Las protestas son multitudinarias y recogen la voz de toda la sociedad: intelectuales, políticos de la oposición y también trabajadores y parados. Sobre todo la de los jóvenes parados, que no encuentran otra vía para canalizar su frustración y su ira ante un porvenir que se presenta muy negro. Los jóvenes tunecinos, como sus vecinos, no tienen otra salida que la emigración a la dorada Europa que no les ofrece sino precarización y empleo de ínfima calidad.
La chispa tunecina
Túnez fue el detonante, con una sociedad en la que más del 40% de la población son jóvenes, muchos de ellos universitarios bien formados, que tras un esfuerzo ímprobo para alcanzar un título pasan a engrosar el paro universitario, cifrado en este momento en alrededor del 23% frente a solo un 5% en 1994. Tasa que llega a alcanzar el 46% de desempleo 18 meses después de haber finalizado sus estudios.
Si a este descontento entre los futuros dirigentes del país se suma el de la gente de la calle, igualmente azotada por el paro y que sufre una escandalosa subida de los precios de los productos más básicos, a nadie extraña que los tunecinos salieran a la calle e iniciaran unas protestas que culminaron con la caída del corrupto régimen de Ben Ali. Protestas que se mantienen en estos momentos en las calles y pueblos de todo Túnez. Continúan manifestándose y exigiendo al gobierno de transición elegido a dedo hasta las próximas elecciones, que sanee la formación que debe de gobernar el país y principalmente expulse a aquellos ministros que proceden del anterior presidido por Ben Ali.
Los tunecinos están dispuestos a luchar hasta que lo consigan, aun a arriesgo de las numerosas muertes que estas protestas han producido. Las más de ellas ni siquiera reconocidas por la policía tunecina, que las reprimió de forma violenta en un primer momento. Tras la caída del dictador y de su gobierno corrupto, se ha posicionado del lado de los manifestantes, lo mismo que el ejército, que desde el principio se mantuvo en un segundo plano, negándose a intervenir y reprimir las manifestaciones.
El castillo de naipes en que se había convertido todo el norte de África empieza a desmoronarse y tras Túnez ahora le llega el turno a Egipto. Y todo apunta a que el siguiente sea Argelia o Yemen, tras las manifestaciones que se produjeron ayer 27 de enero, o cualquiera de los países vecinos. La frágil estabilidad de estos países, gobernados con mano de hierro por sátrapas apoyados y financiados por los países del primer mundo, parece que tiene sus días contados.
Egipto, como antes Túnez, se tambalea. Los egipcios ya no tienen miedo de salir a la calle y manifestarse exigiendo que el anciano dictador Hosni Mubarak abandone el poder tras más de 30 años en el cargo. Por primera vez desde hace muchos años, se han oído las voces de los egipcios calladas y reprimidas duramente por la policía al servicio de dictador. El martes 25 de enero, pasará a la historia de Egipto como el día de la ira, un acontecimiento que reunió en diversas ciudades del país a miles de personas exigiendo la caída del dictador y de su hijo y posible sucesor, Gamal, así como todo su gobierno.
Sin duda las consecuencias de las manifestaciones tunecinas han tenido un claro eco en todo el norte de África. Egipto ha dado un paso al frente y, como Túnez, aspira a un cambio de gobierno.
La ira en la red
Como sucedió en Túnez, las redes sociales han tenido un importantisimo papel en la difusión de las convocatorias a las manifestaciones y protestas. De nada ha servido la férrea censura que impera en el país, ni la prohibición expresa a manifestarse o de reuniones multitudinarias. Egipto ha perdido el miedo, éste ha sido sustituido por la ira, ira reprimida durante más de 30 años pero que las redes sociales, importantísimo su papel, han canalizado y difundido. Ayer Egipto, a pesar de que los móviles se intentaron silenciar y Twitter fue bloqueado, salió a la calle en más de 15 importantes ciudades del país.
Hoy la censura se ha extendido a todos los servicios web, incluidos Facebook y el chat de Google -redes que los manifestantes utilizaban para organizarse-, lo que se ha vuelto en contra del gobierno, pues los egipcios han vuelto a salir de la calle con más ira si cabe. Miles de manifestantes han hecho retroceder a la policía en el Cairo. El corte digital no ha impedido a algunos ciudadanos difundir por Facebook las imágenes del día.
En El Cairo, la plaza Tahrir, emblemático y principal enclave de la capital cairota, era un hervidero de gentes exigiendo un cambio de gobierno, hecho sin precedentes en Egipto, un país gobernado desde 1981 por la férrea mano del presidente Hosni Mubarak. El alto nivel de desempleo y el descontento de la población han provocado finalmente las multitudinarias protestas, alentadas sin duda por la reciente caída del gobierno de Ben Alí en Túnez.
Egipto exige un cambio, que puede venir de la oposición liderada por Los Hermanos Musulmanes, formación ilegalizada por Mubarak, pero también de los llamados “partidos moderados”.
Un papel importante en este cambio lo protagoniza Mohamed el-Baradei, premio Nobel de la Paz y protagonista de las negociaciones con Irán cuando era director general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA).
Según informaciones de agencia, Mohamed el-Baradei ha sido detenido esta mañana por la policía egipcia mientras participaba en una multitudinaria manifestación.
Una revuelta imparable
Los manifestantes han arreciado las protestas, a lo que la policía ha respondido duramente con pelotas de goma y gases lacrimógenos. Tres personas han muerto durante las manifestaciones por arma de fuego. Ni el bloqueo de internet o los móviles ha impedido salir a la calle a los egipcios que siguen manifestándose y pidiendo la caída del régimen de Mubarak. Tras El Cairo, Alejandria, Suez o Al Areehs en la península del Sinaí han tomado el testigo de las manifestaciones.
En su cuenta de Twitter, Mohamed el-Baradei escribió: «Apoyo plenamente el llamamiento a manifestaciones pacíficas contra la represión y la corrupción». «Cuando nuestras peticiones de cambio caen en saco roto, ¿qué opciones quedan?», se preguntaba.
El político opositor había colgado otro mensaje en el que decía que «está escrito en las paredes, espero que el régimen lo entienda: el cambio no puede esperar». Ya durante las protestas que llevaron la semana pasada a la salida de Túnez del presidente Zine al-Abidine Ben Ali había advertido que «el régimen en Egipto debe entender que el cambio pacífico es la única salida». «Lo sucedido en Túnez no es una sorpresa y debería ser muy ilustrativo tanto para la élite política en Egipto como para aquellos en Occidente que apoyan a dictadores».
¿Permitirá las manifestaciones el ejército egipcio, principal bastión de Mubarak y quien durante estos 30 años le ha apoyado sin fisuras permitiendo su continuidad en el cargo? ¿Obedecerá ciegamente las órdenes del dictador, reprimiéndolas e impidiendo como en el caso de Túnez, la caída del sátrapa?
El miedo a la islamización del país juega a favor de Mubarak. Son muchos, no solo en Egipto, los que no quieren que partidos como el de Los Hermanos Musulmanes puedan llegar al poder. Ni EEUU ni la Unión Europea están dispuestos a aceptar la llegada de los islamistas al gobierno en Egipto, uno de sus principales aliados en la región.
Para aquellos que amamos ese país, estos son sin duda días duros. Como a Túnez, a Argelia y a los demás países del norte de África, no cabe sino desearle una transición pacífica y moderada. Si no se hace así, miles de muertos nos la reclamarán.