Todo lo sucio, todo lo sórdido está en movimiento alrededor de la droga y se guarda bajo las leyes del mercado, es decir de la oferta y la demanda. En el mismo pantano chapotean delincuentes, policías militares, empresarios y políticos, de cuando en cuando, incluso instituciones. Pero ningún secreto queda completamente oculto por toda la eternidad, tarde o temprano el velo se corre y en ocasiones bastante rápidamente.
Michael Levine era un agente de la Agencia Antinarcóticos norteamericana (DEA) destacado en Buenos Aires, Argentina, con el fin de infiltrarse en las organizaciones de tráfico de estupefacientes. En 1989 se jubiló y publicó dos libros Deep Covert (Supersecreto) y The Big White Lie (La Gran Mentira Blanca), hace poco tiempo en un foro o charla internacional, recogida y publicada por revista española Cambio 16, el
ex-agente reveló hechos sumamente graves.
En su empeño de infiltrarse en la mafia narcotraficante, Levine hizo amistad con Macelo lbáñez, brazo derecho de Roberto Suárez. conocido en Bolivia como rey de la droga. Obtuvo toda la información sobre la estructura de la organización clandestina y la remitió a la DEA, pero de allí respondieron que el nombre de Suárez no aparecía en las computadoras. Era una ignorancia muy llamativa... porque era imposible la omisión de ese nombre.
En una supuesta operación con el cartel de Suárez para la compra de 300 kilogramos de cocaína a principios de 1980, Levine conoció por boca de Hugo Hurtado, otro hombre de Suárez, que se preparaba una "revolución" en Bolivia, y obtuvo todos los detalles de un golpe de Estado patrocinado por el narcotráfico y del apoyo del régimen militar argentino a la aventura. Lo comunicó a Washington y, por si acaso, salió de Buenos Aires a Puerto Rico, adonde lo llamó su compañero de la DEA para informarle que Roberto Suárez habla puesto precio de 200.000 dólares a su cabeza y que iba a ser sometido a investigación por el Departamento de Seguridad Interna de la DEA, En lugar de un reconocimiento de su trabajo, la DEA lo investigaba, posiblemente para comprobar si su agente tenía relaciones con alguna organización de la izquierda o para determinar cuánto sabía.
"A raíz de mi intervención directa en los episodios secretos que culminaron en el golpe de Luis García Meza comprendí que el interés de la CIA era impedir que llegase a la primera magistratura un hombre al que
consideraban de izquierda". (Se refiere a Hernán Siles Suazo, quien había ganado las elecciones presidenciales y aún no había tomado posesión en Bolivia.
De esta forma queda revelada la conexión DEA-CIA, en la cual se apadrinó un golpe de Estado en América Latina (otro más). Pero no se trataba solamente de impedir que Siles Suazo ejerciera el poder. El mismo Levine estableció que la DEA y la CIA ofrecían su protección a traficantes de drogas a cambio de cocaína que empleaban para financiar operaciones encubiertas.
El ex agente norteamericano fue explícito: "Cada vez que llegábamos al tope de una organización, nos detenían y obligaban a suspender la operación. Invariablemente ocurría cuando detectábamos políticos, militares y poderosos empresarios en las más altas esferas del narcotráfico".
El golpe de Luis García Meza recibió luz verde de la narcohermandad DEA-CIA para que asumiera el poder en Bolivia un gobierno narcotraficante que duró dos años. Además, no cabe duda de que en Estados Unidos no sólo la CIA y la mafia trafican con drogas, sino que se inserta también en el negocio la institución que está llamada a combatir el uso y comercio de estupefacientes. Como paradoja, en febrero de 1993, se recibe este cable: "LA PAZ, 10 de febrero (AP).- Estados Unidos redujo la ayuda económica a Bolivia en 19 millones de dólares, porque este país andino no cumplió en 1992 con las metas de erradicación de plantaciones de coca". Marcado contraste. Mientras en un caso alentó un golpe de Estado planeado y ejecutado por narcotraficantes, en el otro el gobierno norteamericano obstruye en Bolivia los planes de lucha contra los estupefacientes sin mirar las recias dificultades económicas y sociales que afronta el país.
Ante evidencias tan definitivas, es como para preguntarse si realmente a Washington le interesa que se combata al narcotráfico o si prefiere alimentarlo para que le sirva en las llamadas operaciones encubiertas. ¿Habrá alguien en la DEA o en la CIA que pueda responder?