En verdad, indigna enterarse, conocer, ver y escuchar, por diversos medios de comunicación, sobre lo que ha hecho y está haciendo el Estado sionista con el pueblo palestino. Es una confrontación profunda y cruelmente desigual en perjuicio de los palestinos. La tecnología permite a los sionistas cometer toda clase de criminalidad de lesa humanidad. Casi todos los gobiernos del mundo condenan al Gobierno israelita. No más, de allí no pasan. Y no pasan, porque el primer y más poderoso gendarme del planeta está de lado del sionismo. Obama, aunque no lo crean, es mucho más sionista que Bush. Y la señora Clinton mucho más sionista que Condoleezza.
Pero por encima de Obama y de Bush, de la señora Clinton y de Condoleezza, al servicio del sionismo, están la mayoría de los gobiernos árabes y musulmanes. Si no es así que Alá nos castigue. Profusamente reaccionarios, enemigos del socialismo, amantes acérrimos del capitalismo y epígonos del imperialismo es la mayoría de los gobiernos árabes y musulmanes. Que de la boca hacia afuera griten palabrotas contra el imperialismo y algunos amenacen con borrar del mapa a Israel, no es más que un cuento chino. Basta con describir las realidades objetivas que viven sus pueblos y los niveles de represión que aplican contra todo lo que se oponga a sus políticas elitistas y altamente burguesas. Sin embargo, es justo exonerar de esa realidad a millones de árabes y musulmanes que verdaderamente sí son antiimperialistas y anhelan la construcción de un nuevo mundo pero, lamentablemente, no son gobiernos. Más bien, son víctimas de los Estados árabes o musulmanes enemigos del socialismo.
Más de seis décadas viene siendo el pueblo palestino víctima de las tropelías del sionismo, del imperialismo y del capitalismo y, por otro lado, de la falta de verdadera solidaridad internacionalista de parte del proletariado mundial, que por nada del mundo se decide hacer la Revolución. Atrás quedó ese tiempo en que judíos y musulmanes vivían sin hacerse daño los unos con los otros. Jerusalén parece, ahora, una tierra donde sólo quedan misterios escondidos, historias mutiladas, biografías incompletas, autobiografías casi concluidas en el prólogo. Y Gaza es la cenicienta que paga los platos rotos. Por eso Gaza sigue siendo ese símbolo de lucha que el sionismo y el imperialismo, juntos o por separados, no han podido eclipsar para hacer desaparecer por siempre al pueblo palestino y expandir el imperio sionista.
Si al nazismo lo alimenta, ideológicamente, el espíritu de una tal raza pura, aria, que ha generado una mezcla o permutación de odio racista con odio personal. El nazismo y el sionismo, aunque se repulsen uno al otro, vienen siendo las dos caras de una misma moneda. Con esa realidad tiene que vivir y enfrentarse la mayoría del mundo actual hasta que un día amanezca el proletariado (especialmente de las naciones más altamente desarrolladas del capitalismo) "enloquecido", arrecho, con heridas en sus venas, rasgadas sus pieles y una inquebrantable decisión de hacer valer la fuerza propulsora de futuro que lleva en sus entrañas y hagan lo que han debido hacer hace décadas: que suenen las campanas y las vanguardias toquen sus clarinetes anunciándole al mundo el fiat lux de la Revolución proletaria.
Los extremos (hartos de sectarismo, dogmatismo y pragmatismo), se ha demostrado, son chocantes y repugnantes, nunca logran sus objetivos, apresuran sus caídas porque lo que realmente establecen, aun cuando ofrezcan ramilletes de libertades, es nepotismo con consecuencias incompatibles con la dignidad del ser humano. Por eso coinciden, negándose y odiándose unos con otros, los musulmanes que sostienen que Israel debe ser barrido del mapa con los sionistas que creen que Palestina debe ser borrada del mapa. Menachen Begin ex primer ministro Israelí y que por cierto fue asesinado por un fanático sionista acusándolo de traicionar los postulados sionistas, incluso, llegó a decir el siguiente barbarismo que lo asemejó, como gemelo, a Hitler como nazista: "Nuestra raza es una raza de amos. Somos Dioses divinos en este planeta. Somos tan diferentes de las razas inferiores como ellos lo son de los insectos. De hecho, comparados con nuestra raza, las otras razas son bestias y animales, a lo más ganado". El hijo del exprimer ministro Ariel Sharon sostuvo otro barbarismo político o, mejor dicho, antipolítico: "Israel debe aplastar toda Gaza de la misma manera que los Estados Unidos destruyó la ciudad japonesa de Hiroshima, con el bombardeo nuclear en 1945". Se puede estar seguro que en la Casa Blanca aplaudieron y brindaron por las palabras del hijo de Ariel Sharon.
Son, sin duda alguna, admirable las manifestaciones de protesta contra el sionismo y de solidaridad con los palestinos; es admirable el rechazo que la mayoría de los gobiernos del mundo han expresado contra el salvajismo sionista; y más admirable aun, son esas organizaciones que han desafiado el poderío sionista en las aguas del mar para llevar solidaridad a los palestinos de Gaza y han sido víctimas de la represión del Estado sionista. Eso lo admiramos, pero se ha llegado a un punto en que esas manifestaciones no son suficientes, aunque reconocemos que no estamos en potestad ni poseemos autoridad de ninguna naturaleza para decirle al mundo lo que debe hacerse y lo que no debe hacerse en relación con el sionismo, porque la primera palabra la tienen los pueblos árabes y musulmanes. Y esa palabra, a nuestro juicio y nos disculpan los que crean que estamos errados y sin que se entienda que nos estamos inmiscuyendo en asuntos que no nos corresponde determinar, debe pasar por la fase en que sean derrocados todos los gobiernos árabes y musulmanes que sigan siendo aliados esenciales o epígonos del imperialismo capitalista. De lo contrario, Palestina continuará siendo la víctima más indefensa del sionismo.
En verdad, no hallamos qué decir, cómo condenar la barbarie sionista, cómo solidarizarnos con el pueblo palestino. Del corazón nos sale decir: estamos con Palestina, aborrecemos el sionismo, ansiamos la derrota del imperialismo, invocamos el socialismo en todo el planeta. Pero, igualmente, sabemos que eso no depende de nuestras voluntades sino, fundamentalmente, del proletariado: árabe, judío, católico, budista, comunista, europeo, asiático, americano, africano, oceánico; en fin: de la fuerza y la conciencia de los trabajadores del mundo y, muy especialmente, el de las naciones de capitalismo altamente desarrollado.