¡Oh Chile¡ largo pétalo de mar y vino y nieve,
hay cuando, hay cuando, hay cuando, hay cuando…
Pablo Neruda.
Solo la vida quiso que viviera casi cien años para así repetir incansablemente sobre el mundo “Soy la esposa del Presidente Salvador Allende, primer Presidente de mi país, derrocado en un vulgar Golpe de Estado”.
La legendaria luchadora Doña Hortensia Bussi de Allende solo pudo regresar a pisar suelo sagrado de su patria Chilena, pasado el año de mil novecientos ochenta y ocho, ingresaba recordando las palabras del eterno Presidente; “El pueblo entra conmigo a La Moneda”. Y las sagradas oraciones aun escuchadas a inicios de los setenta: Allende presidente, Allende presidente….
Recordó las palabras de un valiente ministro acudiendo aquel día al llamado de su fiel Presidente, un once de septiembre antes de los bombardeos sobre La Moneda: “¡No hay plazo! El plazo lo dio el pueblo hasta el seis de noviembre de mil novecientos setenta y seis”. Y entró apurado a defender a su líder.
En varios escenarios se le oyó decir con la experiencia que da el dolor, - la cual es una de las más duras – “los chilenos siempre recordaremos como dieciocho días antes del golpe de estado, el Presidente Allende nombraba como General del Ejército a un Pinochet Iriarte”. El Presidente confiado le había confesado a este General que para el diez de septiembre, daría a conocer al mundo el llamado a un plebiscito para resolver la grave crisis de su país. Entonces, este General logra convencerlo para que retarde este anuncio un día más, es decir, hasta el once de septiembre, el día en que lo derrocó.
Contaba Doña Hortensia, aquel duro día, el Presidente se recogió en su oficina, pensando con dolor y sorpresa en sus últimas horas, blandiendo sus dedos: meñique, anular, corazón e índice, una y otra vez, repetía desde su escritorio con la mirada perdida, tres traidores, tres traidores, tres traidores….
Yo escuchaba a Salvador, - relato un día su esposa – a lo lejos, por una radio AM mientras me protegían unos cuantos allegados, “No tengo otra alternativa, solo quebrándome a balazos impedirán cumplir el mandato que el pueblo me dio. Y seguía…”
Vi por otra parte, como este cobarde General, que le juraba fidelidad a mi marido, desataba la más horrible pavura de aquella fría mañana; “Rendición incondicional, rendición Incondicional…”
Sin duda, en Chile todo iba bien, hasta cuando Allende empezó a nacionalizar el cobre, a partir de allí, los EE.UU. pierden la calma y entran en acción, Richard Nixon, desde la Oficina Oval se altera y delira con la CIA, ¿cómo acabar con este naciente gobierno socialista? La inversión, 2,7 millones de dólares, gasto que el Pentágono invirtió en el derrocamiento de Allende.
Entre los aportes más destacados, que conformaron aceleradamente el golpe de estado, estuvieron los de la iglesia cristiana estadounidense. Inmediatamente la consigna fue: ¡Todos contra Allende!
Doña Hortensia lo recordaba repitiendo frases tan emocionantes, templadas y briosas, “Allende fue muy valiente, hablaba como un valiente”. Y rápidamente guardaba un estrepitoso silencio.
Aquel día, solo veinte armas defendían La Moneda, y Allende era uno de esos soldados. Alcanzó a decirle a uno de los responsables de su seguridad “Viste que esto era más serio de lo que creíamos”.
Mientras por un parlante de lúgubre voz, atinaba a escucharse: “Solo les damos trece minutos para salir o serán bombardeados, y ya van treinta segundos”. Pero aun, dos de sus hijas, una de ellas con un embarazo de siete meses se negaban a abandonar a su padre y éste en los últimos minutos les ordenó: “Tienen que irse”, se despidieron en una de las portentosas puertas de madera, en absoluto y corto silencio. Nunca más volverían a verse.
