La historia política o de las naciones muy pocas veces ha conocido una reacción condenatoria a un hecho criminal de lesa humanidad como se ha producido en el mundo actual contra el Estado israelí. Ni siquiera la del intervencionismo imperialista estadounidense en Viet-nam el siglo pasado motivó a tantos millones y millones de personas y gobiernos en el mundo para condenar y protestar contra una masacre o genocidio como el realizado por el sionismo en aguas internacionales contra la flotilla de ayuda humanitaria que tenía como meta el Puerto de Gaza en Palestina. Sólo el gran gendarme del mundo, el dueño de las armas más sofisticada que existen en el planeta, el más belicoso de los imperialismos, el estadounidense, no ha condenado y solicitado sanciones contra el sionismo israelí. Y ese es el quid de la crisis política mundial a favor de Israel.
En un tiempo de peligro inminente de confrontación bélica, en los que se vean afectados los intereses económicos y de dominio de mercado del capitalismo altamente desarrollado estadounidense, su Estado imperialista no tiene ninguna duda ni reparo en librar de prejuicios democráticos a su verdadera maquinaria de dominación y expoliación, haciéndola aparecer o ver como lo que realmente es: un instrumento directo del capital financiero. Para el imperialismo, mientras exista o no sea derrotado y aniquilado por la revolución proletaria permanente, su lucha por el “espacio vital” no será más que un disfraz para su expansionismo, es decir, para su política imperialista de anexiones y pillaje. Por esa razón tiene que defender a capa y espada y otorgarle impunidad para sus crímenes de lesa humanidad a su gran gendarme en el Medio Oriente: el sionismo israelí.
La contradicción principal que hizo posible la Primera Guerra Mundial de 1914-1918 fue la conflictividad entre Gran Bretaña y Alemania. En esa guerra, por cierto, el ahora gran gendarme del mundo (Estados Unidos) tuvo una participación de previsión, porque no podía permitir que Alemania dominase al continente europeo. Pero las guerras, desde hace un buen tiempo hacia acá, tienen su causa fundamental en las realidades de miseria, sufrimiento, reparto del mundo, dominio del mercado por unos superpoderosos monopolios, que son producto de la propiedad privada de los grandes medios de producción y de un Estado imperialista prepotente, perverso y despótico que se fundamenta en ella.
La contradicción más próxima de la Segunda Guerra Mundial fue la rivalidad entre los ya viejos pero ricos imperialismos (Gran Bretaña y Francia) y los retardados expoliadores imperialistas (Alemania e Italia) En esa guerra, por estarse viviendo un tiempo de declive del comercio mundial y doméstico, se exaltó como nunca antes el chauvinismo y, fundamentalmente, el antisemitismo (denominado por Engels como “el socialismo de los idiotas”), que afectó considerablemente a los judíos, pero que luego fueron premiados con la creación del Estado de Israel en el territorio de Palestina. Estados Unidos, actuando en esa guerra cuando ya Alemania daba evidencias de ver fracasar su proyecto nazista de ocupación y dominio absoluto de Europa, fue el gran vencedor como producto que la alta dirigencia soviética se negó a que el Ejército Rojo, luego de derrotar al hitlerismo en propio territorio alemán, continuara avanzado victoriosamente en toda Europa. El nuevo reparto del planeta por las grandes potencias que se disputaban supremacía mundial, calmó las tensiones por ese tiempo. Y cada quien a ocuparse de lo suyo mientras se tejían los rigores de la llamada guerra fría que duró hasta el derrumbe de la URSS y del bloque socialista del Este en 1990.
Alemania trató, y para eso declaró su guerra mundial, de “organizar a Europa” para beneficio y provecho de los intereses alemanes, mientras que Estados Unidos continúa con su política de tratar de “organizar el mundo” para beneficio y provecho de la economía imperialista estadounidense. El mundo actual, de una u otra manera, está repartido entre las esferas de influencias de las naciones imperialistas, pero el imperialismo estadounidense quiere un nuevo reparto para lograr el dominio casi absoluto de la riqueza –de todo género- del planeta y someter a casi todos los Estados a un neocolonialismo con visos muy sofisticados de democracia burguesa. Por eso, los pueblos del mundo y, especialmente, el proletariado sin fronteras se verá, obligados a un conflicto violento para oponerse y derrocar o derrumbar la erupción volcánica del imperialismo estadounidense que, de paso, ya inició su accionar haciéndole guerras a países como Afghanistán e Irak mientras que amenaza a otras con la misma posibilidad.
