Túnez La pérdida de la nacionalidad: una consigna que huele muy, muy mal

Traducido del francés para Rebelión por Francisco Fernández Caparrós.

Sin duda hay muchas cosas que retener y analizar en la larga polémica que, durante varias semanas, ha mantenido ocupados a politólogos y medios de comunicación con respecto a la perspectiva anunciada del retorno de yihadistas a Túnez. Se han formulado numerosas proposiciones de entre las cuales la pérdida de la nacionalidad de los yihadistas merecería una reflexión en profundidad no por su pertinencia de cara al problema que pretende resolver, sino en tanto que es la expresión caricaturesta de un discurso político que inerva la escena política tunecina desde la revolución.

Recordemos que la revocación de la nacionalidad, que implica necesariamente una reforma de la Constitución, se ha presentado por sus partidarios como un medio legal para prohibir a los yihadistas tunecinos la entrada en el territorio nacional. No voy a discutir la estupidez «técnica» en términos de viabilidad y eficacia en tal medida que supongo que los responsables políticos que la defienden son conscientes de la misma. Prefiero antes la mala fe a la estupidez; evidentemente lo peor sería la combinación de ambas, pero no es eso lo que pretendo discutir.

Todo indica que la privación de la nacionalidad a los yihadistas no se ha puesto de relieve por ciertas fuerzas políticas tunecinas -incluida una izquierda que lo único que tiene de radical es su oportunismo- con el fin de defender las «conquistas» de la revolución y la «unidad nacional» y, sobre todo, como un instrumento de posicionamiento y de demarcación política. La finalidad real de esta propuesta es adular a una opinión pública particularmente receptiva a los discursos securitarios tanto por los hechos probados como por la proliferación de noticias indemostrables lo que ha permitido, con frecuencia, dudar de la verdad.

Esta consigna, porque en realidad la pérdida de la nacionalidad es más una consigna que una propuesta, tiene un objetivo distinto que nada tiene que ver con la amenaza que representarían los yihadistas que regresan a Túnez. En este caso, de nuevo se trata de poner en tela de juicio al partido Ennahda y al movimiento marzoukista, responsables directos de la expansión del yihadismo tunecino. En menor o mayor medida, tanto Ennahda, a la que habría otras muchas cosas que reprochar, como todas las corrientes de la política islámica, son denunciadas como cómplices del yihadismo cuando no sencillamente confundidos con ellos.

Sin embargo, aún más problemática resulta la retórica que acompaña a esta consigna al reactivar, bajo una forma extrema, un discurso particularmente peligroso, constantemente utilizado desde la revolución: hay tunecinos que no lo son o que no merecen serlo. Este tipo de observaciones -en verdad, perfectamente absurdas- no las he escuchado formuladas con respecto a grandes criminales que habrían cometido actos monstruosos; tampoco las he escuchado con respecto a Ben Alí y su entorno más cercano, ni de los grandes ladrones de la economía, ni de los peores torturadores. Por cierto, si no recuerdo mal uno de los argumentos -igualmente ridículo- que se opuso a la privación de ciertos derechos políticos de los responsables RCDistas [1] fue que esos hombres y mujeres que habían participado activamente en el sistema de la dictadura eran tan tunecinos como los otros.

En cambio, la retórica hoy empleada para justificar la pérdida de la nacionalidad de los yihadistas también ha sido utilizada para deslegitimar a Ennahda. Desde la revolución, la política islámica y aquellos que la han apoyado han sido sistemáticamente denunciados como extranjeros: como expresión de otra historia, de otra identidad, de otra cultura y a veces de otros Estados, un cuerpo extraño que ha crecido inadvertidamente dentro del cuerpo nacional. «Medievales», serían incluso extranjeros con respecto al tiempo de nuestro país; ni siquiera serían «traidores» puesto que, por definición, los traidores traicionan aquello de lo que forman parte. No, ellos serían una suerte de «invasores» del interior, invasores de aquí y de allá.

Podríamos juzgar que es una manera políticamente estúpida y no muy honesta de considerar un adversario, pero tampoco demasiado grave. Sin embargo, creo que no es así. Porque esta misma retórica de la «extranjerización» de una parte de los tunecinos, fundada sobre argumentos idénticos o similares, ha sido igualmente ampliada, de una forma eufemística, no para denigrar a tal o cual fuerza política organizada sino para englobar a los tunecinos de las regiones del interior o de los barrios más pobres de la capital, considerados como «tunecinos, pero…», malos tunecinos, subtunecinos, tunecinos que no están «maduros» para la «tunicidad», que no han sido asimilados a la sustancia. Precisamente es este vínculo probable -¡y qué prudente soy hoy!-, entre este discurso que se refiere a la política islámica y el destierro simbólico de los grupos sociales más oprimidos y estigmatizados del país, lo que me parece indispensable descifrar.


Notas del traductor

[1] La RCD (Agrupación Constitucional Democrática) fue el partido político que fundó Ben Alí en el mes de febrero de 1988 y que gobernó el país hasta el caída del régimen en 2011.

Fuente original: http://nawaat.org/portail/2017/01/16/decheance-de-nationalite-un-slogan-qui-sent-tres-tres-mauvais/



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