La situación del PDA (Polo Democrático Alternativo) en Colombia sintetiza los retos que tiene la revolución democrática latinoamericana en camino hacia el socialismo. Las tensiones y rencillas que se han vivido desde su fundación (02-XI-05) hasta la actualidad sólo son un reflejo de la naturaleza plural de este partido, la diversidad de componentes organizativos e ideológicos, y la lucha interna que necesariamente tiene que darse. Es un partido en permanente ebullición, lucha ideológica y transformación, pero también en inminente peligro de escisión y fraccionamiento.
Conviven en permanente lucha-entrelazamiento en este partido (como también ocurre en el PSUV de Venezuela, el PT de Brasil o en los “bloques” políticos que están a la cabeza de los gobiernos de Bolivia o Ecuador, y otros) todas las tendencias de pensamiento progresista, revolucionario y socialista con sus prácticas correspondientes. Se expresan allí, sectores de la izquierda “estatista” heredera del socialismo del siglo XX; grupos y personalidades socialdemócratas y liberales provenientes del sindicalismo, sectores intelectuales, y de los partidos tradicionales; y además, un conjunto muy disímil de tendencias que se identifican como demócratas-nacionalistas-populares, bolivarianos, socialismo del siglo XXI, humanistas, anarquistas, etc., que provienen de diferentes procesos armados y desarmados, unos surgidos al calor de los movimientos sociales, otros provenientes de la rebelión de los años 70 y 80 contra la dirección “estalinista” de los PC pro soviéticos, y de multiplicidad de fenómenos de muy variada naturaleza social y política.
En el congreso fundacional (noviembre-2007) se hicieron evidentes tres tipos de agrupamiento: 1) la izquierda tradicional que pretende llevar a cabo una revolución social vía plena derrota del neoliberalismo, en donde el primer paso es la liberación nacional y la instauración de un Estado soberano y nacionalista con proyección socialista; 2) el proyecto socialdemócrata que aspira a atenuar los efectos “perversos” del capitalismo, o sea, como lo definió Antonio Navarro en su momento, “construir un capitalismo con rostro humano”; y 3) los sectores revolucionarios “no-estatistas” que desde el campo de las luchas y movimientos sociales tratan de construir un camino nuevo, que sin desechar la participación electoral o los ejercicios locales y/regionales de administración pública, le dan prioridad al esfuerzo de consolidar “poder popular por la base” como una forma de enfrentar los graves “errores” cometidos por el socialismo real (estatismo, burocratismo, conductismo, etc.).
Esa diversidad dice su presidente Carlos Gaviria, excandidato presidencial (2006), es su gran fortaleza. Sin embargo, al no desarrollarse mecanismos flexibles para realizar el debate e impulsar una acción política conjunta, esa diversidad se convierte en un serio problema que se manifiesta en situaciones paradójicas que tienden a exacerbar las contradicciones. Una de ellas, la más visible en momentos críticos (como el que se vive actualmente), se materializa en que las tendencias de la izquierda tradicional, por ser más disciplinadas y organizadas, se imponen “hacia adentro” del Partido, lo que no deja de ser un contrasentido, ya que los sectores socialdemócratas y liberales tienen mayor influencia “hacia afuera”, en cuanto opinión y resultados electorales (ej. El actual alcalde de Bogotá y el gobernador del departamento de Nariño, pertenecen a las tendencias socialdemócratas y liberales al igual que el exalcalde Luis Eduardo Garzón).
Uno de los mayores motivos de tensión es el problema de la “política de alianzas”, que a pesar de estar claramente definida en los estatutos, es interpretada por cada tendencia de acuerdo al análisis que hacen de la situación, y sobre todo, con base en su concepción política particular. A ello se suman los intereses individuales, las relaciones clientelares que se traían desde atrás o que se han construido en ejercicios administrativos recientes, y las presiones externas de otros partidos que explotan esas debilidades personales o grupales.
Es claro que los sectores socialdemócratas y liberales juegan primordialmente a la coyuntura electoral, tienen afanes inmediatistas, su proyecto no es de largo plazo, lo que se ha expresado nítidamente en el comportamiento de “Lucho” Garzón, quien haciendo alarde de la más completa indisciplina e individualismo, inició un camino de difícil retorno, al proponer someterse a una consulta abierta para escoger candidato presidencial del 2010 pero convocada desde el Partido Liberal (El Tiempo, 22-VI-08).
El paso dado por este dirigente fundador del Polo (PDI, precursor del PDA), a pesar de lo equivocado de su procedimiento, tiene una causa real y objetiva. Consiste, en la incapacidad política que ha demostrado la dirigencia polista para impulsar y consolidar un gran frente antiuribista con “todas las fuerzas sanas de la nación” (Petro, XII-2007), no para responder a retos electorales que no son del momento, sino para desgastar a Uribe, en lo interno y externo, contando con múltiples fundamentos para hacerlo: crisis de la “parapolítica”, problemática del acuerdo humanitario y la paz, fracaso de la política antidrogas impuesta desde Washington, enfrentamiento con el poder judicial, ejercicio autoritario y antidemocrático del poder, des-institucionalización del país en todos los terrenos, además de los numerosos hechos de corrupción política y administrativa.
Por ello, la gran responsabilidad del futuro de este proyecto político en Colombia está en manos de la izquierda tradicional y de los sectores revolucionarios de nuevo tipo, que pueden (y deben) ser el soporte estratégico dentro del proyecto, sin ceder en sus postulados ideo-políticos pero sin caer en el “estrategismo principista” que puede aislar y paralizar al partido. Se requiere con urgencia idear y poner en funcionamiento formas creativas de acción política, impulsando métodos amplios, participativos y flexibles que oxigenen la discusión y la actividad partidaria, explotando la gran diversidad de tendencias que hasta el momento no han contado con canales de expresión y de democracia interna. Conclusión: El PDA debe desarrollar una democracia participativa en su interior que supere las formas actuales de decisión política que son muy precarias y formales.
En el ámbito latinoamericano, por lo que hemos observado desde acá, una provincia colombiana, la situación es muy similar. Posiblemente sea más grave en aquellos países en donde los partidos o bloques de izquierda están en la cabeza de sus respectivos gobiernos, ya que se corre el riesgo de una mayor burocratización, la generación o fortalecimiento de clientelismos antidemocráticos, y la tendencia a impulsar únicamente la revolución “desde arriba”.
Detrás de estos problemas hay otros de mayor calado para estudiar: la metamorfosis de la clase obrera como consecuencia de las transformaciones “post-fordistas” y la aparición de nuevos “sujetos sociales”, los retos de la globalización neoliberal que ha transformado el papel de los Estados nacionales, la ausencia de una teoría revolucionaria consolidada (que lleva a que algunos incluso desechen la necesidad de la teoría) y, por tanto, la falta de una dirigencia revolucionaria lo suficientemente unificada para alimentar y dinamizar los procesos.
Lo ideal sería que en medio de esa ebullición, lucha ideológica y transformación, se vaya generando esa avanzada de revolucionarios socialistas. Y no sólo en el PDA Colombia, sino en todos los procesos de lucha latinoamericana. Debemos contribuir en esa dirección promoviendo el debate fraternal, respetuoso y serio, pero con toda franqueza y sinceridad.
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