Los nuevos tipos de guerra

En la era post Guerra Fría, surgen  diversos académicos que intentan exponer los posibles escenarios en virtud  de los cambios ocurridos con la caída del Muro de Berlín. Entre ellos se destacan Francis Fukuyama y Samuel Huntington, presentando estudios que permiten caracterizar el contexto en el que surgen las teorías de los  nuevos tipos de guerra. Francis Fukuyama por ejemplo es un politólogo norteamericano de origen japonés  que publicó en el verano de 1989 un artículo titulado: ¿El fin de la historia?, posteriormente ampliado en el libro: El fin de la historia y el último hombre, en 1992, donde expone una polémica tesis en la cual el liberalismo económico y político se impusieron en el mundo debido al colapso y al agotamiento de  ideologías alternativas, y en este sentido, es el fin de la historia en términos hegelianos.

El autor destaca, que con el fin de La Guerra Fría, concluye el proceso dialéctico que creaba contradicciones en las ideologías que cedieron (marxismo) y dieron paso a la dominación ideológica del liberalismo y de Occidente. ¡El triunfo de occidente? Asimismo, indica que ante la falta de iniciativas ideológicas capaces de mejorar los principios de la democracia liberal y el capitalismo, solo quedaba la expansión de las ideas e instituciones provenientes de la Revolución Francesa y de Estados Unidos. De igual forma, Fukuyama fundamenta sus juicios en lo expuesto por Alexandre Kojéve, al indicar que al no existir regímenes políticos superiores, la democracia capitalista sería el régimen político absoluto, lo que en términos políticos significaría la existencia de un Estado Homogéneo Universal, donde se lograría alcanzar el bienestar común al satisfacer las necesidades del ser humano, superando los conflictos.

En verano de 1993, otro politólogo norteamericano llamado Samuel Huntington, publica en la revista Foreign Affairs otro artículo de influyente impacto en las relaciones internacionales: ¿Choque de civilizaciones? De igual forma expresó en el año 1996 el contenido del artículo, en un libro titulado: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Tanto el artículo como el libro, articulan una teoría antagónica a la idea del fin de la conflictividad y del total predominio Occidental, señala que la principal fuente de conflicto en un nuevo mundo no será fundamentalmente ideológica ni económica.

El carácter tanto de las grandes divisiones de la humanidad como de la fuente dominante de conflicto será cultura

Huntington indica que el conflicto entre civilizaciones será la última fase de la evolución del conflicto en el mundo moderno. Durante siglo y medio, después de que con las Paces de Westfalia surgiera el sistema internacional moderno, los conflictos del mundo occidental fueron en su mayoría entre príncipes, emperadores, monarcas absolutos o constitucionales que intentaban ampliar sus burocracias, sus ejércitos, su fuerza económica mercantilista y, sobre todo, su territorio.

Las personas tienen niveles de identidad: un residente de Roma puede definirse, con diversos grados de intensidad, como romano, italiano, católico, cristiano, europeo, occidental. Las civilizaciones pueden abarcar a un número grande de personas, como en el caso de China, o a un número muy pequeño, como el Caribe anglófono. Una civilización puede incluir varias naciones-estado, como ocurre con las civilizaciones: occidental, latinoamericana o árabe, o sólo una, como la civilización japonesa.

Las civilizaciones son entidades dotadas de sentido, y si las líneas que las separan suelen no ser definidas, no por eso dejan de ser reales. Las civilizaciones son dinámicas: ascienden y descienden, se dividen y se fusionan. Según Huntington, el mundo estará conformado por la interacción de siete u ocho civilizaciones principales: occidental, confuciana, japonesa, islámica, hindú, eslava ortodoxa, latinoamericana y, posiblemente, la civilización africana. Los conflictos más importantes del futuro se producirán en las líneas de ruptura que separan a estas civilizaciones unas de otras. Las civilizaciones se diferencian entre sí por su historia, idioma, cultura, tradición y, lo más importante, por su religión. Personas pertenecientes a distintas civilizaciones consideran de distinta forma las relaciones entre Dios y el hombre, grupo e individuo, ciudadano y Estado, padres e hijos, esposo y esposa; y del mismo modo tienen un criterio diferente de la importancia relativa de derechos y responsabilidades, libertad y autoridad, igualdad y jerarquía. Estas diferencias son el resultado de siglos y no desaparecerán rápidamente.

