Como siempre, los asesinatos
políticos queriéndose justificar con la “salvación de la patria
que se desprendió de un bandolero enemigo de la democracia”. La mismita
justificación que han dado por siempre los más lánguidos gorilas
fascistas de la América Latina y el mundo donde han tenido la
temeridad de posar su bota ensangrentada de pueblo.
Si se pudieran
sobreponer los tiempos y observar las justificaciones de los crímenes
políticos cometidos por Pérez Jiménez en Venezuela, Pinochet
en Chile, Trujillo en República Dominicana, Strosner en Paraguay, Somoza
en Nicaragua y Videla en Argentina , se notaría la patética coincidencia
del desprecio por la vida de los revolucionarios.
Y eso exactamente
fue lo que ocurrió este viernes cuando el Ministro de Defensa
de Colombia hacía público el parte de guerra donde quedó abatido
Guillermo León Sáenz, el Alfonzo Cano de la guerrilla colombiana.
El ministro Pinzón a ceja alzada y con muy mala fraseología, explicaba
al mundo la forma como fuera asesinado el guerrillero, no sin antes
inundar de epítetos insultantes y descalificadores a quien, aunque
no se compartan sus procedimientos de lucha, como ser humano y como
un colombiano, que equivocado o no, quiso sembrar su tierra de una justicia
en la que él creía.
También hizo lo propio y en el mismo
formato el presidente colombiano.
Alfonzo Cano como se le conocía
en la guerrilla, parte de una familia de clase media y ejemplar
modo de vida. A los escasos veinte años recibe el titulo de Antropólogo
en la Universidad Nacional de Colombia. Desde allí se conforma una
recia personalidad de izquierda, aderezada en el partido Comunista
desde donde salió a formar parte de las FARC.
Combatía la infiltración
narco guerrillera y aunque siempre creyó en la guerra de guerrillas
para llegar al poder era contrario a las posiciones abominables del
atentado artero y la emboscada asesina. Era pues un soñador angustiado
por no conseguir en el mundo de la guerra, la mejor manera para evitar
el aniquilamiento enemigo.
Por eso se le hizo un blanco fácil a Santos
y a Pinzón. Con seguridad las fuerzas colombianas no escatimaron embates
para llegar a su humanidad ya sexagenaria. Y allí en su campamento
quedó inerte el cuerpo de un hombre que creyó siempre en una idea,
hasta ese momento último de su vida.
Sin duda los radares del imperialismo
yankee, pudieron otra vez asestarle un golpe a la guerrilla colombiana.
Pero también sin duda, el viejo cuento de la derecha sanguinaria del
mundo tratando de justificar los asesinatos que comete, empieza a enfilarse
con ella, rumbo al crematorio que la historia les ha reservado.