Pareciera una contradicción pero no lo es, el hecho de que a pesar que el mundo actual se caracteriza por la conquista de elevados niveles de desarrollo de la técnica y de las ciencias, la aplastante mayoría de la humanidad cada día se ve más cercada y acosada por la pobreza y el sufrimiento. La ley del desarrollo desigual golpea con poderosa fuerza, precisamente, a las naciones más atrasadas o subdesarrolladas, haciéndolas cada vez más dependientes de las importaciones de los países capitalistas altamente desarrollados y, a la vez, en más abastecedores de materias primas a éstos.
El mundo actual, el del siglo XXI, se caracteriza porque la economía de mercado está dominada no por miles de monopolios sino por unos centenares de supermonopolios económicos que le determinan el destino a todas las naciones y sus pueblos. El capitalismo está enfermo pero no agonizante. Ya nada le queda en sus entrañas para brindar como soluciones definitivas o de raíces a las profundas crisis económicas que brotan cada vez con más frecuencia, pero aún tiene a la mano, fundamentalmente por tantos Estados a disposición de sus designios, recursos para palear esas crisis y aparentar de nuevo su estabilidad permanente. Para que se mantenga el capitalismo es imprescindible la existencia resignada de esclavos que le produzcan la riqueza y le garanticen sus privilegios.
El tiempo en que la rivalidad competitiva entre naciones capitalistas se producía en una economía de mercado que daba prueba de expansión, pasó de moda y no volverá. Actualmente esa rivalidad está limitada al extremo, por lo cual no queda otra alternativa a los países imperialistas que pelearse por los jirones del mercado mundial. Lo lastimoso, lo verdaderamente lastimoso, es que el proletariado mundial, especialmente el de las naciones imperialistas, continúa –en general- viviendo un letargo que le obnubila la posibilidad real de una revolución proletaria permanente para que se ponga a la orden del día la transición del capitalismo al socialismo sin los peligros de una vuelta atrás, tal como aconteció con lo que se llamó Unión Soviética, el campo socialista del Este y, ahora, se está manifestando con rigurosidad en China.
La era en que se argumentaban las políticas imperialistas de expansionismo con frases, saludos, abrazos y besos de “buena vecindad”, quedó sumergida para siempre en un abismo, porque la política de concesiones y acuerdos se determina por la ley del embudo: lo ancho para los imperialistas y lo angosto para el resto del mundo. El imperialismo estadounidense no reposará, bajo ningún pretexto, su afán de supremacía unipolar en el planeta y para eso, en determinadas regiones, tiene sus acólitos gendarmes que le brindan condiciones para implementarla por una u otra vía de la lucha política. Ninguna política es tan perniciosa para la revolución permanente proletaria que el pacifismo mezclado con chauvinismo y plegarias por el desarme de los países que luchan por su derecho a la justicia contra las tropelías del mercado imperialista. La defensa de los imperialismos va acompañada de la destrucción de pequeñas y débiles naciones, porque la verdadera realidad de su defensa estriba en la manutención del dominio de los mercados, de sus concesiones foráneas, sus fuentes de garantía de materia prima y sus esferas de influencia. En otros términos: la defensa del imperialismo conlleva el dominio de la gran propiedad privada sobre los grandes medios de producción, de los poderosos capitales financieros, de sus privilegios y beneficios. No pasemos por alto, en este momento de la historia del mundo, que James Petra sostuvo que Obama es el primer presidente judío de Estados Unido y, por si fuera poco, de raza negra. De allí, que nadie espere ni confíe en que el imperialismo estadounidense asuma una actitud condenatoria y aplique sanciones severas al Estado sionista por sus crímenes de lesa humanidad.
El imperialismo estadounidense le ofrece al resto del mundo, a cambio de su resignación, establecer la “paz estadounidense”. Estados Unidos es, en este tiempo de dominio de la globalización capitalista salvaje, la personificación de todos los factores destructivos que encarna el capitalismo. Por eso, cada día que pasa y en vía de su segura muerte tarde o temprano, es la manifestación más acabada de la voluntad imperialista del poder y de la dominación del capital. Las crisis actuales del capitalismo, especialmente el imperialista, no hace más que crear desesperación por su propia falta de soluciones, lo cual se evidencia en que la parte más afilada de la navaja construida por él empieza a rasguñarle sus propias entrañas.
¿Qué ha demostrado la nueva crisis política generada por el sionismo israelí?