Son mucho más determinantes que las diferencias entre ideologías y regímenes políticos. Las líneas de ruptura entre civilizaciones sustituyeron las fronteras políticas e ideológicas de la Guerra Fría como puntos álgidos de crisis y derramamiento de sangre.

Al desaparecer la división ideológica de Europa, reapareció la división cultural entre cristianismo occidental por una parte, y cristianismo ortodoxo e Islam por la otra. En los próximos años, los conflictos locales que mayor probabilidad tendrán de convertirse en guerras importantes serán aquellos que (como ocurrió en Bosnia y en el Cáucaso) sigan las líneas de ruptura entre civilizaciones. Según Huntington, la próxima guerra mundial, de producirse, será una guerra entre civilizaciones. Aunque las teorías de Fukuyama y Huntington son visiones contrapuestas, coinciden en admitir la expansión de Occidente y su influencia mundial; la disminución del papel del Estado y la existencia de actores no estatales; y el surgimiento de un nuevo tipo de guerra, de naturaleza no convencional. Es en este contexto que surgen las teorías sobre los nuevos tipos de guerra, caracterizado por la creciente complejidad, interdependencia y la aparición de múltiples actores con influencia determinante, capaces de modificar la configuración de poder y la estabilidad mundial.

La Guerra de Cuarta Generación

La formulación de la teoría de la Guerra de Cuarta Generación es una de las aproximaciones de cómo la guerra a evolucionado; William Lind y sus compañeros coautores, el coronel Keith Nightendale y otros oficiales del cuerpo de marines (USMC) y del Ejército de los Estados Unidos (U.S. Army), publicaron en el año 1989 un artículo titulado: El rostro cambiante de la guerra: hacia la cuarta generación. El concepto no fue totalmente definido en ese artículo inicial y evolucionó a lo largo de la década de los noventa, con la publicación de otros artículos que ampliaban la teoría. La Guerra de Cuarta Generación no es algo novedoso, sino un retorno, específicamente un retorno a la manera de guerra antes de la creación del Estado. Ahora, como entonces, muchos actores diferentes, no sólo los gobiernos de los Estados, entablarán la guerra. Librarán la guerra por muchas diferentes razones, no sólo la extensión de la política con otros medios. Emplearán muchas herramientas diferentes para entablar la guerra, y no van a restringirse a lo que se reconoce como las fuerzas militares.

La primera generación de guerra surge en torno a 1648, durante las paces de Westfalia, tratados que pusieron fin a la guerra de los 30 años y en la que el Estado se establece como entidad que monopolizará la guerra. Con anterioridad, actores que no eran Estado, practicaban la guerra: empresas, clanes, entre otros. Tratadistas de guerra como Sun Tzu podrían situarse como precursores del nacimiento de esta generación de guerra que estaría basada en el fusil de cañón liso y en tácticas derivadas de las formaciones de línea y columna. El campo de batalla era formal y ordenado, pequeños ejércitos de profesionales que se situaban en forma lineal, casi uno enfrente de otro, y cuya fuerza provenía de la acumulación de hombres, aunque la mayoría de los soldados, reclutados de manera obligatoria, pensaban más en desertar que en luchar.

Su práctica era rígida, muy pautada para optimizar su potencia de fuego. Muchas de las formas que distinguen lo militar de lo civil provienen de esta época: uniformes, rangos y saludos. Con ello, se pretendía contribuir a la formación de una cultura de orden como componente intrínseco a lo militar. La primera generación se extendería hasta finales del siglo XIX. Cambios tecnológicos en el armamento, como la aparición de la ametralladora convirtieron en suicidas, las tan ordenadas formaciones de línea y columna, y dieron paso a la siguiente generación de guerra. El campo de batalla se desordenaba y se necesitaba intentar superar esa contradicción con una cultura militar fuertemente ordenada.

La segunda generación de guerra constituiría un intento de respuesta a esa contradicción. Practicada por el ejército francés a partir de la I Guerra Mundial, la potencia de fuego en masa, principalmente fuego indirecto de artillería, sustituye a la acumulación de la masa de soldados. El objetivo principal era el agotamiento; la doctrina francesa establecía su máxima: la artillería conquista, la infantería ocupa. La potencia de fuego era controlada de manera centralizada y sincronizada, se establecían planes y órdenes específicos y detallados para la infantería, los tanques y la artillería en una batalla dirigida, donde el comandante ejercía como director de orquesta.

