Buenos Aires 11 de septiembre de 2009 (Agencia Walsh). Peter Marchetti, 64 años, estadounidense de origen y centroamericano por adopción (hace 30 años que vive en la región, y ahora es ciudadano nicaragüense) fue sacerdote jesuita hasta hace dos años. Dejó de serlo, pero no dejó sus convicciones revolucionarias, sus esperanzas en un mundo de mayor justicia. Eso fue lo que lo hizo llegar a Centroamérica hace ya tres décadas y trabajar siempre, como especialista en economía agraria, con poblaciones golpeadas y marginadas.
Ahora vive en Guatemala donde trabaja codo a codo con el movimiento campesino. Autor prolífico, analista agudo y además muy buena persona, querido por propios y extraños, fue entrevistado por Marcelo Colussi.
- ¿Cómo se dibuja el mapa político para Centroamérica luego del golpe de Estado en Honduras y el montaje del video del caso Rosenberg en Guatemala, que casi lleva también a una desestabilización? ¿Cuál es la estrategia de Washington en todo esto?
- Creo que para la gente que puede ver esta entrevista fuera de la región, en el cono sur o en toda Suramérica, es importante saber que Centroamérica siempre ha caminado en un tiempo distinto a América del Sur. Por ejemplo, cuando en el sur se estaban dando los procesos de derechización con las dictaduras militares y los planes neoliberales de ajuste estructural, en Centroamérica se estaban dando procesos revolucionarios con movimientos insurgentes de izquierda. Y ahora, cuando en Suramérica asistimos a una ola de cambios con procesos populares como los de Evo Morales en Bolivia, por ejemplo, o Rafael Correa en Ecuador, otra vez la región centroamericana va con otro tiempo. Se podría decir que habitualmente Centroamérica viene tarde, repitiendo diez años después lo que hace el resto de América Latina. La actual coyuntura es muy interesante: cuando el presidente Manuel Zelaya incorpora Honduras al proyecto del ALBA, que coincide con la elección de Daniel Ortega como presidente en Nicaragua y de Mauricio Funes en El Salvador apoyado por el Farabundo Martí de Liberación Nacional, todo eso trae una reacción fuerte del gobierno de Estados Unidos. Todos estos cambios cuestionan las democracias restringidas que venían aplicándose en Latinoamérica desde la década de los ochenta del siglo pasado. En Centroamérica, al poco tiempo de empezar a dibujarse estos cambios, hay una reacción fuerte de la oligarquía para cortarlos. Y ahí está el golpe en Honduras. Al mismo tiempo que se preparaba ese golpe, en Guatemala se pone en marcha todo el montaje con el video del abogado Rosenberg, difundido ampliamente por todo el mundo, con el que se buscó desestabilizar al gobierno de Álvaro Colom. Pero aquí no es tan importante este golpe político mediático sino el golpe económico que está dando la oligarquía, asfixiando al gobierno por considerarlo demasiado popular, demasiado volcado hacia el lado de los pobres, aunque Colom no anda ni cerca siquiera de planteamientos bolivarianos, de izquierda. Pero unos simples brotes de populismo tienen como respuesta un planteamiento sumamente conservador en la política macro. Mientras que el resto de América Latina ofrece bonos para endeudar al Estado y así responder a la recesión generalizada, Guatemala sigue implementando políticas de Margaret Tatcher y de Reagan, más neoliberales aún que la de ellos. Es increíble: se sigue manteniendo una carga tributaria bajísima. En definitiva: la oligarquía, que no ve con buenos ojos a la administración de Colom, lo deja sin presupuesto. Y el gobierno populista, constreñido económicamente por esa oligarquía que le cierra el camino, trata de moverse dentro de esa camisa de fuerza; pero es muy difícil hacer algo progresista con un planteo económico ultraconservador. Pero es por eso, por ese planteo tibiamente populista, que la oligarquía ataca y trata de desestabilizar el gobierno. Lo intenta con el caso Rosenberg, que es una forma de golpear la imagen política, pero más aún lo intenta con el manejo económico, ahogándolo