“Eutanasia del rentista” es la fórmula que propuso el economista británico John Maynard Keynes en los ’30 para plantear la necesidad de que el capital financiero especulativo se subordine al capital productivo. Hoy hay muchos que culpan de la crisis en curso a la conducta rapaz de los financistas y sostienen que ese camino de regulación es el que hay que retomar hoy. Pero, ¿puede eso realmente prevenir nuevas crisis?
Los salvatajes de la FED: “Socialismo para ricos” y los costos para los trabajadores
El gobierno de Bush y la FED han subido la apuesta frente a la crisis que ya les costó tres nacionalizaciones, una quiebra, y amenazaba llevarse puestos varios bancos más: han decidido comprar toda la deuda hipotecaria de baja calidad, entregando a cambio bonos del tesoro norteamericano. El Tesoro pasará entonces a ser el titular de la deuda, en gran medida incobrable, y tratará de revenderla a inversores privados. Según distintas estimaciones, esto significa un aumento de la deuda norteamericana de entre u$s 700.000 millones y 1.000.000 de millones. Además de esto, las bancas centrales de todos los países desarrollados inyectaron sólo en esta semana 200 mil millones de dólares para dar liquidez al mercado.
En este fin de fiesta, el gobierno norteamericano –y también los europeos– se está endeudando para evitar o poner límites al colapso de las principales instituciones financieras, mientras que durante los años precedentes se esforzó (mediante la política monetaria de tasas bajas) en sostener el mecanismo de especulación que sirvió para la creación de inmensas fortunas personales, y fue la palanca para que los acreedores (el 10% más rico de la población norteamericana) aumentara sus riquezas a costa del 90% restante (los deudores). Por otra parte, nacionalizaciones como la de la aseguradora AIG, donde el 20% del capital no fue comprado, buscan dejar abierto un resquicio para que un sector de accionistas pueda lograr una fuerte ganancia de la recuperación de los títulos.
La política estatal implica una asimetría básica: el proceso de salvataje a los bancos se ha realizado de tal forma de mantener la soga al cuello sobre los deudores (al menos por todo el tiempo que estén dispuestos a seguir pagando) mientras que poca atención se ha prestado a la crisis social de los millones que están perdiendo sus casas y cayendo en la pobreza.
El Estado norteamericano asume todas las pérdidas por los negocios que durante varios años alimentaron ganancias formidables para los bancos y los sectores más ricos de la población. Es decir que serán los trabajadores y los sectores populares los que pagarán la cuenta con los impuestos. Los que vienen sufriendo la carestía de vida por la inflación, los que enfrentan tasas de interés crecientes y en muchos casos deben dejar de pagar sus hipotecas y pierden sus casas, son los que pagarán la cuenta.
Evitar que caigan los bancos, limitar el impacto en el resto de la economía, cargar fuertes costos sobre los trabajadores y los sectores populares, que además de perder sus casas verán como sus impuestos pagan los costos de la crisis (mientras los ricos aún gozan de las rebajas impositivas de Bush); esto resume la intervención del gobierno de Bush ante la crisis.
Por eso, podemos decir que aunque esta mega intervención estatal contradice los principios neoliberales lo hace siguiendo su principal máxima: potenciar el enriquecimiento de los ricos. Además de ser desembozadamente a favor de los que más lucraron con la especulación, la política de Bush no penaliza a los bancos, sino que básicamente permite que se sigan manejando como hasta ahora, con los resultados a la vista.
¿“Eutanasia del rentista”?
Hoy vuelven a sonar fórmulas como la que propuso Keynes en los ’30, “eutanasia del rentista”, con la cual caracterizaba la situación en la cual el capital financiero especulativo se subordina al capital productivo. Muchos sostienen que esta “eutanasia” se concretó con las reformas que se dieron en el capitalismo mundial después de la crisis de 1929, y se terminaron de asentar con las reformas establecidas luego de la segunda guerra mundial, que incluyeron cierta “desmundialización” de la economía, férreo control público de los movimientos de capitales, y la paridad de las monedas a través de los acuerdos de Bretton Woods. Muchos culpan de la crisis en curso a la “resurrección” del rentista, es decir al desmantelamiento de los mecanismos de regulación que limitaban las posibilidades de desarrollo del capital financiero, controlaban la actividad de los bancos e impedían la creación de los numerosos instrumentos financieros con los cuales se produjo una explosión de la “titularización” de las deudas. Por eso, la lección que deja la crisis es que hay que restablecer las fuertes regulaciones a las operaciones financieras.
