Crisis económica: la incertidumbre del desenlace

Cuatro meses después de iniciarse la fase aguda de la crisis financiera en septiembre de 2008 hay un extraño impasse en una situación que, sin la vorágine de los meses de septiembre y octubre, sigue agravándose por momentos. Los gobiernos de los países inicialmente más impactados parecen haber utilizado el grueso de la munición disponible para estos casos sin conseguir, como era previsible, enderezar la situación. A lo sumo parece que hubiesen conseguido ralentizar su agravamiento, y a veces ni eso. La cumbre del G-20, que tantas expectativas levantó a mediados de noviembre, está mostrando resultados decepcionantes dos meses más tarde, ni reactivación económica, ni reformas de la regulación financiera, ni liberación del comercio internacional; el resultado son las previsiones continuas de los expertos sobre un aplazamiento cada vez más lejano de la recuperación. El impacto social es ya más que evidente y, en algunos casos como el español, puede decirse que espectacular por el ascenso tan agudo de la cifra de parados. Sin embargo hay una calma social extraña descontados algunos episodios puntuales y el estallido de protestas en Grecia, que no está claro si puede contemplarse como el punto inicial de futuras movilizaciones en otras partes del mundo o un caso localizado y aislado. Contrariamente a la atención prestada a los acontecimientos propios de la crisis financiera (el derrumbe bancario, las ayudas estatales, el impacto en las empresas industriales, etc.), se ha analizado mucho menos la extraña situación social actual. No es que necesaria o automáticamente debiera producirse un fenómeno de movilización social vinculado a los efectos de la crisis, pero con el vertiginoso incremento de la cifra de parados y los pésimos augurios que los especialistas realizan sobre el futuro próximo hay que interrogarse por esta extraña sensación de aliento contenido a la que asistimos.

Se puede pensar en un primer momento que, al menos en los países desarrollados, están actuando en esta primera fase los mecanismos de protección social y familiar que evitan una situación dramática al ejército de parados en ascenso vertiginoso. Una segunda razón puede encontrarse en el efecto ilusionador producido por la cascada de cientos de miles de millones en ayudas comprometidos por los gobiernos que ha hecho extender la sensación de que la intervención estatal es capaz de reconducir la situación en un período razonablemente corto, retomándose la senda del crecimiento, el empleo, el crédito y el consumo; el discurso de todo el stablishment en los medios de comunicación de masas busca reforzar dicha ilusión, evidentemente están ganando tiempo. Finalmente, también puede estar contribuyendo al actual clima social el hecho de que no existen organizaciones mayoritarias en la izquierda con un discurso y unas alternativas claramente anticapitalistas, lo que unido a la pérdida de horizontes históricos alternativos bloquea, al menos de momento, reacciones sociales de importancia.

Pero las experiencias históricas ya han demostrado en otras ocasiones que las situaciones de bloqueo o incluso de euforia de las masas pueden terminar por convertirse en situaciones insurreccionales o revolucionarias cuando una situación social se vuelve intensamente dramática. Podemos traer a la memoria la euforia patriótica de las masas al inicio de la Primera Guerra Mundial detrás de la “unión sagrada” de cada país beligerante transformándose, tras el terrible sufrimiento de la guerra, en situaciones insurreccionales y revolucionarias, como en Alemania. Más recientemente podemos recordar la insurrección argentina de diciembre de 2001 originada en la crisis económica que azotó a aquel país. Pero es necesario recordar, precisamente por estos dos casos, que el peso decisivo de organizaciones reformistas o la debilidad de las que existan con carácter revolucionario pueden terminar por reconducir estos momentos peligrosos para la continuidad del capitalismo hacia una etapa de estabilización.

En tanto el futuro nos vaya dando respuesta a estos interrogantes intentemos seguir analizando la situación con los datos disponibles hasta el momento. Una de las vertientes a discutir es, precisamente, la interpretación de esta crisis en el contexto de algunas de las teorías existentes sobre el capitalismo y los pronósticos que puedan realizar sobre su evolución.

La actual crisis en perspectiva histórica: algunos análisis


Un primer intento de acercamiento a la crisis actual puede intentarse desde algunas de las teorías que han buscado explicar el comportamiento cíclico de la economía capitalista. Casi es inevitable comenzar haciendo alusión a la teoría de las ondas largas de Kondràtiev. Como es conocido, el economista ruso estableció una serie de ondas largas en la historia económica europea, cada período de onda larga está compuesto de dos fases una de prosperidad o fase A y otra de crisis o fase B, cuya secuencia histórica ha sido la siguiente (las fechas varían ligeramente según el autor que se consulte): I A (1785-1815), I B (1816-1844), II A (1845-1874), II B (1874-1893), III A (1893-1914), III B (1914-1940), IV A (1940-1970) y la de descenso nuevamente de 1973-1996 a partir de entonces debería iniciarse un nuevo ascenso por unos 25 años.