con el presupuesto nacional que no ha permitido que salga como el gobierno necesita. La oligarquía prácticamente no paga impuestos; en Guatemala el 10 % más pobre paga porcentualmente más impuestos que el 10 % más rico. Por tanto al gobierno actual se le hace muy difícil poder avanzar en sus medidas; en definitiva, se trata de un golpe económico de la derecha contra el populismo. Lo que estamos viendo ahora –con este golpe económico en Guatemala o con el golpe de Estado técnico en Honduras– es una reacción conservadora contra la ola política de cambios representada por Chávez, por Evo Morales, por Rafael Correa. En Honduras tomó forma de una manera brutal, y ahí la oligarquía hizo saber que no está dispuesta a tolerar cambios populistas en la región. Centroamérica ha sido siempre una región más conservadora que Suramérica. Y por eso, por ese conservadurismo tan grande, es que en Centroamérica surgieron los movimientos guerrilleros, como una reacción a esa derecha tan cerrada, tan troglodita podríamos decir. En los tres países donde se dieron esos movimientos: Nicaragua, Guatemala y El Salvador, se dieron historias distintas, mientras que Honduras, el lugar desde donde se manejó la estrategia contrainsurgente contra estos tres países, Estados Unidos manejó a su antojo, haciendo de toda la nación una propia base de operaciones militares. Primero la manejó económicamente, a través de la bananera; y luego con la contrainsurgencia. Y la historia se repite; quiero decir: en el fondo, Estados Unidos está detrás del actual golpe de Estado en Honduras. Lo que hacen las fuerzas políticas de derecha del país es lo que el gobierno de Estados Unidos ha orientado durante décadas. En realidad, las constituciones políticas de los países centroamericanos son apenas democracias restringidas, concebidas para apoyar a las oligarquías locales reduciendo los derechos sociales de las grandes mayorías. Son constituciones de corte marcadamente neoliberal. Y está claro que a la estrategia de dominación continental de Estados Unidos no le interesan constituciones como, por ejemplo, la de Bolivia. El interés real de Estados Unidos, aunque el presidente Obama hable en contra del golpe de Estado en Honduras, es que no aparezcan constituciones ni procesos políticos que cuestionen su hegemonía en la región. Es sabido que la CIA estuvo directamente involucrada en este golpe. Además, y en complementación de lo anterior, es sabido también que todo el aparato represivo y de inteligencia de los países centroamericanos es el mismo de hace 20 o 30 años. Es decir: todos los organismos de seguridad de la región y de Estados Unidos, a través de la CIA, la DEA, los servicios de inteligencia de sus embajadas, están articulados con los intereses más conservadores y reaccionarios de las oligarquías locales. Aquí no hay democracia; hay, en todo caso, democracias restringidas, formales, asentadas en el triunfo sobre –o en la negociación en desiguales condiciones con– las fuerzas revolucionarias de las décadas pasadas. Aquí la democracia se asienta en el genocidio. Es decir: esa ideología profundamente conservadora, de derecha, es el trasfondo de lo que está pasando ahora en el área.
Hay que ver hasta qué punto el presidente Obama podrá cambiar el tipo de aparato político de Estados Unidos en esta región. ¿Será que Obama está en condiciones de abandonar el pacto que la extrema derecha estadounidense tiene con las fuerzas conservadoras de Centroamérica? En la primera conversación que tuvo la Secretaria de Estado Hillary Clinton con el presidente Zelaya luego del golpe de Estado en Honduras, le pidió tres cosas: primero, y fundamental, no tocar la base estadounidense de Comayagua. Segundo: no aparecer mucho con el presidente Chávez, y tercero: si vuelve al poder debe ofrecer una amnistía completa a cualquier civil y/o militar que participó en el golpe. Lo interesante es la base militar; eso muestra el interés de Washington de mantener una presencia militar fuerte en la región.
