Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona
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“¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!” Esas fueron las palabras que pronunció el presidente mexicano Porfirio Díaz (1830-1915) y que permanecerán vigentes en la medida que los políticos norteamericanos se mantengan fieles a las ideas del expansionismo anglosajón basadas en la Doctrina Monroe y en las ideas del Destino Manifiesto acuñadas por O’Sullivan.
México es el vecino más cercano y más débil de Estados Unidos. México ha sido víctima muchas veces de semejante vecindad. La intervención norteamericana de 1846 a 1848 ocupa un lugar especial en la memoria de los mexicanos. Nos hemos acostumbrado a llamarla la Guerra México-Estados Unidos. La lejanía histórica y geográfica de aquellos eventos dificulta evaluar el daño infligido sobre México por las acciones de combate y los beneficios geopolíticos alcanzados por Estados Unidos.
A consecuencia de la guerra, los antiguos estados mexicanos de Utah, Arizona, Nevada, California y Nuevo México fueron incorporados a Estados Unidos. Tejas había obtenido la independencia de México un poco antes y se había unido a Estados Unidos algunos años antes del inicio de la guerra. Todos aquellos territorios habían sido tierras soberanas de México que despertaron los apetitos expansionistas en la comunidad norteamericana que ya se había dado cuenta que “lo que no está bien cuidado hay que agarrarlo.”
Los problemas se iniciaron con Tejas. Los colonos anglosajones se trasladaron más hacia el oeste y gradualmente se asentaron en las tierras que en esa época eran mexicanas. Esta corriente creció considerablemente después que Estados Unidos compró la Luisiana a Francia. Muchos norteamericanos blancos abandonaron la Luisiana y se instalaron en Tejas en las nuevas tierras. Alrededor de 1830 había unos 30 mil norteamericanos en Tejas. Se dio una compleja relación entre los mexicanos católicos y los anglosajones protestantes. Los protestantes abiertamente expresaban su descontento con las leyes mexicanas. Exigían una mayor libertad política y económica.
Incluso la abolición de la esclavitud en México provocó la indignación de los dueños de esclavos en Tejas, como también la prohibición de la migración desde Estados Unidos hacia las áreas fronterizas de México. No es de extrañarse que estallara la guerra de independencia de Tejas el año 1836 donde México fue derrotado. Los tejanos obtuvieron un apoyo considerable de parte de Estados Unidos cosa que determinó de antemano la correlación de fuerzas.
México aceptó la independencia de Tejas con una condición en el sentido que Tejas permaneciera como república independiente, como “estado tapón” entre ambos vecinos. Aun así, Tejas fue absorbida por Estados Unidos.
Esto fue solo el comienzo. La frontera México-Tejas no quedó estrictamente delimitada. Washington pretendía que se fijara más hacia el interior de México, algo que resultó inaceptable para los mexicanos. Luego entonces Washington decidió recurrir a la fuerza. Con el objeto de disimular sus intenciones, iniciaron conversaciones con el propósito de comprar una parte de territorio mexicano. Luego los diplomáticos norteamericanos exigieron que México pagara una compensación por los daños ocasionados durante la guerra a la propiedad de ciudadanos norteamericanos, lo cual se calculó en unos 60 millones de dólares. En caso que esto fallara, Washington sugirió que adquiriría los estados de California y Nuevo México por 25 y 5 millones de dólares respectivamente. Nada de esto prosperó.
Por otra parte, México exigió la devolución de Tejas. Sin pensarlo dos veces, Washington tomó la decisión de emplear la fuerza y el ejército norteamericano cruzó la frontera mexicana ocupando los territorios en disputa. El gobierno mexicano exigió el retiro de las tropas norteamericanas pero Washington no retrocedió y además bloqueó los puertos mexicanos. México no tuvo otra alternativa que hacer la guerra lo cual resultó en una catástrofe. El país perdió 1,3 millones de kilómetros cuadrados de tierra (casi la mitad de su territorio). Una oleada de fervor patriótico se desató en Estados Unidos. Después de la guerra muchos en Estados Unidos comenzaron a ver con seriedad las palabras de 0’Sullivan acerca del Destino Manifiesto que quería decir que Estados Unidos fue escogido entre otras naciones para una misión en el mundo de inspiración divina. México reducido a la mitad se convirtió en un niño obediente en las manos de Estados Unidos. El fantasma del dolor causado por esa injusta derrota sufrida hace mucho en la historia, se mantiene fuerte en la sociedad mexicana. Existe en el Parque de Chapultepec en Ciudad de México, un monumento en honor a seis cadetes que se lanzaron al vacío desde las murallas del palacio con el objeto de evitar ser prisioneros de los invasores norteamericanos. El mayor de ellos tenía 19 años. Las aspiraciones revanchistas se mantiene fuertes entre los mexicanos pero la dependencia absoluta de Washington de las elites políticas mexicanas impide que este sentimiento adquiera formas de movimiento público masivo.
Del mismo modo, la política migratoria norteamericana exaspera a los mexicanos. Como es sabido, la frontera México-Estados Unidos es de 3100 kilómetros de largo. Anualmente, miles de personas la han cruzado en busca de trabajo. En el año 2006 el congreso norteamericano aprobó la construcción de un muro de 1100 kilómetro de largo. Numerosos guardias fronterizos lo patrullan. Su misión es detener a aquellos que lo cruzan ilegalmente.