Dos Santos1 explica las nuevas aportaciones realizadas por diferentes economistas a esta primera teoría para completarla o matizarla, así como el rechazo que existe entre otros economistas a cualquier enfoque cíclico en nombre de la libertad de los agentes sociales. De cualquier manera, indica que cada onda larga puede identificarse con tres tipos de predominios: el de un determinado régimen de producción, el de determinadas relaciones sociales de producción y el de ciertos centros económicos que dominan las zonas periféricas y semiperiféricas.

Luego su interés se centra en las causas que pueden explicar la existencia de este tipo de ciclos, y su conclusión final, después de repasar los principales debates producidos sobre este tema, es la de que un buen modelo explicativo del funcionamiento de la economía mundial debe combinar la teoría de las ondas largas con otros ciclos más cortos cuya evidencia es indiscutible.

Si se utiliza este modelo de las ondas largas para situarnos dentro de la actual crisis nos podemos encontrar un poco perplejos porque deberíamos hallarnos en plena fase ascendente iniciada hacia la mitad de los 90 como reconocen economistas que abundan en este sentido: “Personalmente creíamos que se iba a iniciar una nueva onda larga en 1992, la que vendría propulsada por diversas innovaciones revolucionarias (informática, telecomunicaciones, biotecnología, robótica, energía atómica y similares), las que no llegaron a cuajar y que probablemente –en una década, en el mejor de los casos– permitirían el inicio de un renovado ciclo expansivo de recuperación y auge de varias décadas en el mundo altamente industrializado”2

Dónde encontrar, entonces, la explicación a esta anomalía del modelo, ¿ha sido una fase ascendente muy corta? o ¿se ha prolongado ampliamente la fase descendente anterior?. Diversos analistas son partidarios de esta última explicación: “La multiplicación de las recesiones en distintas zonas del mundo en los años 80, 90 y comienzos de este siglo, además de la que parece comenzar en el 2007, nos situarían aún en esa onda larga descendente del capitalismo.

Dicho en otras palabras, la globalización como estrategia política y económica para crear las condiciones de una nueva fase de crecimiento del capitalismo, recuperando las tasas de ganancias de los “treinta años gloriosos”, habría fracasado (....)

Cuando después de la recesión del 2000-2001, parecía que las condiciones estaban dadas para un cambio de signo de la onda larga, apoyándose en la “Nueva economía” de las tecnologías de la información, las cifras recogidas por Robert J. Gordon (2003) sobre sus consecuencias en la productividad del sector servicios en EE UU las han desmentido en buena medida. Y lo que ha seguido es la crisis de la propia globalización, empezando por su aspecto geopolítico de control a largo plazo de los recursos energéticos de Oriente Medio, con el ‘empantanamiento imperial’ de EE UU en las guerras de Irak y Afganistán y un aumento de la competencia interimperialista”3

En el mismo sentido se desarrolla la explicación de Antonio Romero: “El sistema-mundo se encuentra en la “fase B” del ciclo Kondratieff al que se ingresó en el periodo 1967-73 (Wallerstein, op. cit). (...) , se habría estado bloqueando y/o retrasando deliberadamente el paso a una nueva RT (la quinta) [revolución tecnológica] y por ende a una nueva onda larga, cuyos componentes principales ya se encuentran presentes (al menos desde los años 90) en lo que genéricamente se ha denominado sociedad de la información, y a la que se le ha asociado la idea de “Nueva Economía”(....)

La fase depresiva actual es la más larga que le ha tocado vivir al capitalismo, pues al presente llevamos ya 35 años (1974-2008) (...)

El declive de la hegemonía norteamericana desde los años 70, así como del sistema monetario internacional construido en torno a los acuerdos de Breton Woods, que en su momento (1945) consolidaron y fueron la fiel expresión de dicha hegemonía, estarían actuando como obstáculos para transitar hacia una nueva onda larga”4

Pero existe también la opinión5 según la cual el modelo de las ondas largas - al que se ha adherido una parte de la izquierda, especialmente en la interpretación de Mandel – no es coherente con los datos empíricos disponibles. En primer lugar no es coherente con la actual situación porque lo que se consideró una fase descendente iniciada en la segunda mitad de los 70 no fue tal, “lejos de lo que anunciaba la teoría, las economías de los países capitalistas adelantados tuvieron un desempeño ‘aceptable’ en los siguientes veinte años. Las tasas de crecimiento no fueron las de la época ‘dorada’ del boom de postguerra, pero tampoco las propias que cabría esperar en una depresión”. La explicación alegada en este caso es que si la depresión anunciada para la segunda parte de los 70 no se produjo fue porque la ofensiva del capital tuvo éxito contra el movimiento obrero primero y contra el campo socialista después.

En segundo lugar la teoría de las ondas largas tampoco encajaría con los datos sobre los anteriores ciclos como se explica en el documento al que nos estamos refiriendo.

