Los resultados de las próximas elecciones presidenciales de octubre de 2010 en Brasil, van a tener una importancia trascendental en el proceso de reconfiguración del nuevo orden mundial por la creciente centralidad que está asumiendo el gigante sudamericano. Su condición de «país-continente», con una extensión superior a los 8 millones y medio de kilómetros cuadrados -el doble que el conjunto de la Unión Europea-, su peso demográfico -casi 200 millones- además de su poder económico -8ª economía del mundo, y que se convertirá en la 5ª en la próxima década-, le confieren con justicia su caracterización de «potencia emergente» y miembro relevante en el seno del archiconocido BRIC.
«Lulismo»
Si pretendemos interpretar la actual coyuntura política brasileña y realizar proyecciones electorales, estamos obligados a realizar un balance riguroso de los ocho años de gobierno del PT, o mejor dicho, de Presidencia de Lula. Pese a la benevolencia generalizada con la que ha sido tratado el mandatario brasileño por los mass media internacionales, su Administración ha tenido unos fuertes rasgos personalistas en términos de dirección del proceso político.
Lula, como figura carismática que a día de hoy detenta el mayor apoyo ciudadano de las últimas décadas de la historia brasileña -por encima del 80%-, gracias a su sempiterna habilidad negociadora, ha conseguido articular un proyecto de evidentes rasgos interclasistas, en el cual se sienten cómodas algunas fracciones de la burguesía local, mientras en el imaginario popular es percibido como el «gobernante de los pobres«. El «Lulismo» debe ser, por tanto, nuestro objeto de análisis en gran medida.
¿Neoliberalismo o neodesarrollismo?
Uno de los debates más complejos del momento es la caracterización de la política económica del «lulismo». Indudablemente, ni pretende ni es un Gobierno que esté implementando un modelo de inspiración «nacional-popular» ni nada similar, pero tampoco se le puede definir como un gobierno estrictamente neoliberal. Estaríamos más bien ante un proyecto dual, donde se concatenan programas y políticas de corte neodesarrollista con prácticas de carácter todavía neoliberal.
Henrique Novaes, economista y profesor de la Universidad de Campinas en Sao Paulo, considera que esta dualidad se manifiesta de la siguiente manera: por un lado, continuarían medidas neoliberales, principalmente en el modelo de pago de la deuda externa -que sigue erosionando gran parte del presupuesto público- y en el enfoque de dirección del Banco Central (Lula se lo entregó a un hombre de la línea Cardoso); por otro lado, se estarían materializando una serie de políticas neo-desarrollistas como la estimulación del empleo público, el aumento salarial para potenciar el consumo y la financiación pública hacia la empresa privada nacional.
Joa Antonio Felicio, Secretario Internacional de la CUT, en entrevista exclusiva nos aseguró que el Estado ha asumido una posición de inductor del crecimiento, al contrario que en los gobiernos neoliberales previos, donde se convirtió en mero espectador.
Para Novaes, sin embargo, este apoyo a la empresa nacional, principalmente en el sector de la construcción civil (Odebrecht, etc.), está vinculado a la lógica transnacional de dichas corporaciones y se produce en un contexto de capitalismo financiero antagónico a las tradicionales lógicas desarrollistas de los años sesenta.
¿Una nueva política social? El aumento del gasto social y la puesta en marcha de una serie de programas sociales de mayor cobertura, no dejan lugar a dudas en cuanto al «cambio» o la «diferencia» respecto al gobierno de Cardoso. Existe, por tanto, una especie de «agenda de los pobres» que antes no tenía cabida. Sin embargo, esto no implica una ruptura con el paradigma de política social que desde la década de los noventa los organismos multilaterales (Banco Mundial, etc.) han venido imponiendo.
La política compensatoria continúa teniendo un peso sustancial
A través de los viejos programas denominados de «transferencia condicionada», como ocurre con el proyecto bandera del «lulismo», la «Bolsa Familia». De cualquier manera, el éxito de este programa y sus efectos múltiples es indiscutible, ya que ha logrado atender a 40 millones de pobres (más de una quinta parte de la población total), principalmente de las zonas más deprimidas del país (el Nordeste), reduciendo, según cifras oficiales, la pobreza extrema en alrededor de 20 millones de personas, además de estimular notablemente el consumo de los sectores populares. En consecuencia, la fidelidad del voto a Lula se ha fortalecido considerablemente.
Otra de las claves fundamentales, en este caso en el área socioeconómica, es la política de aumento salarial que el Ejecutivo ha promovido. José Antonio Felicio asevera que el salario mínimo ha aumentado más de un 60%, y junto a él han mejorado considerablemente los ingresos de otras categorías profesionales. Desde el sindicato CONLUTAS, sin embargo, Dirceu Travesso puntualiza que realmente no se ha producido una política de redistribución del ingreso, sino más bien una mejora salarial gracias a un contexto de crecimiento económico, donde los más beneficiados han sido sectores privados de la industria y las finanzas.