Las tácticas permanecen lineales pese a que el movimiento es ya algo más común. Se desarrolla el arte operacional, la cultura del orden permanece hacia adentro de los ejércitos, órdenes muy pautadas, se aprecia más la obediencia que la iniciativa, pues esta puede impedir la sincronización. Los conceptos de esta forma de hacer guerra siguen vigentes en el desarrollo de algunos conflictos. Únicamente se ha sustituido la artillería por la Aviación.

La tercera generación se caracterizaría por ser una guerra de maniobra, en la que se trata de neutralizar la potencia del enemigo mediante la búsqueda de debilidades en su dispositivo para aplicar sobre ellas la potencia propia, consiguiendo de esta manera, anular su capacidad operativa sin necesidad de destruirlo físicamente. Los autores identifican el inicio de esta época con el empleo de tácticas de infiltración por los alemanes en el frente occidental en 1918, y alcanza su máxima expresión en los inicios de la Segunda Guerra Mundial con el desarrollo de las operaciones alemanas de blitzkrieg (guerra relámpago).

En los 22 años que van desde el final de la Primera Guerra Mundial a la invasión de Polonia y Francia, los avances tecnológicos permitieron el perfeccionamiento del carro de combate y la aviación, lo que propició el desarrollo de rápidas maniobras en el nivel operacional, imponiendo al adversario un ritmo al que no podía hacer frente. El foco no es ya desgastar los recursos militares del oponente, por potencia de fuego y agotamiento, sino focalizar en el movimiento y en el tiempo, en la velocidad, en la dislocación física y mental del enemigo. Tácticamente, en el ataque se busca la retaguardia enemiga y se le intenta colapsar atravesándolo de atrás hacia delante, en lugar de encerrarlo y destruirlo.

 En la defensa, se intenta atraer al enemigo hacia el interior para aislarlo y destruirlo. La guerra deja de ser lineal. La cultura militar cambia también. El foco está fuera, en el enemigo, en la situación y en los resultados que esta requiere; ya no está adentro, en los procesos y en los métodos. Las órdenes especifican resultados a conseguir, no los métodos a utilizar para conseguirlos, es lo que se llama: órdenes tipo misión. La iniciativa se va haciendo más importante que la obediencia, la disciplina debe ser interiorizada no impuesta de manera externa. La cultura del orden se va rompiendo. La iniciativa se va haciendo más importante que la obediencia, la disciplina debe ser interiorizada no impuesta de manera externa. La cultura del orden se va rompiendo. Esta generación se ilustra en las propias palabras de Adolf Hitler: “Ataques aéreos masivos, golpes de mano, actos de terrorismo, el sabotaje, atentados perpetrados en la retaguardia, asesinato de los dirigentes, ataques aplastantes sobre todos los puntos débiles de la  defensa enemiga asestados como martillazos simultáneamente, sin preocuparse de las reservas ni de las pérdidas, tal es la guerra del futuro.

La cuarta generación corresponde a lo que actualmente si se identifica como la guerra del futuro, donde la ampliación del campo de batalla, que progresivamente se venía produciendo en anteriores generaciones, se dispersa en la totalidad de la sociedad enemiga, y en la que las acciones tácticas serían llevadas a cabo por elementos de muy pequeña entidad. La actuación ágil de estos elementos dependerá de la capacidad de subsistencia por sus propios medios en el espacio donde van a operar. Los objetivos de las acciones incluirán el ámbito cultural enemigo y la predisposición de la población a apoyar la guerra. Estas características configuran una situación en la que la frontera clásica entre guerra y paz se difumina, hasta el punto de ser difícil de determinar.

Una Guerra de Cuarta Generación será conformada por pequeñas unidades de combate con capacidad de subsistir independientemente de comando central y tendrá la capacidad de adquirir tecnología con la simple compra de armamento moderno en el mercado negro, incluso de su propio enemigo. La Guerra de Cuarta Generación será cívico-militar. Venezuela es un país que se prepara para ello doctrinalmente está cambiando de ser una fuerzas armadas clásica a unas fuerzas armadas donde se llame al pueblo y participe de la contienda.

 Los contornos del campo de batalla resultan imprecisos, sin frentes identificables, y la distinción entre civiles y militares se vuelve muy tenue. Los grandes elementos físicos de lo que, hasta ahora, se habían venido considerando como exponentes materiales de la potencia nacional, tales como bases militares, aeropuertos, grandes centros de comunicaciones, industrias, plantas productoras de energía o edificios gubernamentales, perderán gran parte de su importancia debido a su vulnerabilidad. También se identifican las potencialidades tecnológicas y las ideas que caracterizarán la cuarta generación. Con referencia a los avances tecnológicos, se ponen de manifiesto las posibilidades que se abren por el desarrollo de la información y el uso de nuevas formas de energía y los procedimientos para emplearla. Ello permitirá a un pequeño número de combatientes atacar y causar gran daño, a elementos importantes, predominantemente de naturaleza civil en la retaguardia enemiga.