Este análisis desemboca en la necesidad de reemplazar la visión dicotómica rígida existente en muchos estudios de la izquierda por otra que contemple que “en la historia del capitalismo existen largos períodos globales ‘grises’, esto es, de crecimientos más débiles, pautados por crisis cíclicas, con una permanencia de alta desocupación, que no permiten englobarse en ninguna de las alternativas anteriores.”

Pero, la refutación de los ciclos de Kondratiev, como considera este documento, no debe llevar a la absurda tesis de que se acabaron los ciclos económicos, e incluso pronostica recién estrenado el siglo XXI que “una caída brusca del dólar y de los mercados financieros de la principal potencia podría precipitar una recesión mundial de proporciones mucho mayores a las previstas en estos momentos.”

A pesar de esta última opinión, sin embargo las tesis de Mandel sobre las ondas largas forman un pensamiento complejo y elaborado para interpretar el desarrollo del capitalismo, tal como lo sintetiza Claudio Katz: “En nuestra opinión, Mandel presenta un análisis de las etapas del capitalismo que toma en cuenta principalmente la acción de la ley del valor en el largo plazo. Su enfoque asigna primacía a la lucha de clases en la explicación de los acontecimientos históricos cruciales y contiene una interpretación de las revoluciones tecnológicas, basada en el reconocimiento de la dinámica discontinua del proceso de innovación. Plantea una concepción de la acumulación y de la crisis radicalmente opuesta al estancacionismo y aplica un determinismo histórico-social sustentado en el materialismo histórico. El tema mas controvertido es cómo utilizar este modelo para el diagnóstico de la fase actual del capitalismo.” 6

Aunque el texto que acabamos de citar de Katz fue publicado en el año 2000, la última frase sigue siendo pertinente para la coyuntura actual. En el momento de su desaparición, en 1993, Mandel pensaba que continuaba la fase de depresión iniciada a mediados de los años 70. Pero esto no suponía ninguna incoherencia puesto que “su enfoque de los ‘períodos históricos diferenciados’ se limitaba a caracterizar la existencia de fases cualitativamente distintas del capitalismo, sin postular una repetición indefinida cada 50 años, ni tampoco una sucesión inexorable de fases ascendentes y descendentes (...)Y estimaba que estas fases persistirían en el futuro, mientras que el socialismo no lograra éxitos emancipatorios definitivos a escala internacional.”7

Katz recuerda que el terreno analítico de Mandel es común a otros autores marxistas que reactualizaron las teorías clásicas del imperialismo, pero en absoluto con las versiones continuadoras de Kondratiev o Schumpeter. También apunta que su teoría de las ondas largas “lo indujo a replantear críticamente la tesis de la ‘declinación histórica del capitalismo’ de Lenin y del ‘estancamiento de las fuerzas productivas’ de Trotsky.”8

Para el tema que nos ocupa es importante la parte final de este trabajo de Claudio Katz donde considera que el diagnostico de Mandel en 1993 afirmando que se mantenía la fase descendente iniciada a mediados de los 70 y rechazando la idea de una nueva fase ascendente no era posible mantenerlo a la vista de los cambios ocurridos en los siete años siguientes, pero, sobretodo, recordando un punto metodológico clave, el de que “una onda larga ascendente no es inexorable (como estiman los schumpeterianos que diagnostican desde años la existencia de un 5to ciclo Kondratiev), pero tampoco es imposible”9

Y acaba describiendo los cuatro aspectos de la reorganización que están modificando el funcionamiento general del capitalismo y puntualizando que “La teoría de las ondas largas permite orientar el análisis de estas transformaciones.”10

En el año 2002 un nuevo texto de este autor11 retoma la problemática del capitalismo a inicios del siglo XXI, recordando que el enfoque marxista habitualmente ha sostenido la existencia de tres etapas en el capitalismo, la del librecambio del siglo XIX, la del imperialismo clásico de 1914 a 1945 y el período tardío de posguerra, siendo la recesión de mediados de los 70 el inicio de la crisis de esta tercera etapa.

A finales del siglo XX aparecieron rasgos que no terminaron de caracterizar el inicio de una cuarta etapa del capitalismo y en base a esta circunstancia adelanta la siguiente hipótesis: “con la ofensiva perpetrada por el neoliberalismo se registró una recuperación de la tasa de ganancia que provocó una erosión del poder adquisitivo. Como consecuencia de este desequilibrio los rasgos configuratorios de una nueva etapa que aparecieron en varios planos no se han desarrollado. Este bloqueo resultante de un repunte de la rentabilidad que estrecha la demanda se puede observar en siete campos del proceso de acumulación.”12

Campos de transformaciones que no alcanzaron a dar un vuelco radical al proceso de acumulación y que lleva al autor a explicar este comportamiento utilizando junto al concepto de etapa, el de fase. Si con el primero se “definen patrones de funcionamiento del capitalismo”, con el segundo se “indican el signo prevaleciente de crecimiento o estancamiento de períodos prolongados de este sistema.” Y vuelve a insistir en la diferencia con la teoría de las ondas de Kondratiev y Schumpeter, porque mientras que éstas están asociadas a una periodicidad fija, “el concepto de fase solo indica la vigencia de períodos de prosperidad y depresión en cada etapa”.

