Bagdad 23 de septiembre de 2007. - “Fue una matanza. Los estadounidenses disparaban contra todo lo que se movía”, relató Alí Jalaf, un policía iraquí que fue testigo del tiroteo provocado por los empleados de la empresa de seguridad norteamericana Blackwater que dejó diez muertos el 16 de septiembre en Bagdad.
“El convoy estadounidense llegó en sentido contrario a la circulación”, explicó este agente de tráfico que trabaja en la rotonda de Al Nusur, en la capital iraquí.
“Como siempre, detuve el tráfico para facilitarles el paso. Pero pararon sus todoterrenos en mitad de la rotonda y se posicionaron apuntando a la gente con sus ametralladoras”, explicó Alí.
“Lanzaron botellas de plástico llenas agua para hacer parar a los otros vehículos y sin motivo alguno abrieron fuego, cuatro disparos, ligeramente por encima de los vehículos”, agregó.
“Un hombre al volante de su auto fue alcanzado por la ráfaga”, recuerda. “Me precipité para ayudarle y ya estaba muerto. Su esposa gritaba junto a él”, añade.
“En ese momento los estadounidenses comenzaron a ametrallar en todas direcciones, de repente”, dice.
“La mujer murió ante mis ojos, de un disparo en la cabeza. Corrí para encontrar refugio agazapado tras mi garita”, explica el policía.
El auto de la pareja “continuaba avanzando, con las puertas abiertas, con los dos cadáveres en el interior, como un auto fantasma”, agrega.
“Los norteamericanos disparaban contra todo lo que se movía, con ametralladoras e incluso con lanzagranadas. Reinaba el pánico. Todo el mundo intentaba huir. A los vehículos que intentaban dar media vuelta, les disparaban”, señala.
Algunos de sus ocupantes salieron corriendo para ponerse a resguardo. Varios de ellos fueron alcanzados por la ráfagas, recueda Alí.
Alcanzado por dos granadas, un auto se incendió y sus ocupantes murieron quemados vivos. En total, diez personas murieron.
Ninguno de los policías iraquíes intervino durante el tiroteo, reconoce Alí, pero “¿qué podían hacer?”, se pregunta.