La crisis política creada por la acción del sionismo israelí contra la flotilla que llevaba ayuda humanitaria al pueblo de Gaza en Palestina, no ha hecho más que evidenciar la profunda crisis política que vive la Organización de Naciones Unidas, la OTAN, la OEA, la organización de los países árabes como también la de los países africanos y la de los países asiáticos. En todas e incluso en las que no es miembro, el Estado imperialista estadounidense es quien impone las pautas, quien determina la práctica, quien decide el destino de las mismas. En esos organismos de carácter internacional se dejan escuchar discursos encendidos de protestas contra el sionismo por representantes de Estados que oprimen a sus pueblos; se dejan oír intervenciones radicales en solicitud de sanciones severas contra Israel, pero no activan realmente para su aplicación ni ejercen ningún género de presión contra el imperialismo mayor (estadounidense) que termina imponiendo la práctica sin hacerle mayor caso a la teoría. Nunca el Estado israelí le ha hecho caso a las decisiones de la ONU, porque, sencillamente, Estados Unidos no las aplica. Y estamos viviendo un mundo donde Rusia se transformó en imperialismo capitalista que mantiene colonizado al pueblo de Chechenia que lucha por su derecho a la autodeterminación; y China, reconocida potencia económica mundial, es quien le saca las patas del barro al imperialismo estadounidense; es quien le compra su deuda externa para curarle heridas que, de no ser por esa conchupancia con el imperialismo estadounidense, pudieran convertirse en gangrena. Lo que de esa realidad se desprende es la necesidad de creación de una Nueva Internacional, no importa el número que se le etiquete, que recoja el espíritu del pensamiento y de la lucha de aquella Tercera Internacional cuando Lenin y Trotsky fueron sus cabezas más visibles y representativas. En fin: una Organización Internacional que impulse el sentimiento revolucionario, la lucha revolucionaria contra el imperialismo –en particular- y contra el capitalismo –en general-, como la condición necesaria para plantearse el socialismo.
De otro lado, la crisis política creada por la acción sionista, lo que hizo fue dejar que millones de ojos –fundamentalmente europeos- dejaran de mirar, por poquísimo momento, la profunda crisis económica y en buena parte política levantada sobre aquella, que se está materializando en Europa, donde se ha destacado la realidad caótica de Grecia, el eslabón más débil de la cadena capitalista europea, y que hace unos días, se le han agregado las situaciones graves de otros países europeos como Noruega y España. Las manifestaciones son gigantescas contra las políticas imperialistas y, especialmente, contra las que recortan los salarios de los trabajadores y de los empleados para tratar de salir de las crisis creadas por las políticas antipopulares del capitalismo, no sólo porque les desmejoran sus condiciones de trabajo sino, igualmente, de su vida social y, muy peligroso, ponen en jaque mate sus prestaciones sociales y muchos de los otros beneficios adquiridos con su sangre, su sudor y sus lágrimas en la lucha de clases. Además, en la Unión Europea, han comenzado aflorar serias contradicciones entre sus integrantes, porque las naciones más débiles, en tecnología y recursos económicos, acusan a las más fuertes de someterlas a condiciones denigrantes que supeditan su destino a los designios de los imperialistas. Mientras tanto, el coloso imperialista estadounidense mira desde las barreras, con una sonrisa hipócrita y con las garras preparadas para devorar presas de menor tamaño que se vean requeridas de sus servicios. Ya sabe que paleó bastante su crisis financiera con la ayuda o solidaridad, nada más y nada menos, de China.
Las amenazas de huelgas generales en Europa mantiene en vilo a los Estados capitalistas, pero éstos se reconfortan y reducen el tamaño de su preocupación, porque saben que ninguna de esas huelgas lleva olor a impulso insurreccional de cambio de poder político por otro distinto al sentimiento capitalista, es decir, no existe planteamiento de socialismo. El proletariado europeo está en una verdadera crisis de dirección revolucionaria y sin ésta, nada de nada de romper con las cadenas del capitalismo. En los cuatro países imperialistas más importantes y poderosos de Europa gobierna la extrema derecha, tal como son los casos de Inglaterra, Francia, Alemania y Rusia. Y en los demás, incluso donde gobiernan partidos socialistas, son tan conservadores del status capitalista que sus manos izquierdas actúan con el mismo dinamismo y fidelidad al capitalismo que las de derechas. Ningún partido comunista de Europa tiene, en la actualidad, la posibilidad de asumir el papel de vanguardia revolucionaria en la lucha de clases de las naciones europeas. No estamos negando la existencia de movimientos revolucionarios en países europeos, pero, pensamos que ellos mismos lo reconocen, no están, por ahora, en capacidad de ponerse a la cabeza y dirigir las luchas hacia una verdadera revolución proletaria.