Con esta base teórica Katz define al período que se abre con las crisis de mediados de los 70 como una fase de color gris, ya que si no se caracteriza por la prosperidad del período de la postguerra, un desastre similar al de los años 30 solo ha llegado a producirse en los países de la periferia, no en los países centrales. Y las que son las diferencias más importantes entre ambos períodos, se ubican en el plano político-militar, porque “la falta de liderazgo de una gran potencia” que caracterizó a ese período diverge con la recuperación hegemónica actual de Estados Unidos. La perspectiva de una guerra interimperialista ha desaparecido del horizonte estratégico de los países avanzados y no existe ningún clima de preparación de confrontaciones de ese tipo. Además, el salto registrado en la mundialización ha creado un marco de conflictos comerciales muy diferente a los bloques proteccionistas de los años 30”.13

Por tanto, se mantiene la crisis del capitalismo de posguerra, junto con rasgos de una nueva etapa que no se consolida. La última parte de este trabajo de Katz se centra en explicar las causas de esta situación, decantándose por las explicaciones de tipo multicausales frente a las de tipo monocausal, ya que “el enfoque multicausal brinda un esquema analítico para explicar porqué el conflicto entre el repunte de la rentabilidad y la estrechez de los mercados singulariza a la fase actual”.14

Su conclusión es la de que si bien la sobreproducción puede ser la interpretación última de la crisis, la explicación de los mecanismos concretos está en la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (en el campo de la valorización) y las contradicciones entre la producción y el consumo (en el plano de la realización): “Esta explicación remarca que la recuperación parcial de la tasa de ganancia basada en el aumento de la explotación y la reducción de los salarios no ha sido acompañada por una depuración nítida de capitales. Además, ese repunte del beneficio acentuó la retracción del poder adquisitivo, en condiciones de variada superproducción y agudos picos de especulación n financiera.”15

En octubre de 2008, cuando estaba en su cenit, al menos de momento, la crisis financiera que había estallado en EE.UU., Katz realizó un análisis sobre ella, en los aspectos concretos que estaban teniendo lugar, rechazó su analogía con las crisis de finales del siglo XX, con la de los años 30 y con la del Japón, apuntando a una mayor similitud con la de mediados de los años 70. Mantuvo la necesidad de la explicación multicasual y el diagnóstico realizado en sus documentos anteriores tal como se puede comprobar cuando apunta a las causas de la crisis: “El estallido obedece a una crisis peculiar de sobre–acumulación, asentada en valorizaciones ficticias y el endeudamiento de los asalariados. Expresa el agravamiento de la sobreproducción que genera la contracción salarial y la competencia global. Además confluye con un encarecimiento cíclico de las materias primas, potenciado por la devastación del medio ambiente. Estos procesos agotaron el hiper–consumo norteamericano provisto por Asia y financiado por el resto del mundo.”16.

Su conclusión es, pues, la de que “En la crisis actual confluyen por lo tanto tres procesos: sub–producción de materias primas, sobre–acumulación financiera y sobreproducción industrial. Este empalme presenta puntos de contacto con lo ocurrido en 1975–76 y tendrá un impacto regional muy desigual.”17

Immanuel Wallerstein se atiene a la periodización de Krondatiev como ciclos más coyunturales dentro de los ciclos de larga duración de Fernand Braudel. Dentro de esta visión, Wallerstein opina, primero, que la fase A anterior (1945-75) ha sido la más larga de la historia del capitalismo y, segundo, que actualmente estamos en la última parte de una fase B, sentenciando para la crisis actual que “hoy en día, ese momento de ciclo coyuntural coincide con, y por consecuencia agrava, un período de transición entre dos sistemas de larga duración. Pienso en efecto que hemos entrado después de treinta años en la fase terminal del sistema capital.”18

Su punto de referencia histórico para comparar la crisis actual también varia necesariamente en coherencia con este punto de vista: “la crisis reciente similar a la actual es el derrumbe del sistema feudal en Europa, entre mediados del siglo XV y del siglo XVI, y su reemplazo por el sistema capitalista. Ese período, que culmina con las guerras de religión, vio el derrumbe de la influencia de las autoridades reales, señoriales y religiosas sobre las comunidades campesinas más ricas y sobre las ciudades. Fue entonces cuando se construyeron, mediante tanteos sucesivos y de modo inconsciente, soluciones inesperadas cuyo éxito terminó por ‘hacer sistema’ extendiéndose poco a poco, bajo la forma del capitalismo.”19

Para explicar de manera general la crisis desencadenada en el cuatrimestre final del 2008 Jorge Benstein cree que es necesario referirse a las últimas cuatro décadas “durante la cual una crisis crónica de sobreproducción de carácter global (cuyo inicio podría ser establecido en 1968-1973) fue alimentando al globo especulativo que a su vez reforzó la enfermedad del sistema económico. La crisis de los países centrales pudo ser amortiguada, postergada, gracias a un complejo mecanismo de desarrollo mundial de negocios financieros pero dicha postergación prolongada terminó por engendrar uno de los factores decisivos de la crisis total del sistema (que ahora estamos empezando a recorrer).”20

En un plano más global, este autor se refiere a las tres etapas clásicas con las que el marxismo periodiza el capitalismo industrial y a las que describe gráficamente en forma de una campana con una rama inicial ascendente y otra final descendente. Su objetivo es demostrar como actualmente el sistema está entrando en una zona de colapso.