Recuerdo Comayagua porque alguna vez, cuando vivía en Honduras, intentamos cerrar la base, allá por 1983. En ese entonces Honduras buscaba generar una guerra con la Nicaragua sandinista, para permitir así la presencia militar estadounidense en la región, pensando incluso en su intervención directa contra el gobierno revolucionario del país vecino. Recuerdo que tratamos de movilizar a la opinión pública, para lo cual tomamos como ejemplo un movimiento de 250 mujeres estadounidenses, religiosas todas, que fueron a tratar de invadir Comayagua. Lograron con su movilización quitar al jefe de las fuerzas armadas, un tal general Álvarez, y el hecho movilizó a buena parte de la sociedad civil hondureña. Hoy, con una base militar de Estados Unidos que sigue inamovible, hay numerosas pruebas que indican que hubo personal y recursos de Washington metidos tras el golpe en Honduras. En ese sentido es hipócrita Obama cuando sale a decir que Latinoamérica protesta siempre por las invasiones de Estados Unidos en la región, pero ahora pide la intervención. Es hipócrita porque dice que Washington no va a intervenir, cuando la intervención militar ya se cumplió, puesto que el golpe fue totalmente apoyado por el gobierno de Estados Unidos.
El problema es cómo limpiar la basura de la política de Estados Unidos en la región. No es que ahora se esté pensando si intervenir o no; ¡hace 35 años que la Casa Blanca está interviniendo en los asuntos internos de Honduras!
- ¿Hipocresía por parte de Obama, o eso estaría mostrando que el presidente no maneja realmente todos los hilos de la política del país? Lo cual nos lleva a otra pregunta de fondo: el golpe de Estado en Honduras, ¿podría tomarse como un mensaje del gobierno de Estados Unidos, o de algunos sectores del gobierno al menos, hacia Latinoamérica en el sentido de decir “no más populismos, no más unión latinoamericana ni Petrocaribe, basta de Chávez en la región”?
- Por supuesto. Es un mensaje muy claro. Y aunque quizá Obama no lo decidió, él es hipócrita en el análisis de lo que pasó, porque pese a que no haya sido el responsable directo del golpe, ha dejado actuar al aparato militar y de inteligencia. Es muy probable que la ultraderecha enquistada en el Estado lo esté manejando a él. Eso puede verse en que no ha podido nombrar una sola persona de su confianza en cargos altos para la política de Washington hacia Latinoamérica. Y si no pudo siquiera hacer nombramientos, mucho menos va a poder cambiar los objetivos estratégicos de esa política exterior, que pareciera que él no maneja. Se podrá evaluar si va a haber cambios o no, pero por lo pronto el discurso del presidente es hipócrita. Porque es evidente que el interés principal de Estados Unidos es que no le toquen su base militar en Honduras, centro de operaciones contrainsurgentes para toda la región centroamericana. ¿Qué haría Obama si, por ejemplo, Alemania o China decidieran plantar una base militar en el medio del territorio estadounidense? Diría que eso es intervencionismo, por supuesto. Por tanto, el golpe de Estado en Honduras es un claro mensaje para toda América Latina, es un mensaje de los sectores más conservadores de Estados Unidos y de Centroamérica hacia el resto de Latinoamérica. Lo que buscan es que no haya ningún cambio real, ningún cambio en las constituciones políticas.
Aquí, en Guatemala, si bien no dieron un golpe de Estado político, han puesto en marcha un golpe económico contra el gobierno de turno, para ahogarlo. Buscan hacer una nueva constitución que elimina de plano todos los derechos sociales; es una constitución ultra liberal. En realidad, es eso lo que persiguen. Las reformas que estaba proponiendo Zelaya para la constitución de Honduras no traían ningún cambio de fondo; pero así todo, lo quitaron del camino, porque ya sonaba a demasiado a la izquierda.
