Esta
lucha comenzó durante la administración Clinton, cuando las antiguas
repúblicas soviéticas de la cuenca del mar Caspio se independizaron y
empezaron a buscar clientes occidentales para sus recursos naturales de
petróleo y gas natural. Las compañías occidentales buscaban
ansiosamente firmar acuerdos de producción con los gobiernos de las
nuevas repúblicas, pero se enfrentaron a un obstáculo difícil de
franquear a la hora de exportar el producto resultante: como el mar
Caspio no tiene salida al mar, cualquier energía existente en la región
ha de viajar a través de conductos, y por aquel entonces Rusia
controlaba todos los conductos disponibles. Para evitar la dependencia
exclusiva de los conductos rusos, el presidente Clinton patrocinó la
construcción de un oleoducto alternativo desde Bakú, en Azerbayán, a
Tbilisi, en Georgia, y desde allí hacia Ceyhan, en la costa
mediterránea de Turquía. Se trata del oleoducto BTC [por las siglas de
Bakú, Tbilisi y Ceyhan], como se lo conoce hoy.
El
oleoducto BTC, que empezó a funcionar en el 2006, pasa a través de
algunas de las zonas del mundo más inestables, incluyendo Chechenia y
las provincias separatistas de Abjazia y Osetia del Sur en Georgia. Con
este dato en mente, las administraciones Clinton y Bush proporcionaron
a Georgia cientos de millones de dólares en ayuda militar,
convirtiéndola en la receptora principal de armamento y equipamiento
estadounidense en el antiguo espacio soviético. El presidente Bush
cabildeó a los aliados estadounidenses en Europa para acelerar los
trámites para la inclusión de Georgia en la OTAN.
Todo
esto, huelga decirlo, era visto desde Moscú con un inmenso
resentimiento. No se trataba sólo de que los EE.UU. estaban ayudando a
crear un nuevo riesgo a la seguridad de sus fronteras en el sur, sino
que, lo que es más importante, frustraba cualquier intento ruso por
asegurarse el control del transporte de la energía del Caspio a Europa.
Incluso desde que Vladimir Putin asumió la presidencia en el 2000,
Moscú ha buscado utilizar su papel clave como proveedor de petróleo y
gas natural a Europa occidental y las antiguas repúblicas soviéticas
como una fuente de riqueza financiera y, al mismo tiempo, de ventaja
política. La consecución de este objetivo descansa principalmente en
las fuentes energéticas rusas, pero también busca dominar la
distribución del petróleo y del gas natural desde los estados del
Caspio a Occidente.
Para favorecer sus intereses en el
Caspio, Putin, y su delfín, Dmitry Medvedev -hasta hace poco presidente
de Gazprom, el monopolio estatal ruso del gas natural- se han atraído
(o intimidado) a los líderes de Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán
para construir nuevos gasoductos a través de Rusia hacia Europa. Los
europeos, temerosos de ser cada vez más dependientes de la energía
proporcionada por Rusia, buscan construir canales alternativos a través
del mar Caspio y a lo largo de la ruta del oleoducto BTC en Azerbayán y
Georgia, circunvalando completamente Rusia.