El período del capitalismo joven, coincidiendo aproximadamente con el siglo XIX, es descrito, siguiendo la metáfora orgánica, como el desarrollo de las potencialidades, “sus crisis de sobreproducción fueron en última instancia crisis de crecimiento, luego de cada gran turbulencia el sistema se expandía, mejoraba cuantitativamente y cualitativamente, el optimismo histórico (progresismo derivado del iluminismo) dominaba la cultura de las clases dominantes, sus saqueos coloniales eran visualizados como históricamente positivos desde las sociedades centrales (y desde las elites coloniales). También era vista de manera positiva la superexplotación de recursos naturales no renovables presentada como proeza técnica y científica, el mito de una revolución tecnológica infinita se instaló de manera durable.”

El período de capitalismo maduro, el de los primeros 70 años del siglo XX, busca explicar la supervivencia de un organismo aún con vitalidad, “la intervención estatal, junto a los parasitismos militar y financiero, consiguieron controlar las sucesivas crisis de sobreproducción de las que emergieron algunos síntomas de decadencia. Esta confusión histórica entre componentes de decadencia con otros de eficacia y progreso colocó sucesivas bombas de tiempo en los procesos de ruptura periférica, con mayor carga trágica en aquellos que anunciaban la superación del capitalismo. Las primeras fisuras graves del mundo burgués brindaron espacios favorables para las revoluciones antiimperialistas y socialistas periféricas pero la hegemonía cultural del capitalismo las encadenó a muchos de sus mitos consumistas, tecnológicos, administrativos, etc. Vistas desde la larga duración de la historia podríamos ver a estas revoluciones como procesos pioneros, culturalmente débiles, ante los cuales el mundo burgués cedió espacio (a empujones) aunque pudo finalmente acorralarlos, vencerlos, integrarlos a su decadencia.”

Pero, finalmente, como cualquier sistema orgánico, éste también se acerca a su desaparición en su período de capitalismo senil, iniciado en los años 70, “a lo largo del cual se desarrolló una crisis crónica de sobreproducción que aceleró la financierización del capitalismo hasta ser hegemónica imponiendo su sello a la cultura universal. Junto al cáncer financiero se expandieron las más variadas formas de parasitismo y de saqueo de recursos naturales y estructuras productivas periféricas. El crecimiento del Complejo Militar Industrial no se detuvo con el fin de la Guerra Fría sino que llegó a niveles nunca antes alcanzados.

Durante la mayor parte de la era del capitalismo senil las crisis catastróficas fueron impedidas, reguladas gracias al instrumental de intervención heredado de la era keynesiana, la gran crisis fue postergada pero no eliminada del horizonte.”

Este sería, pues, el sentido de la crisis actual, donde ha tenido lugar el estallido de “todas las ‘crisis’ de manera casi conjunta y el sistema va ingresando en una zona de colapso.” Entendiendo por todas las crisis, la conjunción de la crisis financiera, energética, alimentaria, ambiental, urbana, tecnológica, del Estado y del militarismo burgués.

Dado el carácter global con el que es presentado está crisis y sus posibles efectos, su comparación también va a realizarse, como en caso de Wallerstein, con una gran transformación histórica, aunque no será con la desaparición del feudalismo como apuntaba éste último autor: “Colapso no equivale de manera inmediata a muerte pero si se extiende y perdura puede engendrar la desintegración imparable del sistema (el paralelo con la decadencia del Imperio Romano es inevitable).”

Podemos citar aún a otro autor que suscribe este tipo de visión de acumulación de crisis y que, en su opinión, hace que la actual se proyecte como “una crisis sistémica y también civilizatoria”.21

A efectos de claridad es posible, pues, distinguir dos bloques de enfoques diferentes en estos análisis, separados, más allá de otros rasgos, por un aspecto esencial, el de la posibilidad de supervivencia del capitalismo. Uno de los bloques se caracteriza por considerar que el capitalismo ha entrado en su período de definitiva decadencia o colapso independientemente de cual sea el resultado final. El otro, por el contrario, deja más abierto el desenlace, tanto puede ser un derrumbe caótico, una recomposición capitalista en un sentido no previsto, o su sustitución por un sistema socialista.