- Es decir que este golpe no augura buenas perspectivas para el campo popular, ni en Centroamérica ni en Suramérica. ¿Podríamos entenderlo como una avanzada de los sectores más reaccionarios de Estados Unidos hacia toda Latinoamérica? Lo cual, además, se potenciaría con la instalación de las polémicas bases militares en Colombia. ¿Siguen las malas noticias para el pobrerío entonces?
- Muchos creen eso. Una nueva política económica en lo interno y un período de cambios dentro de Estados Unidos no significa que vaya a haber también una nueva política exterior. Las expectativas de cambio que trajo en su momento la presidencia de Kennedy tuvieron como contrapartida en la política externa cosas como Bahía de los Cochinos o Vietnam. Es decir: no hay ninguna garantía que diga que la política exterior de Obama no va a presionar más a Latinoamérica. Quizá va a ser una presión más sutil, pero presión al fin. Porque nada hace pensar o deja ver en este momento que se esté trabajando para desarmar el aparato diplomático-militar conservador ya acostumbrado a intervenir que ha caracterizado a Estados Unidos estos últimos años. ¿Quién puede garantizar que vaya a haber un cambio en los poderes ocultos de la CIA, de la DEA? Pero junto a esto yo me atrevería a decir que no es sólo mala noticia lo que pasó en Honduras. Se vive ahí, en este momento, una primavera de posibilidades de democracia real, de democracia radical, como no se había dado nunca. Honduras siempre vivió un formal bipartidismo, que en la práctica significaba un control absoluto que no permitía el avance de la organización popular. En esa lógica, los partidos de izquierda nunca logran más que el 2 o 3 % del voto. En esta nueva coyuntura un partido de izquierda probablemente puede sacar un 20 %, o hasta un 30 incluso. Por un lado Manuel Zelaya, por no consolidar sus alianzas con toda la sociedad civil progresista, y al mismo tiempo por no consolidar alianzas dentro de su propio partido, pone el golpe en bandeja de oro para los golpistas. Es decir: hace una alianza con sectores de izquierda de América Latina, con Chávez, entra en Petrocaribe, pero no tenía solidificadas esas alianzas con la izquierda y con el campo popular dentro de su propio país. Eso fue una debilidad, un error. Pero por otro lado, la llegada de Micheletti al poder a través de un golpe de Estado tan burdo, abre la posibilidad a la izquierda y al campo popular de Honduras de organizarse y cobrar fuerzas como nunca antes en su historia. Por primera vez hay una unión de sectores populares con un objetivo común, mostrando que la democracia o es cosa popular, desde abajo, o si no no sirve. Esto ha traído una rápida maduración de sectores populares, juveniles en muchos casos, que salen a defender sus derechos. Y esto ha hecho crecer mucho la conciencia de lucha. Por eso digo que este golpe de Micheletti abre una verdadera primavera de posibilidades en término de lucha a largo plazo. El problema es que la izquierda hondureña pasó tres años atacando a Zelaya, y ahora debe recomponerse para defenderlo, o para salvar la institucionalidad que él representa. La izquierda en Honduras tiene una gran debilidad histórica, si bien existe y tiene una vieja tradición de lucha. No habiendo podido desarrollar una estrategia de lucha armada como en los países vecinos, intentaron trabajar en el Partido Liberal, el mismo de Manuel Zelaya, para transformarlo desde dentro a largo plazo.
Por otro lado la Iglesia Católica sigue siendo de derecha y golpista. Y la izquierda está bastante fragmentada. Todo eso abre un interrogante sobre las perspectivas futuras de Honduras: ¿podrá el campo progresista hacer un frente único contra el golpe como una fuerza política en las próximas elecciones? No importa cómo se termine reconfigurando la oposición al golpe, lo cierto es que hay una primavera de lucha popular, de calor popular que no se había visto nunca anteriormente. Antes la lucha política estaba concentrada básicamente en la costa norte del país, pero el proceso actual desbordó por todos lados. Todo el país está movilizado, y especialmente la juventud.
