venido defendiendo desde 1949 por haber padecido los intentos de subordinación tanto con EEUU como por la URSS.
El paso dado por Brasil y Turquía en la defensa de un mayor protagonismo internacional es irreversible, y no van a cejar en su empeño de dar voz a los países en vías de desarrollo, con lo cual, China como país en desarrollo puede ver debilitado ese liderazgo que le ha caracterizado históricamente.
Tal vez Brasil y Turquía son ya los nuevos referentes de las aspiraciones de los pueblos y naciones del Tercer Mundo en la lucha por conseguir un mayor protagonismo en el área internacional y que debiera culminar en una reforma de la ONU que superase el orden internacional heredado de la Guerra Fría. La andadura que han iniciado estás dos naciones en solitario está cargada de incertidumbres, pero que duda cabe que se sitúa a favor de la corriente de los pueblos y naciones contrarios a cualquier tipo de hegemonía o hegemonías mundiales, bien como lo fue en el pasado basado en áreas de influencia de las potencias imperiales, o como parece ahora en la legitimación a ultranza del sistema del Consejo de Seguridad que condena injustamente a Irán mientras ignora los abusos de Israel.
No obstante, es de esperar que China comprenda que el camino de la hegemonía compartida con Rusia y Occidente no es el camino a seguir, pues contribuye a sembrar la desconfianza en su política entre los países en desarrollo y, que sin minusvalorar la importancia de las relaciones con EEUU y Rusia, en lo fundamental se alinee a favor de la corriente de los tiempos de compartir las aspiraciones de los países en vías de desarrollo de tener un mayor el peso en la esfera internacional que por población les pertenece y, se refleje, con el apoyo de China, en la necesaria reforma de las instituciones internacionales particularmente de la ONU.
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