Una de las características de la impotencia del régimen es que ha sustituido el necesario discurso sobre reformas con un creciente uso de la violencia, intimidación y tortura en zonas donde los ciudadanos han expresado una inamovible voluntad a continuar con su oposición ante el sistema existente. Han muerto asesinadas más de mil personas y varios miles más han resultado heridas, mutiladas o encarceladas. Está ya muy claro que la insistencia del régimen en erradicar el movimiento de protesta antes de iniciar cualquier reforma tiene como objetivo eludir las peticiones del pueblo y mantener su capacidad para definir unilateralmente los límites de cualquier reforma.
La negativa del régimen a reconocer al pueblo como formando parte de la ecuación de la autoridad se refleja en los términos a veces negativos y degradantes que utilizan los órganos del régimen y sus medios de comunicación para describir a los manifestantes. Según ellos, el pueblo es “escoria”, no entiende el significado de la dignidad y la libertad; una asamblea de cucarachas a la que hay que eliminar; grupos de individuos estúpidos, atrasados y de mente cerrada que no pueden participar en las decisiones que son la prerrogativa de las elites representadas por el régimen.
El régimen sirio está casi seguro de apostar por la posición de otros estados árabes, que hasta ahora han permanecido silenciosos sobre su conducta. Igualmente, está sirviéndose de la débil posición internacional, especialmente la de Rusia y China, que siguen impidiendo que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas emita un comunicado de condena.
No obstante, el movimiento de protesta sirio ha conseguido logros importantes. Y no sólo en cuanto a superar la barrera del miedo. Es mucho más que eso, ha establecido la existencia de un pueblo que se reconoce a sí mismo como realidad política activa; cientos de miles de sirios que anteriormente habían renunciado a sus derechos ante el statu quo han vuelto a entrar en la arena política. Además, aquellos que simpatizan con el movimiento superan en gran medida a los que participan activamente en las protestas. Grandes franjas de partidarios y acólitos del régimen están también distanciándose.
Por tanto, a pesar de los golpes sufridos, no es el movimiento popular de protestas quien se enfrenta ahora a una crisis, sino el régimen. La batalla pérdida emprendida contra su propio pueblo lo ha forzado a despojarse de todas sus convicciones políticas, legales y morales y a endosarse la túnica de una milicia medieval. Ha perdido el derecho a confiar en recuperar su posición como sistema político y es totalmente imposible que pueda recobrar la confianza del pueblo acudiendo como hace al asesinato, las mentiras y los engaños.
Sin duda, la mayor fortaleza del movimiento de protesta sigue siendo su capacidad para conseguir sus objetivos a partir de la dinámica interna del levantamiento: los designios del pueblo sirio y su capacidad de hacer sacrificios en aras a conseguir sus demandas. Hasta ahora han desplegado un espíritu y nivel de heroísmo inalcanzados en ningún levantamiento árabe anterior, y continúan insistiendo en su victoria. Así es, la violencia del régimen sólo ha conseguido reforzar la convicción del pueblo en lo inevitable del cambio para reafirmar su derecho a ser los dueños de su destino.
La gente es consciente de que pararse ahora, a medio camino, no les va a garantizar nada y que su sacrificio habría sido entonces en vano. Estarían entregando la victoria a un régimen cruel y opresor que no dudaría en utilizarla para ampliar su círculo de abuso y opresión del pueblo, relegando cualquier esperanza de cambio a un futuro lejano.
El régimen no ha aprendido del levantamiento ni una sola lección positiva que pudiera inducirle a emprender reformas en el futuro. En los dos meses que lleva enfrentándose a civiles desarmados, ha alumbrado un nuevo régimen fascista que no vacila a la hora de asesinar y mutilar. Matar ha llegado a ser más fácil que hablar, y se sirve de numerosos métodos para hacerlo. Ese uso intensivo de la violencia le permite montarse a las espaldas de la gente; insultarles y torturarles en formas jamás antes imaginadas. Se convertirá en un ejemplo de régimen violento, castigos colectivos, detenciones masivas y opresión de intelectuales y políticos, como de hecho está sucediendo ya. Y transformará el estado en un feudo en el que el señor feudal, el amo del país, tiene la propiedad de la tierras y todos aquellos que trabajan y viven en ella no son más que súbditos obedientes.
Esto explica el impulso creciente de las pacíficas protestas y los planes para formar una entidad nacional capaz de conseguir dos de los objetivos por ahora más urgentes: primero, tranquilizar a aquellos sectores del público sirio que aún temen implicarse en las manifestaciones populares a pesar de que creen en la necesidad del cambio y rechazan las actuales políticas del régimen y las inhumanas estrategias de seguridad. Y segundo, hacer un llamamiento a la opinión pública y a los organismos internacionales para que estrechen el cerco sobre el régimen, aislándolo y quizá desahuciándolo por su uso de prácticas sistemáticas de asesinato, tortura y represión.
Es evidente que el régimen sirio ha abandonado cualquier ilusión de diálogo, negociación o reforma y que se ha atrincherado ahora más que nunca tras las ametralladoras, tanques y blindados. Esto no augura nada bueno para el pueblo sirio y engendra –o debería engendrar- nuevas responsabilidades por parte de la comunidad internacional a la hora de protegerle: actuar con rapidez para aislar al régimen asesino de Damasco, expulsándole de los foros y organizaciones internacionales. El régimen debe abrir los ojos ante el hecho de que la comunidad internacional no está dispuesta a permitir ya que una junta gobernante masacre a su pueblo sin tener que asumir la responsabilidad por sus acciones ante el sistema internacional.
Es fundamental que actuemos con rapidez y de forma decisiva para erosionar y aislar completamente al régimen sirio, hasta que se vea obligado a deponer los instrumentos de violencia excesiva que está utilizando contra manifestantes pacíficos y abrir canales serios de negociación bajo los auspicios árabes o internacionales. Esto debe hacerse para poder superar la fórmula actual de gobierno, impuesta a partir de la monopolización del poder, la corrupción y un aparato de seguridad brutal. Debe hacerse para poder evolucionar hacia un sistema democrático multipartidista que garantice los derechos de todos los sirios y asegure sus libertades y el futuro de sus niños.
Llegados a ese punto, el diálogo no va a ajustarse ya a la agenda de una autoridad que busca fortalecer el sistema actual, sino que girará en torno a los acuerdos necesarios sobre el calendario y los mecanismos de transición, así como sobre las decisiones y reformas que los faciliten.
Burhan Ghalioun es Director del Centro de Estudios sobre el Oriente Contemporáneo (CEOC) en París y Profesor de Sociología Política en la Universidad de París-III (Nueva Sorbona). Es autor de varios libros destacados y de cientos de artículos publicados en diversas revistas. Su página en Internet es: http://critique-sociale.blogspot.com/