- Este despertar político, esta “primavera de posibilidades” como la llamaste que se está dando en Honduras, nos lleva a preguntarnos entonces: ¿cuáles son los caminos actuales de la izquierda, del campo popular, ante tanta fragmentación que vivimos, ante esta parálisis histórica que estamos sufriendo ahora?
- Es real que hay mucha fragmentación, en toda la izquierda, en el campo progresista. Incluso con el movimiento de las ONG’s puede verse. No hay dudas que la situación no es fácil. Es más: podemos decir que América Latina está avisada con este golpe de Honduras que Estados Unidos no está entrando en un período de apertura para la zona, y por el contrario, es una señal contra los procesos de cambio en marcha. De todos modos esta agresión de Washington puede permitir más concientización, más toma de posición por parte de sectores ahora acallados; es decir: esto puede llevar, en un mediano plazo, a una mayor radicalización de los pueblos, tratando de repetir procesos en curso como el de Bolivia por ejemplo. Bolivia es en este momento el único país donde las organizaciones sociales tienen hegemonía real sobre el Estado. En otros términos, todo esto abre posibilidades de nuevas luchas, de nuevas configuraciones para el campo popular, para la búsqueda de transformaciones en la estructura social. Ahora, en este momento, la sociedad civil vive aún dentro de estrictos moldes neoliberales, con economías totalmente liberales y con pequeñas cuotas de participación política muy restringidas. Pero hoy sabemos que hay que ir más allá, que hay que buscar un poderoso movimiento político de la sociedad civil. Algo así como lo que estamos viendo en Bolivia, donde hay una fuerte movilización política de los sectores populares, que son los que realmente impidieron el intento de golpe de Estado de la oligarquía del Oriente.
En general en toda América Latina hay que saber que los ritmos políticos se mueven según la industria de extracción. Todas las reformas agrarias modernizantes y las estrategias de desactivar el poder de los latifundistas sobre el Estado pasó sólo en los países en que había industrias de extracción, como petróleo o minerías importantes. Esos procesos no se dieron donde el Estado no tenía una base fuerte de extracción primaria. Por eso los procesos de reforma agraria en Centroamérica, si bien son profundos, no terminan de consolidarse; y eso se debe a que el Estado no tiene una caja chica proveniente del petróleo o de la minería como en Venezuela, en Bolivia o en México. O en Chile. Yo conocí ese proceso, y ahí el dinero que daba el cobre sirvió para hacer la reforma agraria contra los latifundistas. En Centroamérica eso se suma al grado de pobreza crónica que define a estos países, lo cual da como resultado unas derechas políticas mucho más conservadoras. Y ante la ola de cambios que se mueve por Suramérica, esas oligarquías y el imperialismo toman rápidamente la iniciativa. Es una situación compleja, por lo que es difícil decir qué va a pasar.
- Justamente porque no tenemos bolas de cristal para ver el futuro, pensando en las iniciativas actuales, como por ejemplo la propuesta de unión latinoamericana como el ALBA, ¿qué perspectivas tienen a mediano y largo plazo?
- No hay dudas que hoy el ALBA es aún débil, pero es también lo suficientemente fuerte para que el Fondo Monetario Internacional lo tome en cuenta. De hecho muchos de los fondos de los países que conforman el ALBA no cuentan en los presupuestos nacionales sino en los partidos en el poder o en los movimientos sociales que son sus bases. Si el FMI quiere tenerlo en cuenta, eso significa que la capacidad económica en juego no es tan despreciable. Al contrario; esto indica que el ALBA no es tan débil. Ciertamente representa una amenaza al imperialismo económico gringo de siempre. Por supuesto aún hay debilidades. Los tratados de libre comercio, al menos para los pueblos, han fracasado. Lo interesante con el ALBA es que, detrás de la unificación económica está la posibilidad de unificación política de América Latina. En Europa, antes que la Unión Europea fuera una realidad política, era una realidad económica. Lo mismo está haciendo el ALBA. Aquí se están buscando todos esos mecanismos de integración económica, con tasas de interés común, el Banco del Sur, etc.; todo eso es la base para aspirar a tener una unión política fuerte posteriormente. Creo que vamos hacia el esquema de bloque regional con un dinero unificado, con una política económica y social unificada, y con un parlamento regional unificado. El camino, definitivamente, es la integración.