La voz con el parlante seguía fuertemente amenazando: “El Palacio de La Moneda deberá ser evacuado antes de las once horas o será bombardeado, los trabajadores permanecerán en sus sitios de trabajo o serán atacados por fuerzas terrestres”.
Al iniciarse la incursión de la cobardía, Allende en medio de la voraz confusión se les perdió a todos, atinaron a pensar en él y encomendaron inmediatamente su búsqueda, lo encontraron en una de las ventanas de Palacio, con su palto y un casco blindado, disparando una y otra vez, cambiando el peine uno tras otro, seguro recordaba tantas palabras de Fidel, cuando meses atrás le obsequiaba un par de duras ametralladoras.
Lamentablemente, la enconada furia política de entonces entre la misma izquierda, quienes no entendieron algunas cosas de este naciente proceso revolucionario y lo condenaban a quedarse solo, así lo dejaron, solo, sin apoyo, sin camaradas.
Entonces, a las once horas empezó el fiero bombardeo desde el aire, fueron veinte y cuatro mortales bombas que cayeron dirigidas contra El Palacio de La Moneda. Explosiones que destrozaban la soberanía, legitimidad y valentía de un Presidente con un gobierno legalmente constituido. Nixon, saltaba de alegría, Pinochet, afilaba la cobardía.
Agrias y lejanas horas después, Hortensia Bussi de Allende, enterraba bajo silencio en una solitaria tumba de cemento el cuerpo de su valiente esposo, la acompañaban unos de sus pocos amigos y le dijo a los sepultureros, “Digan que aquí está el Presidente Salvador Allende y nunca le faltara flores”.
Mientras tanto su casa era totalmente saqueada e incendiada por militares que escupían fuego sobre todos sus libros, calcinaban todos sus recuerdos. El balcón donde tantas veces salió a saludar a su pueblo junto a su esposa, estaba ferozmente bombardeado y todos sus quijotes empezaban a ser torturados en el Estadio Nacional, inaugurado meses antes por el mismo Allende.
Con sentimiento, Dona Hortensia afronto el aniquilamiento de tantos compañeros, “Ya no logro impactarme, el dolor no me arropara” expresó, en uno de los recordados onces de septiembre. Logró ver La Moneda reconstruida y visitó la oficina de su esposo, con dolencia dijo: “Aun huele a él, aun lo siento…” Y partió en duro silencio, desde entonces, pasaron tres largos años y mas nunca se le volvió a ver, hasta que oficialmente se anuncio al mundo, su deceso.
A su salida alcanzó a ver, aun los edificios cercanos como conservaban los impactantes huecos producidos por el ametrallamiento de los fieros aviones artillados aquel septiembre inolvidable para todos.
Doña Hortensia es velada, la acompañan al fondo, una bandera de claveles de su Partido Socialista. Ya está reunida junto a su esposo, le declama poemas Pablo Neruda, Gabriela Mistral le compone lindas letras y le da un bello vestido cosido por ella en los años de la pacienciosa muerte. Andrés Bello les acompaña, Letelier y su secretaria les sonríe, Víctor Jara le canta junto a Alí Primera: “Para el compañero Allende”. Mientras el General Prats les cuida.
Están todos los que partieron después de él, en el inicio de aquella fecha. Se encuentra con su bella hija que perdió con un profundo dolor en su destierro en el año setenta y siete, la ve joven, “hermosa como siempre eres”, le dice. “es verdad que volvería a verte”.
A lo lejos, llegaron a oír los escalofriantes alaridos de un cadáver azotado y perseguido en su propia maldad, era el de un miserable General que ya no vale la pena ni recordar.
Afuera, aun resuenan con dolor y ánimo los gritos que les acompañaron en los iniciados años setenta. Allende, Allende, Allende…
(*) Doctorando
Para: www.aporrea.org
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