Sean Penn le sigue metiendo el hombro a Haití

Credito: AP

25 julio 2010 (Guy Adams) - La vida de una estrella de Hollywood no es todo alfombras rojas y hoteles de lujo. No, al menos, si uno se llama Sean Penn, que en estos días se levanta en una pequeña carpa de una colina infestada de mosquitos desde donde tiene una visión panorámica de Puerto Príncipe; se arremanga la sucia camisa, amartilla su pistola Glock y sale a intentar mejorar la vida de algunas de los dos millones de personas que se quedaron sin hogar después del terremoto que golpeó a la capital de Haití, seis meses atrás. Penn viene haciendo lo mismo desde fines de enero, cuando escuchó cánticos que salían de una iglesia a cielo abierto en un campo de golf derruido en Petionville, alguna vez uno de los barrios con más afluencia de la ciudad. Tras recorrer y mirar un poco, decidió que sería el lugar ideal para que su J/P Haiti Relief Organisation construyera un campamento para víctimas desplazadas.

Hoy, el campamento es el hogar de más de 500 mil personas, lo que lo convierte en una de las mayores ciudades-carpa de Haití, donde el terremoto del 12 de enero destruyó unos 200 mil edificios, mató a 300 mil personas y dejó -en un cálculo conservador- a millón y medio sin hogar. Penn se ha convertido en uno de los trabajadores más duros de Haití, haciendo pausas en su misión de rescate sólo para realizar ocasionales viajes en busca de fondos a Washington, antes de volver a cavar trincheras, cargar sacos de comida y repartir medicinas para ayudar a los habitantes de este carpa-ciudad (que los trabajadores de ayuda llaman informalmente Campamento Penn) a sobrevivir a la malaria, difteria y tuberculosis.

Dirigir la obra. El viernes pasado, Penn se movió por la colina en un cuatriciclo rojo, dirigiendo a los voluntarios mientras repartían coberturas de plástico a 7.500 familias, para proteger sus precarios hogares de las lluvias. Es parte del nuevo trabajo que afrontó tras la separación de su esposa Robin, a comienzos de este año, y ha prometido públicamente que continuará haciéndolo "hasta que en Haití haya más vida que muerte" y hasta que el país "no me necesite más".

Pero ésta no es sólo la historia de una celebridad bienintencionada. Tampoco es la historia de cómo el izquierdista de 49 años -que en su carrera como actor nunca dejó de ser activista político- decidió reinventarse tras el fracaso de su matrimonio. Cuando la revista Vanity Fair le pidió que explicara por qué fue a Haití, Penn dijo, con su característica brusquedad: "Tuve una relación de 20 años. No tuve tiempo para comprometerme con nada, con lo real, con lugares como Iraq. Pero ahora estoy soltero. Puedo dar una mano".

Lo más remarcable de la ciudad-carpa de Penn es lo bien que funciona. Con una fracción del dinero de las organizaciones mainstream y casi sin experiencia en el juego de la ayuda, el actor ha creado lo que es ampliamente reconocido como el más vibrante y, por lejos, el mejor manejado proyecto humanitario en Haití. Al caminar por el Campamento Penn se ven más escuelas, más hospitales, más letrinas y más estaciones de agua que en cualquiera de las otras 1.300 carpas del país. El campamento está más ocupado (tienen recolección diaria de basura), es más seguro (se ven patrullas policiales regulares) y está mejor diseñado que cualquier otro. Sus habitantes quizá no han recuperado sus vidas, pero al menos sienten que las cosas se mueven en la dirección correcta.

"¿La diferencia entre este campamento y los otros? ¿Por dónde empiezo? -pregunta Florian Blaser, alemán de Médicos Sin Fronteras que ha trabajado en sitios de todo el país. No hay bandas recorriendo las calles. Hay un montón de hospitales, con lo que la gente tiene un adecuado acceso a los médicos. Los chicos tienen al menos cuatro escuelas para elegir. Vas a otros lados y las víctimas del terremoto sólo existen. Aquí están prosperando".