Veamos ahora, cuales son algunas de las propuestas que se han adelantado ante la crisis y las previsiones que se hacen sobre el futuro del capitalismo.
Previsiones y propuestas, ¿la izquierda ausente?


Empecemos por la visión sobre las medidas implementadas por los principales Estados para abordar la crisis y cuyo más ambicioso proyecto de intento de coordinación para buscar una salida ordenada fue la cumbre del G-20 realizada a mediados de noviembre del 2008. Desde los sectores cercanos al neokeynesianismo se advertía ya antes de su inicio sobre las dos visones que enfrentaban a EEUU y a Europa “Estados Unidos, escéptico sobre el calado de las reformas que hoy se han de acordar en Washington; y una Unión Europea con más ansias reformistas.”22

Las conclusiones alcanzadas en dicha cumbre las describían también en su vaguedad, “El G-20 acordó ayer en Washington dar vía libre a una nueva ola de incentivos públicos, mucho más ambiciosos que los desarrollados hasta ahora, para reanimar la economía. Además, dio un primer paso para la reforma del sistema financiero mundial, abrió el debate sobre el papel futuro del FMI y del Banco Mundial y lanzó un mensaje contra el proteccionismo y en favor de la liberalización comercial.

El comunicado final (...)acalla las sonoras divergencias entre Europa y Estados Unidos sobre la reforma del sistema financiero, origen de la crisis, desplazando la discusión a grupos de trabajo.”23

La misma fuente era muy explicíta sobre los resultados conseguidos en dicha cumbre en el título del artículo que analizaba dichos resultados, “El esfuerzo conjunto del G-20 contra la crisis se desinfla en mes y medio”24

Pero no había que esperar mes y medio para que otros analistas ya resumieran nada más acabar la cumbre cual había sido su verdadero resultado, “Al igual que sucedió con los planes de rescate que han ido adoptando en los meses anteriores, ahora siguen sin saber cómo actuar, qué medidas llevar a cabo. En realidad, la cumbre y el documento de conclusiones constituyen más bien una especie de autorización implícita que los gobiernos se dan entre ellos para que cada uno trate de abordar la situación como mejor pueda a través del único y mejor remedio conocido para hacer frente a estas situaciones (la expansión del gasto) pero que hasta ahora todos habían demonizado.”25

Desde la izquierda las visiones sobre la crisis abarcan un amplio espectro de previsiones y alternativas sobre el futuro del capitalismo.

Podemos ver en primer lugar aquellas que ven difícil que, a pesar de la profundidad de la crisis, pueda superarse actualmente el horizonte capitalista, más allá de que puedan conseguirse reformas más o menos profundas.

Creemos que esta es la posición de Éric Toussain26 cuando apunta a que “El fracaso económico y el desastre social causados por los neoliberales de hoy podrían desembocar en nuevos grandes cambios políticos y sociales”, si el descontento social se expresase de nuevo alrededor de proyectos de emancipación. Y con este motivo despliega una batería de medidas destinadas a reformar en profundidad el capitalismo, tomando como punto de apoyo el que muchas de ellas están recogidas como principios en los documentos de la ONU. Organización que considera podría ser clave para la construcción de una nueva arquitectura internacional siempre que previamente, y como este autor parece confiar, ella misma fuese reformada.

Otra propuesta de reforma profunda es la que avanza Michael R. Krätke27, partiendo de que “La crisis de la economía europea y mundial requiere algo más que una mera reforma del mercado financiero. Requiere un cambio en el régimen macroeconómico entero, un nuevo régimen de política monetaria y fiscal. (...) Para gobernar la economía democráticamente, tendrán que instituir la democracia económica”.

Su propuesta no se sale del marco capitalista, pero tampoco asegura que pueda ser compatible con su continuidad, “Un capitalismo reformado y embridado será harto más compatible con la democracia política, pero que una democracia ampliada que haya aprendido a gobernar los mercados y la macroeconomía pueda seguir soportando al capitalismo, es cosa que está todavía por ver.”

Samir Amin28 es otro de los autores que no cree en la posibilidad de superar inmediatamente el capitalismo, pero deja abierta la puerta a la posibilidad de una larga transición al socialismo; considera que el objetivo de los poderes vigentes es retornar al sistema tal como funcionaba (“un capitalismo de oligopolios financiarizados”), lo cual podría ocurrir con una cantidad suficiente de ayudas y una débil respuesta de las clases populares y las naciones del sur. Más difícil encuentra la posibilidad de “volver a fórmulas de asociación de los sectores públicos y privados, fórmulas de economía mixta como ocurrió durante los ‘treinta años gloriosos’ .“

La alternativa, según este autor, “pasa por el derrocamiento del poder exclusivo de los oligopolios, el cual es inconcebible sin, finalmente, su progresiva nacionalización democrática. ¿ Fin del capitalismo? No lo creo. Creo en cambio que son posibles unas nuevas configuraciones de las relaciones de fuerzas sociales que obliguen al capital a ajustarse a las reivindicaciones de las clases populares y los pueblos. A condición de que las luchas sociales todavía fragmentadas y a la defensiva, en su conjunto, consigan cristalizar en una alternativa política coherente. Con esta perspectiva, resulta posible el comienzo de una larga transición del capitalismo al socialismo.” Y para ello considera necesario toda una serie de condiciones que, justamente, son las que están ausentes.

