Argentina: la movida populista

Platón relató un mito que permite explicar cómo funciona el sentido común: en él los hombres tienen sus espaldas vueltas hacia la entrada de la caverna sin poder contemplar el mundo exterior, mientras que sobre la pared interior se proyectan las sombras de otros hombres. Hasta que uno de los prisioneros consigue escapar, contempla la luz del día y comprende la falsedad en la que había vivido. La conclusión del mito es que se presentan como engañosamente naturales y necesarias algunas articulaciones que la costumbre y la opinión han establecido.

La cultura actual, oscura caverna capitalista organizada por el poder financiero, tiene en el consumo y la acumulación sus rasgos y valores supremos. El mercado impone su lógica y "ensombrece" la vida con reglas de juego supuestamente "naturales" que orientan las conductas económicas y sociales. A partir de Lacan, el capitalismo dejó de implicar exclusivamente un modo de producción y una relación económica, en la que el trabajador libre vende su fuerza de trabajo ‒tal como lo había teorizado Marx– para ser considerado también un lazo social. Ambas concepciones, la de Marx y la de Lacan, sostienen que en el capitalismo las relaciones sociales adoptaron forma mercantil, por lo cual las personas no cuentan como tales sino que valen como objetos o precios en un mercado.

El marxismo tradicional concibió lo social y la cultura como superestructura condicionada por la estructura económica, en términos de las relaciones que establecen con los medios de producción: es decir, como propietarios o desposeídos. El capital, punto de partida de la producción capitalista, tiene como meta su acumulación mediante la plusvalía (ganancia que el empresario retiene por el trabajo del obrero). En este sistema productivo, las relaciones son de explotación, dominación, uso, poder, sometimiento, obediencia. Marx veía en el fetichismo de la mercancía un modo de intercambio paradigmático del capitalismo, en el que las relaciones sociales adquieren la forma que caracteriza el circuito de la mercancía.

En el siglo XX, Lacan pensó al capitalismo como una estructura discursiva que implica lugares y términos. En el lazo social del capitalismo, surge un sujeto que se presenta como dueño y causa de sí, que rechaza los límites, la imposibilidad, al tiempo que busca relacionarse con objetos (tecnológicos y/o de consumo) cuya función es suturar la falta estructural. Las personas son tomadas con la lógica propia de la indignidad de los objetos: se usan, se descartan y se tiran. De este modo, las relaciones intersubjetivas se sustituyen por una erótica entre un sujeto y un objeto, lazo que carece de amor, pues este último refiere a los vínculos entre personas. Configurada como poder y sometimiento, dicha erótica cobró fijeza y se instaló como una relación "natural" en la lógica capitalista. El sujeto que se desprende del capitalismo, impulsado a poseer ilimitadamente, busca hacer un objeto de su partenaire amoroso y establecer con él modos de servidumbre en los que predomina el valor de uso y abuso.

En el capitalismo, el machismo es el nombre que se le da a la relación paradigmática entre hombres y mujeres. Se trata de un vínculo entre alguien que encarna el lugar de sujeto y otro el de objeto, este último definido como una cosa de propiedad privada, susceptible de ser usada, explotada, abusada y sobre la que se ejerce poder, dominio o maltrato. El machismo constituye un lazo social que no se explica a partir de un supuesto antagonismo determinado por la biología o la diferencia sexual anatómica, sino que es una relación que se define por una articulación topológica, lógica, gramatical y erótica: la topología recorta el lugar del agente y el del otro; la lógica binaria se constituye en el par poder-sometimiento; la gramática traza una línea entre un sujeto activo y un objeto pasivo. En este tipo de lazo el sujeto detenta el poder y abusa de múltiples maneras del otro.

Este se somete pasivamente a un imperativo de obediencia que se naturalizó a lo largo de la historia y que se ha erotizado, constituyendo una de las formas en que se presenta el masoquismo. Es necesario aclarar que en la pasividad hay actividad, por lo que hablamos de un sometimiento activo, una búsqueda inconsciente de permanecer en esa posición (no nos referimos aquí a los casos de sometimiento violento o forzado: secuestros, trata, etcétera). La presidenta Cristina Kirchner expresa constantemente en sus discursos la necesidad de un cambio cultural. Esto puede interpretarse como una invitación a otra construcción de los lazos sociales basada en un pacto político distinto, no determinado por el mercado.

"Ni una menos" se denominó la "movida populista" del 3 de junio de este año, un nombre acertado para designar la visibilidad de una rebelión que conmovió certezas instaladas a fuerza del uso y la costumbre, a la vez que puso en cuestión algunos "patrones" y pilares organizadores de la cultura. Argentina es el primer país que produjo un acontecimiento de esta clase. Entre las diversas razones que podrían explicar su surgimiento, este movimiento instituyente vio la luz porque en el país hay un convencimiento y una decisión colectiva de ampliar y de radicalizar la democracia. Esto supone establecer otra relación con los mandatos de la época globalizada del capitalismo y hacer posibles nuevos modos de la subjetividad, otras maneras de ser y hacer con los otros. Una identidad del pueblo irreductible al circuito de la mercancía y a la lógica imaginaria de la psicología de las masas.

Psicoanalista, Magister en Ciencia Política, Autora del libro Populismo y psicoanálisis



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