La paranoia del fin del mundo ha perseguido a la Humanidad desde hace milenios.
Sus versiones occidentales se basan y sustentan en la Biblia, tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento. Pero otras culturas también la han cultivado. Lo curioso es que actualmente parecen coincidir.
Al menos, el esfuerzo de History Channel, expresado en la serie que han denominado “El efecto Nostradamus”, es convincente.
Pero lo más convincente es la capacidad de destrucción que significa la energía atómica, inclusive la usada con fines “pacíficos” (como la generación de electricidad), ahora complementada con el proyecto HAARP, capaz de manejar el clima según los deseos de los potentados, tanto como de alterar las mentes mediante ondas electromagnéticas.
El mismo Einstein consideró que una guerra atómica acabaría con la civilización, de modo que la siguiente confrontación sería a palo y piedra, en caso de que quedasen sobrevivientes.
Las provocaciones a Corea del Norte e Irán, por parte de USA e Israel, buscan precipitar ese enfrentamiento final, al que pronto aportarían Rusia, China y Pakistán y, necesariamente, los países europeos que poseen armas nucleares.
También hacen parte de la misma estrategia la decisión francesa de interferir con la libertad de credo de los musulmanes al prohibir el uso público de la burka o velo islámico, y el fanatismo cristiano de los usanos al servicio de los potentados que, a través de un pastor evangélico, se ingeniaron una ofensa particularmente grave para los fanáticos islamistas, quemar el Corán.
Desde luego, todas ellas son acciones repudiables orientadas a perpetuar el período antropológico conocido como Historia, cuya característica principal es dividir a la humanidad para que los peores ejemplares sigan disfrutando de privilegios divinos, totalmente injustificables y sin fundamentos materiales.
Tales divisiones son fruto de lavados de cerebro sostenidos durante siglos y que ya estamos en condiciones de derrotar con la poderosa arma que esgrimió Jesús, la verdad.
Pero tenemos que apurarnos, pues la ofensiva de los potentados es enorme y puede dar al traste con cualquier ilusión de futuro ya que sus tácticas incluyen el embrutecimiento masivo, como se denuncia en los documentos referentes al proyecto HAARP. (Ver Cronología de invenciones relacionadas con HAARP. “1968 Científicos soviéticos declaran en el Oeste que los rusos han identificado frecuencias de campos magnéticos que ayudan a variar funciones mentales y fisiológicas”. “1975 El Senador U. S. Gaylord Nelson fuerza a la US Navy a liberar resultados de investigaciones que comprueban que radiaciones de frecuencias extremadamente bajas (ELF) alteran profundamente la bioquímica humana)
De todos modos, aunque se evite la hecatombe bélica, la continua extinción de especies tanto como la destrucción acelerada de la Tierra, son un espectáculo diario capaz de conllevar efectos igual de devastadores a los de la guerra. O hasta peores.
Los países que se consideran desarrollados y se postulan como modelos para los demás, han vivido una orgía de derroches estimulada permanentemente por la publicidad y otras formas de control mental, incluyendo las que permite el proyecto HAARP y las tradicionales ideologías políticas y religiosas que se hallan en la base de tantas guerras.
Quienes pueden, los han venido imitando. Al menos así fue hasta este nuevo milenio cristiano, heredero de unos 200 años de consumismo cada vez más desaforado que nos tiene al borde del abismo.
Los daños irreparables al medio ambiente; el envenenamiento de las aguas, el aire y los suelos; la contribución permanente al cambio climático mediante el consumo irracional de sustancias tóxicas y la destrucción de los nichos ecológicos que conservan naturalmente el equilibrio ecológico, nos obligan a detener inmediatamente las acciones humanas que los causan, y a tratar de reducir el daño de las que tienen sus origen en la naturaleza en vez de en las acciones humanas.
Es algo que nos incumbe a todos y cada uno. La incompetencia de los gobiernos, sean representativos o absolutistas, obedece a su caducidad histórica. Su época ya pasó; sólo falta que los inhumemos.