Estos planteos abarcan desde las propuestas más moderadas del grupo más crítico de economistas del mainstream como Paul Krugman, Dani Rodrick o Nouriel Roubini hasta los más críticos del neoliberalismo. La propia teoría burguesa, en sus versiones heterodoxas, contribuye a esto. Desde Keynes y su visión del tenedor de títulos como alguien completamente ajeno a los negocios, y enteramente manipulable por los que manejan mejor información, hasta Minsky, que tomando análisis de Irving Fisher, concluyó que en tiempos de prosperidad inevitablemente se desarrolla una euforia especulativa mientras aumenta el volumen del crédito hasta que los beneficios producidos no pueden pagarlo, momento en que los impagos producen la crisis. El resultado es una contracción del préstamo, incluso para aquellas compañías que sí pueden pagarlo, momento en que la economía entra en recesión. “Una característica fundamental de nuestra economía” escribió Minsky en 1974, “es que el sistema financiero oscila entre la robustez y la fragilidad, y esa oscilación es parte integrante del proceso que genera los ciclos económicos”. Por eso argumentó que las fases expansivas y de contracción son inevitables salvo que el gobierno intervenga a través de la regulación, la acción del Banco Central, etc. Este economista criticó las desregulaciones que caracterizaron a los años ’80. Aunque hay grandes elementos de verdad en estos análisis, estos sin embargo aparecen desvinculados de la naturaleza íntima del capitalismo. Siguiendo esta lógica, día a día crece el grupo de quienes reclaman una mayor regulación para las finanzas globales.
¡Es el capitalismo!
Pero es insostenible culpar de la crisis a la falta de regulación financiera. La crisis en curso no es una crisis de las finanzas, sino del capitalismo en su conjunto. Para comprobarlo, basta preguntarse a qué se debe que en las últimas tres décadas desde la crisis de mediados de los ’70, el nivel de inversión bruta se mantiene muy bajo, mientras que el grueso de las ganancias empresarias ha alimentado un crecimiento de la inversión financiera de más del 1.000% entre 1970 y 2006 (ver Michel Housson, “La tendance à la baisse de l’investissement”, 18/09/2008, en www.hussonet.free.fr). La respuesta está en la falta de oportunidades para sostener una acumulación rentable, a pesar de la recuperación de los niveles de ganancia gracias a la ofensiva sobre los trabajadores en todo el mundo. Esta mayor ganancia, gracias al formidable aumento de la explotación del trabajo, “no ha sido utilizada para invertir. La masa creciente de rentas no invertida fue principalmente distribuida en forma de rentas financieras, y es allí dónde se encuentra la fuente del proceso de financierización” (Husson, “La finance et l’économie réelle”, anticipo de colaboración para publicación de Attac, en www.hussonet.free.fr). A la vez, el creciente peso de las finanzas en el desenvolvimiento empresario, redundó en una mayor presión para el aumento de los rendimientos mediante incrementos de productividad y también mediante el aumento de la porción del valor producido que se transforma en dividendos empresarios; en suma, deprimiendo los salarios y acrecentando los ritmos de trabajo. Mientras que el resultado de este proceso es una masa creciente de ganancias, que no se reinvierten en la producción -por lo limitado de las oportunidades rentables- sino que son destinadas a nuevas inversiones financieras. Sin embargo la baja inversión general, no quita que tiendan a aparecer oportunidades de obtener rentabilidades superiores al promedio, como fue en los ’90 la “nueva economía” en EE.UU., o las oportunidades generadas por la economía China. Lo que sucede es que estas oportunidades alimentan expectativas irreales en las posibles ganancias, y la masa creciente de plusvalía no acumulada se invierte masivamente en todo sector o activo que realice tales promesas, disparando sus cotizaciones. El proceso por el cual se ha acrecentado el monto de capital financiero, que como vemos está estrechamente ligado a las condiciones del capital productivo, conduce permanentemente a la generación de burbujas, con los resultados catastróficos que presenciamos en las últimas décadas en toda la periferia capitalista, y ahora está afectando a la principal potencia económica.