Adrián Sotelo también se muestra pesimista sobre la posibilidad de que la actual crisis abra una oportunidad para superar el capitalismo, “Las salidas que tiene el capital, por supuesto, son varias y ésta no es la última crisis, a pesar de su severidad y espectacularidad. No hay una crisis terminal del sistema, como a veces postulan sin bases ciertos marxistas dogmáticos y trasnochados. El sistema del capital y su metabolismo social (István Mészáros), tiene dispositivos muy serios que implementar para autoregenerarse, por supuesto, como la represión y la fuerza bruta (como en Irak y Afganistán), cuando la crisis y la lucha de clases son incontrolables para el imperio.

Nosotros apuntamos dos tendencias importantes: la guerra imperial y la generalización por todo el sistema del régimen socioeconómico de superexplotación del trabajo como ‘salidas’ inmediatas de la crisis, que podrían recolocar una cierta corrección de la tasa promedio de crecimiento económico del sistema capitalista, aunque en una proporción infinitamente menor a la tasa alcanzada por el capitalismo durante los llamados ‘treinta años gloriosos’. (...)

En el ámbito político-jurídico y social el perfil correspondiente de ese patrón de reproducción se expresa a nuestro entender en la gestación de cambios significativos en el Estado que por ello pasa de ser ‘bienestarista’ a francamente neoliberal, minimalista y empresarial (...) O sea, un Estado permanente de seguridad nacional y de contrainsurgencia fundado en lo que Ruy Mauro Marini denominó Estado del cuarto poder, que es capaz de revitalizarse tanto en los países del capitalismo avanzado como, y con mucho mayor fuerza, en los dependientes y subdesarrollados de su periferia.”29

Para no cansar al lector con muchos más de los pronósticos vertidos en torno a las posibilidades de desenlace de la actual crisis vamos a hacer referencia solamente a dos más, la tónica es más o menos la misma con distintos matices, falta de claridad sobre el rumbo que tomarán los acontecimientos y pocas esperanzas en que ese rumbo sea una transición al socialismo.

Saltos Galarza30 se responde a la pregunta de si va a poder sobrevivir el capitalismo, “No hay respuestas puramente económicas. El capitalismo es un modo de producción-formación económico-social (Marx), pero también es una civilización (Schumpeter). La respuesta es predominantemente política, depende sobre todo de la presencia de los sepultureros”. Y en base a ello describe los posibles escenarios del desenlace, partiendo de las reflexiones de Wallerstein. El primero sería la continuidad de una economía mundo capitalista tras la realización de los ajustes necesarios, describiendo la posible estrategia y recursos para conseguir alcanzar este resultado.

El segundo escenario consistiría en una profundización de la crisis que abocaría a un período de caos con resultado incierto.

El tercero (no en el mismo orden que el autor les describe), sería el de una transición a una sociedad postcapitalista, en dos versiones diferentes, bien de todo el sistema-mundo en un largo proceso, bien localizado en solo algunas regiones o países. La debilidad creemos que se encuentra, como en todos los autores anteriores, en que son previsiones muy ambiguas, abarcando en este último caso todas las posibles opciones - recuperación, caos, transformación - con lo cual su utilidad predictiva es realmente muy baja.

Para Inmanuel Wallerstein31, “Nos encontramos en un período, bastante raro en el que la crisis y la impotencia de los poderosos dejan sitio al libre albedrío de cada cual: hoy existe un lapso de tiempo durante el cual cada uno de nosotros tiene la posibilidad de influenciar el futuro a través de su acción individual. Pero como ese futuro será la suma de una cantidad incalculable de esas acciones, es absolutamente imposible prever qué modelo terminará por prevalecer. Dentro de diez años, tal vez se vea más claro; en treinta o cuarenta años, habrá emergido un nuevo sistema. Creo que, por desgracia, es igual de posible que se presencie la instalación de un sistema de explotación aún más violento que el capitalismo, como que se establezca un modelo más igualitario y redistributivo.”

Si se busca donde radican las razones de este pesimismo generalizado sobre la apertura de un período transitorio al socialismo a partir de la crisis actual se puede encontrar una respuesta también común en los autores que hacen alguna mención sobre esta cuestión: el lamentable estado de las fuerzas transformadoras de la izquierda tanto a nivel organizacional como en el plano de las alternativas. Este fue precisamente el motivo de mi anterior trabajo32. Ahora vamos a completar aquella visión con los argumentos de algunos de los autores que hemos estado citando.