En la Nueva Era, únicamente es admisible la sociedad plana en la que todos valemos y somos respetados como milagros de la vida, en vez de humillados como siervos de los jerarcas de cualquier catadura.
Los problemas que enfrentamos los desbordan, como no deja de demostrarlo la catástrofe causada por la BP en el Golfo de México.
El gobierno más poderoso del mundo no fue capaz de reaccionar en defensa de la vida, para no afectar los intereses de la poderosa petrolera transnacional de origen británico.
Por eso, jamás admitió que la solución era elemental, ni que era indispensable aplicarla a la mayor brevedad, antes de que el daño fuese mayor.
La BP no ha estado dispuesta, de ninguna manera, a perder “sus” ricos yacimientos en el fondo del golfo. Y Obama jamás interferirá con los sagrados derechos de los potentados a la gran propiedad privada que expropia a las mayorías, condenándolas a la miseria en nombre de la libertad de empresa.
Desde luego, la pequeña propiedad individual lo tiene sin cuidado. Todos ellos consideran que su misión es servirle a la gran propiedad y a los potentados que la poseen.
O sea, en el capitalismo el derecho a la propiedad privada sólo se les garantiza a los potentados inescrupulosos e irresponsables que se han adueñado del poder patrocinando asesinos despiadados, saqueando a los pueblos, destruyendo el medio ambiente y comprando a los politiqueros,.
Éstos, por su parte, han convertido el ejercicio del gobierno en su profesión, excluyendo a sus únicos dueños legítimos, las mayorías de ciudadanos inermes y crédulos cuyos votos compran o seducen con promesas irrealizables.
Que en los despreciados estados del sur de USA, los pescadores, tanto como los hoteleros y todo el personal que vive del turismo, pierdan su fuente de ingresos no mortifica en lo más mínimo a los potentados.
Y a Obama le es indiferente, aunque trate de aparentar lo contrario para no perder votos. No toma medidas soberanas pero finge preocupación y hasta puede que piense en tomar medidas que sus amos le prohíben, de modo que no abandona el camino de las buenas intenciones que nos está llevando al Infierno.
Bajo el Neoliberalismo, lo único poderoso y respetable es la dictadura de las multinacionales, el imperio extraterritorial de los potentados.
De ahí que sea indispensable la participación de todo el que se sienta digno, pues los enemigos a vencer son poderosos y sin escrúpulos. Son enemigos de la Humanidad, no sólo de las víctimas del derrame de petróleo en el golfo causado por la BP.
Además, no es con codicia ni con la fuerza como se podrán resolver los problemas causados por los potentados empeñados en ampliar y acelerar el suicida consumismo.
Se requiere el aporte inteligente y generoso de todo el que esté preparado para contribuir a hallar e implementar las soluciones óptimas.
La decisión nos corresponde a todos. Nadie puede seguir suplantando a la Humanidad. O sea, nadie tiene derecho a decidir por ti o por mí o por el vecino.
Pero todos tenemos el derecho a participar en las decisiones que se tomen, y quedamos obligados a acatarlas, dado su origen que les otorga auténtica legitimidad.
Si somos inferiores al desafío, pronto estallará la guerra, y el caos será total.
Conviene no engañarse al respecto, pues los problemas no se resuelvan negándolos ni negándose a verlos, como decimos que hacen los avestruces.
Su solución requiere entenderlos y dedicar todos los esfuerzos necesarios para implantarla.
Actualmente, esos esfuerzos nos competen directamente a todos. No hay salvadores, y quien sostenga que lo es no pasa de ser un farsante, enemigo común, como el capo pedófilo y comemocos, Silvio Berlusconi; el estúpido cabrón Nicolás Sarkozy; o el criminal profesional, Vladimir Putin.
El simple demagogo Obama nada tiene que hacer frente a sus amos potentados, de modo que no cuenta. Apenas alcanzó a ser flor de un día que nos libró de la mortecina Bush. Desde entonces, su impotencia duele.
d.botero.perez@gmail.com