El muro (del cual los turistas alemanes se mofan) hace que la travesía sea mucho más difícil. Muchos emigrantes ilegales mueren en el desierto debido al calor, al frío, hambre y serpientes venenosas. Estados Unidos, que es una nación de emigrantes, ha comenzado a odiar a aquellos que vienen de otros países. La segunda, tercera o quinta generación de inmigrantes se rehusa de plano a brindar a otros la oportunidad de hacer lo que hicieron sus antecesores. No hace mucho, durante la época de la Unión Soviética, Washington abucheó a Moscú por no permitir la migración desde Rusia. Ese espectáculo ya terminó. Aquellos que agitaban la libertad de migración ahora crean problemas en el camino de aquellos que desean emigrar desde los países del antiguo espacio soviético.
La migración desde México es un caso especial. Los mexicanos tienen derecho moral para vivir en Utah, Arizona, California, Tejas y Nevada. Hace solo un poco más de cien años esa tierra les pertenecía. Sus antecesores vivieron aquí cientos de años, por su buena voluntad ellos amistosamente dejaron que los primeros anglosajones de asentaran allí.
Los colonos tenían incluso el derecho de comprar tierra a precios módicos y las facilidades de pago estaban garantizadas. En cuanto el número de colonos alcanzó a varias docenas de miles, Washington organizó una farsa política con el objeto de reconocer la soberanía de Tejas y en consecuencia invadir la mitad del territorio mexicano. En todo caso, Tejas fue utilizada como cabeza de playa para penetrar a fondo en el territorio. No olvidemos que el pretexto formal para la mayor ofensiva contra México fue la inconformidad de Washington respecto de la delimitación fronteriza.
Tracemos un paralelo con el denominado “problema circasiano” sobre el que la comunidad de analistas norteamericanos se ocupa activamente hoy en día. Las comparaciones son más que propicias toda vez que Washington no está satisfecho con las actuales fronteras entre las “repúblicas circasianas” de la Federación Rusa. Los autores ensayistas políticos y expertos geopolitólogos plantean cambiarlas casi como ultimátum.
Bruselas decidió bailar al son de la música norteamericana de la misma manera en que Londres y París reconocieron a Tejas el año 1836 creando así las condiciones previas para la futura guerra; en 1845 ellos trataron de disuadir a México de una resistencia armada con el objeto de derrotar el dictado de Washington. El comportamiento de otros países europeos está muy lejos de sentar un ejemplo en cuanto a ser capaces de plantear algo nuevo o demostrar adhesión a la democracia. De la misma manera que en 1845 toda Europa siguió a Francia y Gran Bretaña deseando que México hiciera como decían París y Londres. Hoy en día Bruselas argumenta con el mismo lenguaje de Washington y la OTAN.
Washington exige a Rusia que de manera inmediata reciba a varios cientos de miles de circasianos desde Siria, Jordania, Israel, Turquía y de otros países porque históricamente ellos vienen del Cáucaso. Nadie lo discute y nadie dice que ese no es el caso. La evacuación de 32 familias Adigue* de Kosovo asolado por la guerra en los años 90 demuestra el hecho que Rusia está preparada para cumplir con los circasiano extranjeros. En la actualidad, el posible movimiento de circasianos y chechenos desde Siria es un problema que está en la agenda.
Pero, ¿qué ha hecho Estados Unidos por los mexicanos que históricamente vienen de los estados sureños? ¿Alguna vez un político norteamericano ha planteado el problema de la repatriación de los mexicanos a la tierra de sus antepasados, tierra que fue arrebatada por Washington? No. La idea nunca se les ha ocurrido. Al contrario cada vez ponen más dificultades en la vía para que “los mexicanos se conviertan en norteamericanos viviendo en Estados Unidos,” desde lo diplomático (visa, papeles) hasta lo físico (el muro que separa a Estados Unidos de México equipado con la última palabra en detectores y patrullas fronterizas).
Washington le exige a Moscú que provea adecuadas infraestructuras sociales para los circasianos que deseen vivir en Rusia. Dicho sea de paso, el 50 por ciento y tal vez más, de las repúblicas circasianas viven de donaciones. De tal modo que no hay manera de acomodar a los recién llegados sino con dinero del presupuesto federal.
Al mismo tiempo, Washington constantemente recurre a razones económicas y sociales para justificar sus planes de endurecimiento en la frontera con México. Sostiene que los problemas son causados por el enorme número de inmigrantes provenientes de América del Sur. Además, los sociólogos y los estudiosos políticos tocan la alarma en torno al cambio de paisaje de la América Anglosajona. “Ochocientos cincuenta mil estudiantes universitarios estudian castellano en comparación con 210 mil que estudian francés y 198 mil que estudian alemán. Alrededor de 40 millones de ciudadanos norteamericanos hablan el castellano con fluidez; cuatro millones de norteamericanos blancos se expresan con facilidad en castellano y se comparan en número con los niños nacidos de familias latinas en el territorio norteamericano los cuales superarán en número a las familias afroamericanas y anglosajones y llegarán a ser el 30 por ciento de los recién nacidos el año 2050.
El cambio del paradigma mental ha ocasionado un aumento en el interés por el idioma castellano entre los estudiantes norteamericanos.” (1) La dinámica étnica y demográfica demuestra que el problema de la migración debería ser tratado tomando en consideración todos los aspectos correspondientes desde la cultura hasta la economía. La incapacidad para manejar este proceso podría en realidad fomentar revueltas sociales.
*Adigue, Pueblo del noroeste del Cáucaso principalmente musulmán sunni. Su idioma.
(1)Alberto Buela. Hispanics Throw the Gauntlet to Anglo-Saxons (Los Hispanos le Lanzan el Guante a los Anglosajones) www.segodnia.ru 04.04.2011
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