El secretario de Estado estadounidense John Kerry ha hecho una serie de declaraciones aparentemente en señal de duelo por la muerte de la agente del ministerio de Exteriores de 25 años Anne Smedinghoff, una de los cinco estadounidenses, incluidos tres soldados, muertos el pasado sábado [6 de abril] en un atentado con un coche bomba en la provincia de Zabul al sur de Afganistán.
La muerte de una persona tan joven es trágica, como lo ha sido la muerte de los casi 2.200 soldados estadounidenses muertos en los once años de guerra y ocupación [de Afganistán]. Sin embargo, el objetivo de las palabras de Kerry no es tanto reconfortar a los apesadumbrados familiares y amigos como justificar y defender la guerra que ha costado la vida de esta joven.
Kerry afirmó que esta muerte presentaba “un fuerte contraste a ojos de todo el mundo entre dos grupos de valores muy diferentes”. “Por una parte”, afirmó, había “una valiente joven estadounidense […] decidida a avivar la luz del conocimiento por medio de libros escritos en la lengua nativa de los estudiantes a los que ella nunca conoció pero a los que se sentía obligada”, mientras que en el otro lado había “cobardes terroristas decididos a traer la oscuridad y la muerte a unos completos desconocidos”.
El mismo día en que Anne Smedinghoff perdió la vida un ataque aéreo estadounidense mató al menos a 18 personas, incluidos 11 niños de edades comprendidas entre unos meses y ocho años. Seis mujeres resultaron gravemente heridas en el ataque. Kerry no pronunció una sola palabra de simpatía por la pérdida de estas jóvenes vidas ni tampoco por sus padres que los lloraba. No hay ni que decirlo, la muerte de estos once niños no recibió ni una centésima parte de la cobertura dada a la de la diplomática estadounidense en los medios de su país que, como siempre, desprecia las vidas afganas.
Vale la pena recordar que el nuevo secretario de Estado estadounidense y exsenador democrático por Massachusetts empezó su carrera política como joven veterano que denunció públicamente la Guerra de Vietnam War. Kerry, ahora la persona más rica del Senado, se dedica a promocionar y lavar la imagen de las nuevas guerras imperialistas de agresión y a encubrir el mismo tipo de atrocidades que una vez intentó denunciar.
La retórica de Kerry acerca de que Estados Unidos lleva desinteresadamente la luz y el “futuro” a Afganistán y de que aquellos que resisten a Washington son cobardes, terroristas y las fuerzas de la oscuridad es tan vieja como el propio colonialismo. Los franceses en Argelia e Indochina, los británicos en India, África y otras partes, y las demás potencias europeas que conquistaron más de una cuarta parte de la superficie de la tierra durante las tres últimas décadas del siglo XIX utilizaron todos ellos un lenguaje prácticamente idéntico que proclamaban sus principios civilizadores y humanitarios mientras saqueaban estas tierras y masacraban a sus pueblos.
El prolongado enfrentamiento de Afganistán con el imperialismo estadounidense dura ya más de tres décadas y culmina en los últimos once años de ocupación militar estadounidense directa y control semicolonial de su corrupto gobierno instalado por Estados Unidos. ¿Qué “luz” y “futuro” ha traído Estados Unidos al pueblo afgano?
Desde 1979 bajo el gobierno democrático del presidente Jimmy Carter el imperialismo estadounidense inició una política criminal cuyo objetivo era desestabilizar el régimen prosoviético de Kabul y provocar así una intervención militar soviética. Como explicó entonces Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional estadounidense, el objetivo era “dar a la URSS su Guerra de Vietnam”. Esta política demostró ser un éxito pero el pueblo afgano fue su daño colateral. Las maquinaciones de Washington desencadenaron una guerra civil que ha seguido hasta hoy en día y que ha costado la vida de millones de afganos.
A través del suministro de armas, asesores y dinero de la CIA Washington trabajó codo con codo con islamistas afganos y extranjeros, incluidos tanto el millonario saudí Osama ben Laden (cuyo nombre la mayoría de los estadounidenses solo conocieron después del 11 septiembre de 2001) como todos los fundadores de los talibán y de otras milicias contra las que ahora están luchando las fuerzas estadounidenses en Afganistán.
Por lo que se refiere a los años de ocupación estadounidense, Washington ha empleado más de 100.000 millones de dólares en la “reconstrucción” de Afganistán, pero los auditores del gobierno solo puede dar cuenta de apenas un 10% de este dinero. La mayor parte ha ido a manos de contratistas, colaboradores corruptos, desde los “Karzai” hacia abajo.
Al cabo de una década bajo la tutela de Washington las condiciones en Afganistán son tan desesperadas como siempre, si no más. La esperanza de vida sigue siendo de 44.5 años para los hombres y 44 años para las mujeres. La tasa de mortalidad maternal es una de las más altas del mundo (1.600 muertes por 100.000 niños nacidos vivos) y más de la mitad de los niños menores de cinco años están desnutridos.
Uno de cada tres afganos vive en la pobreza, incapaz de satisfacer las necesidades mínimas de la vida diaria y se calcula que el 40% de la población está en paro. Unos estudios indican que el 65% de los afganos padecen estrés y otras formas de enfermedad mental a consecuencia de esta guerra interminable.
Supervisando esta catástrofe humanitaria hay una colección de matones y señores de la guerra a los que las armas estadounidenses mantienen en el poder y que se aprovechan tanto de la ayuda exterior como del comercio del opio afgano, que equivale a más del 90% del suministro mundial.
El imperialismo estadounidense no está en Afganistán para luchar contra el terrorismo (este argumento ha sido completamente rebatido ya que Washington se ha aliado con milicias vinculadas a Al Qaeda en las guerras por el cambio de régimen en Libia y Siria) ni para llevar la “luz” al pueblo afgano. Al igual que en Oriente Próximo y África, intervino ahí para reafirmar la hegemonía de Washington frente a sus rivales europeos y asiáticos (en particular, China) en regiones del mundo que son vitales desde el punto de vista geoestratégico, además de ricas en fuentes de energía.
Aunque el gobierno Obama ha anunciado que el plazo formal para la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán es finales de 2014, está negociando con el régimen del presidente Hamid Karzai para mantener indefinidamente a miles de soldados y bases estadounidenses en Afganistán. Estas fuerzas incluirán tanto comando de operaciones especiales para seguir persiguiendo y asesinando a quienes se resistan a la dominación estadounidense, como adiestradores y asesores para dirigir las fuerzas títeres afganas y, por supuesto, una fuerza aérea para seguir con el tipo de ataques aéreos que asesinó el pasado sábado a once niños en la provincia de Kunar.
El objetivo de Washington es mantener Afganistán como base para lo que el Pentágono denomina “proyección de poder” en la cuenca del Caspio con sus vastas reservas de petróleo y gas, y en contra tanto de Rusia como de China. Esta estrategia contiene las semillas de un conflicto global mucho mayor y más catastrófico.
La lucha por el futuro del pueblo de Afganistán y de la clase trabajadora de todo el mundo depende de que resucite un genuino movimiento en contra de la guerra y del neocolonialismo basado en la movilización independiente de la clase trabajadora contra la fuente de ello, el sistema capitalista del beneficio.