- Claro que habrá que ver cuál de los dos modelos de integración en juego triunfa finalmente: el modelo del ALBA, con una propuesta más progresista y buscando la disminución de las grandes diferencias entre los países, o el modelo de Mercosur, que es un planteo enteramente capitalista con un Brasil a la cabeza como mini-imperio regional.
- Por supuesto que son dos modelos totalmente distintos. Pero lo cierto es que hay presiones reales para la unificación. Hay que ver a mediano plazo cómo se va dando este proceso. Ahora, en el período que se viene, habrá más presión imperial sobre el ALBA. Eso puede resultar como en Honduras: creando más posibilidades de una sociedad civil más clara, más consciente, que pueda ver que la opción no es un Mercosur sino que hay que buscar una opción bolivariana. Lo cierto es que los pobres no tienen mayores opciones dentro de esquemas nacionales hoy en día. El Estado-nación por supuesto que es muy importante, pero el Estado-nación económico no tiene mayores opciones frente a la globalización. Países pequeños, con diez millones de habitantes, o menos, no tienen posibilidad de salir adelante si no es en unión con otros similares. Entre todos juntos, unidos, puede haber opciones.
- Hoy asistimos a un protagonismo político de sectores que años atrás, y más aún desde una perspectiva clásica de izquierda, no se veían como los motores de cambio. Me refiero a movimientos campesinos y movimientos indígenas. ¿Ves en eso un verdadero fermento revolucionario?
A largo plazo, sí. En el corto plazo, al menos en Centroamérica, es muy difícil. Es un tema muy complejo. Lo que uno ve es que, por ejemplo, el movimiento sindical urbano está divorciado de estos movimientos agrarios indígenas, y no se interesan uno por el otro. El punto importante es la construcción de sociedad civil en este período tan oscuro de neoliberalismo revisionista. Construir alternativas posibles para superar el neoliberalismo es más difícil que criticar al Consenso de Washington. No hay dudas que hoy la sociedad civil está muy fragmentada sectorialmente. Sociedad civil no es un sector por aquí y otro sector por allá; sociedad civil es la capacidad de flujo de información entre distintos sectores. Eso es lo que uno ve: sectores agrarios e indígenas por un lado, sindicatos de maestros por otros. Por eso lo de Honduras se ve interesante: a partir del golpe empieza a darse una sociedad civil más o menos unida, donde se comienzan a integrar los distintos sectores. Antes se discutió mucho sobre, por ejemplo, si el partido político es parte de la sociedad civil. Por supuesto que lo es. Sucede que el neoliberalismo nos hizo pensar que no lo era, no desunió, nos fragmentó. Por eso es importantísimo ir creando alianzas multisectoriales. A propósito creo que es muy aleccionadora la experiencia del movimiento campesino indígena donde trabajo ahora en Guatemala: la Plataforma Agraria. Vemos ahí la dificultad de avanzar en las alianzas con otros sectores de la sociedad, pero al mismo tiempo la necesidad estratégica de hacerlo, por la potencialidad que eso implica. Si se logran unir distintos sectores de la sociedad civil, eso crea un movimiento político de fuerza. Y se está tocando el terreno de los partidos, con nombre o sin nombre, eso no importa, pero con verdadera incidencia política. Por supuesto que es muy complejo todo esto, porque no tenemos la bola de cristal, sin dudas. Pero vamos caminando. Lo que hace la derecha, en definitiva, aunque sea horrible, va a recibir siempre respuestas desde el campo popular. Eso es lo interesante, lo que da esperanzas. Ahí está Honduras como ejemplo: es la primera vez que distintos sectores sociales se unen, se movilizan, se politizan. Y ahí está la esperanza: en la unión.