La opinión de José Torres Pérez33 es meridiana en lo que se refiere a la izquierda europea, “esta debacle sobreviene en un momento en que la izquierda carece de respuesta adecuada. (...)No es fácil encontrar hoy en el Parlamento Europeo una izquierda capaz de responder a la ofensiva de la euro-oligarquía que viene. (...)

No cabe duda de que aumentará la movilización social, por desgracia de una forma espontaneísta y descoordinada, sin una dirección orgánica. Por eso lo central es la construcción de una fuerza política capaz de disputar el Estado a la nueva clase financiera.”

En el mismo sentido, pero de manera más amplia, se expresaba Eric Toussaint34 a finales de los años 90 cuando analizaba las crisis financieras en esos momentos, “El sistema capitalista atravesó en su historia innumerables situaciones de crisis generalizada. En el curso de algunas de ellas, su existencia misma ha estado amenazada, pero cada vez pudo reponerse. Las salidas de las crisis capitalistas han significado sufrimientos humanos incalculables. En esta ocasión también, el régimen capitalista puede superar su crisis. En efecto, no es seguro que los oprimidos sean capaces de encontrar la fuerza para imponer una salida no capitalista a la crisis.”

En el último texto de Claudio Katz35 dedicado al tema que estamos tratando, y publicado antes de terminar el presente artículo, hace una crítica incisiva a las explicaciones y recetas que se han avanzado desde posiciones neoliberales y keynesianas y aporta un análisis más preciso y pormenorizado de las causas últimas de la crisis siguiendo la estela de su trabajo anterior ya mencionado. Pero a los efectos del objeto principal de este artículo sus aportaciones principales se encuentran en la parte final de su texto donde hace referencia a los tres escenarios posibles en que puede desembocar la actual situación y que de menos a más grave serían una recesión corta de un año como consecuencia de la efectividad de los planes keynesianos, una parálisis deflacionaria por la falta de eficacia de dichos planes, o una reproducción de la depresión de los años 30, que actualmente solo lo contempla como una amenaza.

Su pronóstico: no hay que rendirse al fatalismo de pensar que el “capitalismo tendrá capacidad para sobrevivir a la crisis” y que, en definitiva, “todo depende de la reacción, organización y programa que adopten las masas. Hasta ahora prevalece el aturdimiento”.

Katz aboga por la alternativa socialista, pero ya en el segundo de los documentos suyos al que nos hemos referido alertaba contra dos tipos de fatalismos en este tipo de análisis, contra aquél que consiste en visualizar siempre cualquier crisis capitalista como la última, a la que necesariamente debe de seguir el socialismo, y contra la otra modalidad que se centra en el estudio de los períodos capitalistas sin tomar en consideración el horizonte socialista. Y recuerda lo que ha enseñado la historia del siglo XX, que las crisis capitalistas no desembocan necesariamente en el socialismo y, por lo tanto, “La implantación de este régimen es deseable y factible, pero no inexorable y su conquista dependerá del empalme de la lucha social con acertadas estrategias políticas de transformación revolucionaria.”36

No creo que sea una apreciación subjetiva por mi parte, ni tampoco una falta de suerte en la búsqueda de análisis, el que la mayoría de las aportaciones a las que se han hecho referencia anteriormente tengan como puntos comunes tres cosas: primero, un predominio del espacio dedicado al análisis o la descripción de los diferentes aspectos de la crisis, incluso de su contextualización histórica o teórica; segundo, una insistencia en resaltar las características negativas del capitalismo y; tercero, alguna referencia, casi obligada, en torno a la esperanza en algún tipo de reacción de las masas frente a esta situación. En tanto que los análisis sobre la crisis y sus causas aportan en general una importante cantidad de información y reflexión, sin embargo, la mayoría de las veces, sinceramente, los dos últimos puntos no hace ninguna aportación sustancial, es como si hubiese necesidad de ser incluidos para evitar ser considerados como fatalistas, derrotistas o alguna etiqueta peor. Por supuesto, no se trata de ningún tipo de crítica a los autores citados, solamente es la constatación de una ausencia que, posiblemente, denote la dificultad para establecer un programa alternativo, una estrategia adecuada para alcanzarlo y los instrumentos organizativos adecuados para llevarlo a cabo. El presente artículo, justamente, pone en evidencia este vacío, pero tampoco aporta nada a ninguno de los tres aspectos citados.

Creo que es una verdadera necesidad completar estos estudios sobre la crisis económica actual con otros sobre la situación de las posibles fuerzas transformadoras y las alternativas posibles en la actual situación. La izquierda, no repuesta en absoluto del impacto del derrumbe del socialismo real y sus efectos, se encuentra enfrentada a un nuevo reto de consecuencias imprevisibles. Es posible que se tache de fatalista la sospecha de que una débil o errónea actuación de las fuerzas de izquierda durante la presente crisis no haría más que empeorar su situación histórica, pero, como se puede comprender, no es el temor a esa etiqueta u otras lo más preocupante en estos momentos.

sanchezroje@yahoo.es



















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