Durante la visita de este cronista, una larga fila de residentes esperaba pacientemente, con una temperatura de 38 grados, para recibir ayuda. Prevalecía una atmósfera de fiesta, con parlantes adosados al iPod de uno de los voluntarios de Penn, con Jay-Z a todo volumen. "En otros campamentos, las entregas de ayuda pueden ser un caos -dice Mark Sweeting, voluntario de Usaid-. Aquí la gente está relajada. Y los voluntarios de J/P Haiti Relief Organisation están haciendo cosas asombrosas. En las últimas semanas nacieron en el campamento nueve niños prematuros y siete sobrevivieron. Es un logro sorprendente".

El éxito de Penn importa, porque a través del resto de Haití los esfuerzos de ayuda no son tan efectivos. Aunque después del desastre se enviaron miles de millones de dólares, sólo una fracción fue gastada. La reconstrucción apenas ha comenzado. Empiezan a aparecer preguntas sobre cómo los grandes entes de caridad y organizaciones como Naciones Unidas gastan el dinero. Esta semana, un informe de ABC News aseguró que sólo se ha liberado 2% de los 1.100 millones de dólares que recaudaron las 23 organizaciones de caridad más grandes. Sólo 1% se invirtió en operaciones. Mientras algunas ONG pagan miles de dólares por mes para albergar a sus equipos en casas con aire acondicionado, la estrella y sus voluntarios duermen en carpas.

De tú a tú. El pensamiento detrás del modo en que Penn trabaja no tiene que ver sólo con gastar el dinero sabiamente. También refleja un deseo sorprendentemente raro en la industria de la ayuda, el de ser visto por la gente a la que se ayuda como algo parecido a un igual. Las agencias tradicionales pueden caer en las zonas de desastre con envíos de ayuda y luego desvanecerse durante días. Penn cree con firmeza que sólo puede ayudar a una comunidad si vive en ella y entiende qué la mueve. "Aquí hay una familia -dice Alistair Lamb, ex oficial de la Royal Air Force británica, codirector del campamento de Penn-. Sean es el visionario detrás de esto y su movida más grande desde el principio es que quiere mantener la cohesión, el sentimiento de comunidad y, eventualmente, regresar a la gente al lugar de donde vino. No somos una fuerza colonizadora. Dormimos en carpas, igual que ellos. No vivimos en casas a kilómetros de distancia. Esa clase de cosas hace una gran diferencia. Significa que entendemos el lugar y por ello podemos tomar mejores decisiones".

Comparado con otras organizaciones de ayuda que emplean a docenas de trabajadores de tiempo completo, el Campamento Penn tiene sólo cuatro empleados, cuyos salarios son financiados directamente por Penn y la cofundadora Diana Jenkins. El trabajo de burro, por así decirlo, lo realizan 70 voluntarios, de los cuales alrededor de 50 forman parte del equipo médico que hace visitas periódicas. "Sean creó una plataforma de gente que tiene la misma clase de actitudes pragmáticas, idealistas que él, para venir y que las cosas se realicen, agrega Lamb. No hay sistema para lo que hacemos. No hay reglas. Cuando llegamos, nuestro punto de partida no fue lo que hubiéramos hecho antes. Tuvimos un acercamiento fresco".

Al hablar con habitantes de la carpa-ciudad surgen de inmediato historias sobre la "excentricidad" de Penn. "Vine a un hospital de campo porque mi hijo se había roto un brazo -dice Ernest Missolme, que lleva un puesto de venta de choclos (maíz)-. Había un handy en la carpa que estaba sonando muy alto y pude escuchar que había habido alguna clase de incidente. La voz de Sean gritaba '¡Si ustedes no vienen acá y traen ayuda, lo voy a bajar yo mismo!' Más tarde me enteré que un tipo andaba alrededor del campamento con un rifle de asalto M16. Sean y dos tipos de Naciones Unidas sacaron sus armas y lo arrestaron".

El incidente convence a los testigos de que, en el Campamento Penn, el tipo no hace las cosas para las cámaras.


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