Esto es lo que empujó la burbuja en el negocio inmobiliario en EE.UU., basado en el crédito barato y la liberación de restricciones impulsada por Greenspan para las hipotecas. El optimismo respecto a los precios inmobiliarios generó un desenfreno en el comercio de los títulos de deudas, lo cual dio un mayor incentivo a la generación de los novedosos instrumentos financieros.
¿Por qué esto debía terminar en crisis? Sencillamente, porque el crecimiento acelerado del capital financiero en busca de valorización, aunque exista la ilusión de que pueda actuar como una fuente de enriquecimiento autónomo, no hace más que generar ganancia mediante una punción operada sobre la plusvalía. Es decir que el monto acrecentado de capital financiero no logra desembarazarse de los límites estrechos de la explotación del trabajo. El crecimiento de las cotizaciones, la inversión mediante apalancamiento (tomando deuda), el endeudamiento de las empresas, debe tener un correlato en las posibilidades de generación de plusvalía. La masa creciente de activos financieros incrementa la presión sobre el capital productivo, para sacar tajadas crecientes de la plusvalía generada. Incluso con el aumento del consumo a crédito (íntimamente asociado a la caída en los niveles salariales): el capital financiero punza cada vez más sobre las remuneraciones de los trabajadores.
Claro que mientras todo iba bien, el mecanismo se retroalimentaba, la demanda de activos impulsada por la alta liquidez empujaba las cotizaciones y los precios de las viviendas, y facilitaba las posibilidades de endeudarse; pueden entonces efectivizarse ganancias formidables. Pero tarde o temprano, la desvinculación creciente entre los activos totales y la fuente de ganancia estalla por sus eslabones débiles. En este caso estalló por donde era esperable: la insolvencia de los deudores hipotecarios menos solventes. Pero esa fue sólo la señal de alarma: puso en evidencia que estábamos ante un proceso de creación de riqueza financiera sin correlato con la extracción de plusvalía, y que por ende la perspectiva era una masiva destrucción de riqueza social. Como vemos, la causa de la crisis está en el capitalismo mismo. En última instancia, el proceso de aumento de la explotación, aumento de la inversión financiera y generación de burbujas, ha sido una larga fuga hacia adelante, donde el capitalismo logró recuperarse de la crisis pero las contradicciones que empujaron a la crisis sólo fueron resueltas de manera parcial. La rentabilidad se recuperó gracias a la mayor explotación del trabajo, pero en un proceso que involucró también la creación masiva de deudas impagables, y el recurso creciente a mecanismos de valorización financiera en una magnitud que no guarda relación con la generación de plusvalor. La crisis en curso evidencia esto descarnadamente, mediante la formidable liquidación de capitales que se viene produciendo.
Los que plantean que hay que aliviar la carga de deuda hipotecaria, y no limitarse a salvar a las instituciones financieras, además de restablecer las regulaciones que limiten la acción de los bancos de inversión, y que restrinjan las posibilidades de la especulación inmobiliaria, pretenden concentrarse en los efectos más que en las causas. Como mostramos, esta crisis es un resultado inevitable de la forma en que viene funcionando el capitalismo contemporáneo. El peso creciente de los mecanismos financieros para la creación de valor ha sido durante un largo tiempo una forma de mitigar las contradicciones entre mejora de la ganancia mediante un aumento de la tasa de explotación, y la estrechez de las oportunidades de inversión rentable. Aunque ha colaborado a agravar agudamente los desequilibrios, es una consecuencia y no una causa de la supervivencia del capitalismo. Las contradicciones cada vez mayores entre las posibilidades técnicas y lo que se puede producir de manera rentable, es lo que está en la base de esta crisis. No se terminará con la tendencia a las crisis catastróficas, si no se pone fin a la producción sometida a la estrecha base de la ganancia. Por eso es necesario expropiar a los expropiadores capitalistas.
Suplementos / EconoCrítica Nº 6
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