Caracas, marzo 21 - En 1966 la ONU proclamó el 21 de marzo como Día Internacional por la eliminación de la discriminación racial, porque este día se conmemora la masacre del 21 de Marzo de 1960, en la que 69 trabajadores africanos fueron acribillados a balazos por las "fuerzas del orden" sudafricanas en Shaperville. Fueron asesinados por manifestarse pacíficamente contra las leyes que restringían la libre circulación a amplios sectores poblacionales.
Corría el año 1960 y los pobladores de Shaperville estaban protestando
por la suspensión de la ley de pases. Gracias a aquella ley, toda la
gente negra debía portar un documento donde se registraba su lugar de
residencia y trabajo, cualquier policía podía pedir ese papel en
cualquier sitio. El castigo por no portarlo era la cárcel.
De pronto, en medio de la manifestación, la policía blanca comenzó a
tirar a mansalva a los manifestantes, que estaban desarmados. Murieron
69 personas.
Después de esta masacre, la actitud del Congreso Nacional Africano,
liderado por Nelson Mandela, dio un giro: dejó de lado la “no
violencia” para organizar guerrillas y, aunque sus acciones fueron
menores, cuatro años más tarde Mandela fue detenido y condenado a
cadena perpetua.
Lo curioso de esta fecha (21 de marzo) es que la ONU la conmemora como
el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial,
para rechazar los prejuicios raciales, la intolerancia, la xenofobia y
el racismo. Algo de lo que todavía, lamentablemente, seguimos siendo
testigos.
Hoy, cincuenta años después, asistimos a la persistencia de nuevas formas de discriminación y segregación. El apartheid se perpetúa a través de las legislaciones occidentales de inmigración. El "democrático" Occidente, el que se permite dar lecciones de libertad, persigue, encarcela y expulsa a seres humanos por cometer el "delito" de carecer de "papeles", de autorización de circulación y permanencia. Los mismos que abogan por la desaparición de fronteras y aduanas, los que proclaman las ventajas y modernidad de la globalización de políticas y economías, son los que, como el Estado Español, impiden la entrada en territorios bajo su control y crean campos de concentración, eufemísticamente llamados "centro de internamiento", donde hombres, mujeres y niños, permanecen hacinados durante meses por deambular sin "pases".
Ni el racismo ni la xenofobia comenzaron con los regímenes fascistas, ni terminaron con el final de las leyes de apartheid sudafricanas. Sólo han cambiado las maneras, las apariencias. Hoy permanecen encubiertas, amparadas en "necesidades prácticas", y no solo mediante las segregacionistas leyes de extranjería o las discriminatorias normas de "integración", sino, ante todo, a través de la imposición del neocolonialismo económico, social, cultural y político a los pueblos de origen de dichos inmigrantes. La opresión de sus pueblos, la explotación a sus trabajadores, o el robo de las riquezas de sus naciones, son neo-racismo y neo-xenofobia institucionalizadas.