Este hecho rompe el esquema tradicional de los niveles del conflicto, al disminuir la importancia del nivel operacional, mediante la gran relevancia estratégica que cobran las acciones tácticas, a la vez que establece el conflicto asimétrico como paradigma. Este escenario viene a corresponderse con el ámbito de lo que se suele denominar insurgencia o conflicto de baja intensidad, una de cuyas modalidades es el terrorismo. Las posibilidades que brinda el desarrollo tecnológico permitirán que los mensajes emitidos por los medios de comunicación constituyan un factor esencial para influir en la opinión pública, tanto en el ámbito doméstico como en el internacional, por lo que la propaganda llegará a constituir el arma estratégica y operacional dominante.

El terrorismo no se identifica como la principal característica de la cuarta generación, pero se incorporan a ella dos rasgos propios. El primero es la búsqueda del colapso del enemigo en su retaguardia civil, no en el frente; de esta forma se consigue hacer irrelevante la potencia militar del adversario. El segundo es el aprovechamiento de las potencialidades del oponente en beneficio propio, lo que se denomina como la llave de judo. Utilizar las libertades de las sociedades democráticas contra ellas, emplear sus propias leyes para protegerse e intentar forzar a los gobiernos de estas sociedades a utilizar medios que los deslegitimen ante sus ciudadanos. A diferencia de las tres primeras generaciones, que fueron determinadas por la influencia de la cultura occidental, los impulsores de la cuarta podrán pertenecer a otras culturas.

La propuesta de Guerra de Cuarta Generación recibió otro importante aporte, cuando el teniente coronel Thomas X. Hammes publicó en el año 1994 un artículo titulado: La evolución de la guerra: la cuarta generación. Este autor admite la división en generaciones, pero sostiene que el cambio en la guerra se debe a factores políticos, económicos y sociales. Mantiene que la cuarta generación es la consecuencia de la transformación histórica que se está produciendo por los revolucionarios cambios en el campo de la información. Expone las diferencias políticas, económicas y sociales que determinan el cambio. Mientras en la tercera generación los actores que dominaban la escena internacional eran los Estados, en la actualidad existen, junto a un notable aumento en el número de aquellos, una gran variedad de otros protagonistas del conflicto como son las organizaciones internacionales, las no gubernamentales y una pléyade de entidades transnacionales como empresas, organizaciones mediáticas, grupos religiosos, organizaciones terroristas o criminales, así como entidades subnacionales. Dentro de este contexto, hay que resaltar que no todos estos actores interaccionan con las mismas reglas de juego. El Derecho Internacional es un marco en el que se desenvuelven los Estados y las organizaciones internacionales, mientras los otros disponen de una mayor laxitud. El autor relaciona estos cambios con la interrelación producida por el fenómeno globalizador, que ha difundido el progreso a la vez que ha

Estas diferentes aportaciones constituyen el núcleo de lo que pretende ser una teoría sobre un nuevo tipo de guerra en la realidad actual. Naturalmente estas ideas han tenido también sus críticos y se han desarrollado, como es propio de la creación intelectual, en un clima de debate entre partidarios y detractores. Las críticas suelen ser de dos clases. Las primeras van dirigidas a la interpretación histórica de la teoría. La periodización en cuatro etapas se considera que no tiene suficiente fundamento y que habría dado otros resultados si se hubieran tomado como referencia otros criterios igualmente válidos. La segunda serie de críticas versan sobre si verdaderamente la pregonada cuarta fase supone o no un cambio en la naturaleza de la guerra. A efectos prácticos, el número de generaciones que se pueden tomar como referencia es irrelevante y la denominación Guerra de Cuarta Generación puede admitirse como una mera denominación para referirse a una realidad. Más sustantivo se presenta el debate sobre la naturaleza no trinitaria del conflicto. Las opiniones más solventes niegan que haya diferencias significativas entre lo descrito por Clausewitz como trinidad y la situación actual.

agustineln@gmail.com

*Internacionalista

Especialista en Seguridad y Defensa Integral



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