Travesso añade que no debemos olvidar uno de los momentos más conflictivos del gobierno de Lula, cuando el presidente asumió el liderazgo en la materialización de la «contrarreforma» de la Seguridad Social, la cual trajo como consecuencia el recorte de derechos históricos de los empleados públicos. Las repercusiones no sólo fueron económicas, sino también políticas, ya que provocó la expulsión de los diputados del PT disidentes -que posteriormente fundarían el PSOL- y el cisma en el sindicato hegemónico, la CUT.
Brasil: potencia emergente
Si existe una dimensión donde el consenso en términos analíticos es mayor, esta es, sin duda, la política exterior. El Secretario Internacional de la CUT, asegura que el gobierno de Lula ha dado pasos históricos en cuanto a soberanía e independencia respecto a Estados Unidos, como lo demuestra el rol estratégico que asumió Lula frente al golpe de 2002 en Venezuela y al más reciente de 2009 en Honduras.
Para Henrique Novaes, el canciller Celso Amorin es una pieza fundamental en este proceso de construcción de una identidad de potencia emergente, gracias a la visión estratégica que está imprimiendo a Itamaraty. A su vez, la relevancia política del país en la arena internacional viene acompañada de una expansión comercial, financiera y económica de sus empresas estatales y privadas. La diversificación hacia Oriente Medio y África es paralela a la constitución de China como su primer socio comercial, por delante de los propios Estados Unidos.
Por otro lado, no podemos olvidar que el tradicional rol del sub-imperialismo brasileño, como lo definiera Ruy Mauro Marini, no ha desaparecido del enfoque geoestratégico del gigante latinoamericano, principalmente en América Latina.
Aunque es cierto que el Gobierno de Brasil ha adoptado una actitud menos arrogante y más dialogante con los pequeños países que lo rodean, como se ha evidenciado en las negociaciones con Bolivia (gas) y Paraguay (Itaipu), su liderazgo militar como responsable de las fuerzas de ocupación de la ONU en Haití no favorece, en absoluto, la pretensión de Lula de proyectar un Brasil como modelo de resolución de conflictos en la esfera internacional (Iran, etc.).
Gobierno y movimientos populares
La lectura en torno a la relación entre el gobierno de Lula y los movimientos sociales y a los efectos de esta, es muy dispar según los diversos actores. Para el Secretario Internacional de la CUT, al contrario que los gobiernos anteriores el actual Ejecutivo no sustenta su relación con las organizaciones sociales en la represión, sino en el diálogo. Asegura que se producen reuniones periódicas entre gobierno y movimientos, destacando principalmente los «Foros de diálogo», donde sindicatos y otras organizaciones son considerados como interlocutores válidos.
Desde el sindicato disidente CONLUTAS, en cambio, la valoración es sumamente crítica. Dirceu Travesso asevera que la CUT ha perdido autonomía desde la llegada de Lula al gobierno, como lo demostró su aceptación resignada de la contrarreforma de la Seguridad Social. Agrega que Lula ha jugado un papel «decisivo en la desmovilización de la clase trabajadora».
Desde las filas del PSOL -partido que surgió de una escisión del PT- , la lectura es similar a la de CONLUTAS. Según Pedro Ekman, dirigente de esta agrupación en Sao Paulo, «el peor legado del lulismo es la desmovilización de los movimientos sociales».
Lo que parece bastante evidente es la fragmentación que se ha producido entre las diferentes organizaciones que conforman el movimiento popular, ya que como nos recuerda Cicero Da Silva, educador popular, mientras unos apoyan resignadamente al gobierno otros lo critican de manera reiterada.
Hacia las presidenciales de octubre. En los próximos meses las encuestas se van a multiplicar, según se vaya acercando la fecha electoral. Hasta el momento, el candidato de la derecha tradicional, José Serra, va por delante de la candidata del PT designada por Lula, la actual ministra de la Casa Civil, Dilma Rousseff, aunque ésta va remontando progresivamente.
En primera instancia, lo que está meridianamente claro es que la polarización entre el candidato de Lula y el de la derecha va a eclipsar toda opción que se presente a la izquierda del PT. El PSOL, que tuvo unos resultados dignos en las presidenciales del 2004 (7%), va a reducir su caudal de votos de manera sustancial por dos razones: en primer lugar, por la renuncia de Heloisa Helena, su figura carismática, a medirse de nuevo en la arena electoral, optando por un sillón más cómodo en el Senado; en segundo lugar, por las disputas internas por el liderazgo del partido, que lo están debilitando notablemente.
Las propias previsiones del partido, sobre todo en la contienda para los escaños del legislativo, no son nada halagüeñas: bajar de tres diputados a uno, lo que en una cámara de 513 diputados resulta meramente anecdótico.
El gran interrogante, a día de hoy, es si Lula da Silva tendrá la capacidad de transferir esa desbordante popularidad a Dilma Rousseff, con un perfil público mucho menos atractivo y una proyección mediática más limitada. El PT, por sí sólo, no tiene la fortaleza suficiente para arropar a Rousseff, por una evidencia puramente aritmética: no representa ni a una quinta parte del Parlamento (83 escaños en una cámara que tiene más de 500 diputados).
En consecuencia, ¿tendrá la habilidad y el tiempo suficiente el presidente brasileño de posicionar a su candidata para que el «lulismo» continúe hasta 2014?
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