Existe, por otra parte, una situación muy tensa y peligrosa entre Corea del Sur y Corea del Norte, incentivada y agravada por el intervencionismo descarado y parcializado del imperialismo estadounidense a favor de la primera, tratando de lograr el derrumbe completo de la segunda y su vuelta resignada al capitalismo para servir de mercancía a los más grandes monopolios de la economía imperialista. Igualmente, cada día se vuelve más agresivo el acoso a Irán, país que ha sido sancionado por cuarta vez por el Consejo de Seguridad de la ONU con doce votos a favor (ojo: incluyendo a Rusia y China), una abstención (Líbano) y dos en contra (Brasil y Turquía). El imperialismo estadounidense, fundamentalmente, solicita a gritos la aplicación de las sanciones. Sin embargo, en la ONU pueden 190 países de los 192 que la integran, aprobar sanciones contra Israel y basta con que Estados Unidos haga valer su voto de veto y todo queda grabado y archivado para la historia como una lucha de discursos y retóricas. En la ONU actual, el único voto de veto que tiene peso y decide es el del gobierno de Estados Unidos. Los otros cuatro (Inglaterra, Francia, Rusia y China) más, si queremos agregar, el de Brasil, son meros levantamientos de manos que no llegar a traspasar la frontera de las palabras. Y, de otro ángulo, se encuentra el elemento preocupante para, especialmente, el imperialismo estadounidense, la situación que se ha creado con la política de integración (llamada ALBA) que agrupa a Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, quienes de alguna manera están haciendo planteamientos de socialismo que, en otros términos, ha despertado simpatía en millones de latinoamericanos y, además, le aguó la fiesta de imponer el ALCA a Estados Unidos.
Nada más conveniente y provechoso para el imperialismo, en especial el estadounidense, tener un gendarme tan poderoso como el Estado israelí en el Medio Oriente, en una posición geográfica estratégica frente al Africa y Asia como igualmente no tan lejana de Europa. El poderío militar de Israel es incuestionable, su inteligencia y contra inteligencia es de las mejores del mundo, goza de las ventajas del mar Mediterráneo, posee bombas nucleares y un ejército que se formó y se ha desarrollado en continúa lucha militar. Además, disfruta de todas las prebendas que le otorga su incondicionalidad a los designios del más fuerte, armado y poderoso imperialismo que existe en toda la faz de la Tierra: el de Estados Unidos.
Existe, por otro lado, un elemento esencial de tomar en consideración para el estudio de Israel y sus potencialidades económicas y bélicas, que lo han convertido en un pequeño país con un Estado sionista e imperialista por dentro. Israel es una nación judía. Con el permiso de los judíos explotados y oprimidos, hay que reconocer que la necesidad práctica y el interés egoísta es el fundamento secular del judaísmo pero, además, por lo menos los explotadores y opresores de toda índole que son judíos, practican la usura como su culto secular y, por si fuese poco, tienen como su verdadero Dios al dinero. Eso significa que la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época, al decir del camarada Carlos Marx. O lo que es lo mismo, agrega Marx, que “La emancipación de los judíos es, en última instancia, la emancipación de la humanidad del judaísmo”. Y mientras exista capitalismo en la sociedad burguesa se engendrarán judíos en su propia entraña. ¿Acaso el Dios más importante de los monopolios no es el dinero vendiendo a su hija predilecta: la mercancía?
Para el Estado de Israel, quien además de judío es sionista por su racismo y ansia de dominio del mundo, “ El dinero es el celoso Dios de Israel, ante el que no puede legítimamente prevalecer ningún otro Dios. El dinero humilla a todos los dioses del hombre y los convierte en una mercancía. El dinero es el valor general de todas las cosas, constituido en sí mismo. Ha despojado, por tanto, de su valor peculiar al mundo entero, tanto al mundo de los hombres como a la naturaleza. El dinero es la esencia d e l trabajo y de la existencia del hombre, enajenada de éste , y esta esencia extraña lo domina y es adorada por él .
El Dios de los judíos se ha secularizado, se ha convertido en Dios universal. La letra de cambio es el Dios real del judío. Su Dios es solamente la letra de cambio ilusoria” (según Marx).
Sépase que el judaísmo no es ni le está permitido, por razones y factores históricos, crear un nuevo mundo, pero sí atrae las nuevas creaciones y las nuevas relaciones del mundo a la esfera de su industriosidad, debido a que la necesidad práctica, cuya inteligencia es el egoísmo, se comporta pasivamente y no se amplía a voluntad, sino que se halla ampliada con el sucesivo desarrollo de los estados de cosas sociales, de acuerdo a la opinión de Marx. Por eso el judaísmo se convirtió en victorioso, por ahora mientras tenga el apoyo incondicional del imperialismo capitalista, con la coronación de la sociedad burguesa, aunque ésta sólo se haya coronado en el mundo cristiano.
El judaísmo ha impuesto un imperio general, ha logrado enajenar al hombre y la mujer enajenados y a la misma naturaleza enajenada, los metamorfea en cosas venales, en objetos entregados a la servidumbre de la necesidad egoísta, al tráfico y la usura, como tal lo señala el camarada Marx. La esencia del judaísmo no se halla ni en el Pentateuco ni en el Talmud, sino en las realidades del capitalismo y, por eso, el judío no es una persona abstracta, sino un ser profundamente empírico. Eso quiere decir, que el judaísmo tendrá su fin con las realidades avanzadas del comunismo, donde no habrán Estado, clases sociales, contradicciones antagónicas, la humanidad será culta, las ciencias y la técnica estarán a disposición de todos los seres humanos, imperará el reino de la libertad sobre el de la necesidad, cada quien trabajará de acuerdo a su capacidad y recibirá bienes de acuerdo a sus necesidades y, muy importante, desaparecerán para siempre el dinero y la usura, fundamentos del judaísmo.
Bueno, dichas todas esas cosas anteriores, podemos aventurarnos a decir que si bien la profunda crisis económica por la que atraviesa el mundo y, con marcada preferencia, en Europa, ha provocado igualmente crisis política y ésta, agravada con la acción criminal de lesa humanidad cometida por el Estado sionista contra la flotilla humanitaria que iba en auxilio del pueblo palestino, sometido por el sionismo a denigrantes condiciones de miseria y opresión, en el mundo no habrá una Guerra Mundial por ahora. Y cuando reviente esa guerra será, esencialmente, entre continentes más que entre naciones. No olvidemos, como lo dijo el camarada Lenin, que la “… prueba del verdadero carácter social o, mejor dicho, del verdadero carácter de clase de una guerra no se encontrará, claro está, en su historia diplomada, sino en el análisis de la situación objetiva de las clases dirigentes en todas las potencias beligerantes. Para reflejar esa situación objetiva no hay que tomar ejemplos y datos sueltos (dada la infinita complejidad de los fenómenos de la vida social, siempre se pueden encontrar los ejemplos o datos sueltos que se quiera, susceptibles de confirmar cualquier tesis), sino que es obligatorio tomar el conjunto de los datos sobre los fundamentos de la vida económica de todas las `potencias beligerantes y del mundo entero”.
Una Tercera Guerra Mundial es tan inevitable como la muerte. Si no es ahora será después, porque las contradicciones antagónicas del mundo actual así lo determinan por factores de la economía fundamentalmente. La mayoría de la humanidad, como la mayoría de las naciones del planeta, cada vez son más sometidas a niveles insoportables y desesperantes de miseria social mientras que se reduce el porcentaje de los realmente ricos y privilegiados. La cadena se reventará por uno u otro lado. Quiera el proletariado sin fronteras comience por las naciones imperialistas y todos los obstáculos de las oligarquías nacionales se derrumbarán sin mayores esfuerzos o sacrificios de los revolucionarios.
Las crisis actuales, en fin de cuentas, no hacen más que reafirmar que el capitalismo es un modo de producción que más pronto que tarde debe morir para dar paso al modo de producción comunista.
La crisis mundial y, especialmente, la europea, entra en reposo para que miles de millones de ojos se distraigan mirando y disfrutando el Mundial de Fútbol. Después que se sepa quién se gane la copa mundial, volverán a oírse el toque de las campanas de las protestas. Nosotros, no tenemos un candidato único para ganar el Mundial de Fútbol, porque entre los militantes de El Pueblo Avanza (EPA), las opiniones están divididas, pero son Brasil y Argentina los que recogen el mayor porcentaje de las simpatías.
Cuando el Mundial de Fútbol deje de ser para siempre una compra y venta de mercancías, la humanidad entera disfrutará de todas las libertades que son indispensables para la felicidad de todos los seres humanos.