Ejército, EEUU e Israel, una ecuación complicada en Egipto

03 de febrero 2011.-Mientras en las calles vaticinan o niegan, sin excluir enfrentamientos violentos, la defunción política de Hosni Mubarak, el Ejército de Egipto es para muchos el elemento capaz de decidir la duración de la crisis y su desenlace.

Poderosa, con 468 mil 500 soldados en activo y 479 mil reservistas, según cifras oficiales, la institución castrense es también muy profesional y, justamente, esa virtud ha impedido que las protestas antigubernamentales hayan tenido un balance mayor de víctimas.

Desde que el presidente egipcio, como comandante general de las Fuerzas Armadas, ordenó su salida a las calles para reemplazar a la policía, que se vio anulada por las manifestaciones, los militares mantienen una íntima relación con el pueblo.

A nivel nacional, esa confraternización con la ciudadanía incluyó besos, abrazos, poses para fotos, permiso para que civiles abordaran tanques y otros blindados, y hasta flores colocadas en las ánimas de los cañones en señal de paz.

Para los opositores a Mubarak, el Ejército era una garantía de que cesaba la represión -que haciendo honor a su razón de ser habían emprendido las fuerzas antimotines al inicio- y una carta que, en principio, podría ganarse para el lado que reclama la renuncia del jefe de Estado.

En cambio, para el Gobierno y, particularmente, para el presidente era una “fuerza persuasiva” para sostener el delicado status quo en medio de reivindicaciones callejeras pacíficas, aún cuando los uniformados no pudieron hacer cumplir el toque de queda un solo día.

Lo cierto es que la aparente neutralidad del Ejército con exhortaciones a la calma y el orden, haciendo incluso de policías de tránsito y vigilantes nocturnos en plena crisis, resultó inquietante allende fronteras, básicamente en Israel y Estados Unidos.

Aunque su proyección popular nunca hizo dudar sobre su condición de pilar de Mubarak, las Fuerzas Armadas dejaron claro que “no emplearán la fuerza” contra los manifestantes pacíficos y valoraron como legítimas sus demandas en las calles.

Tomando en cuenta las misiones históricas del Ejército en guerras contra Israel y que todos los presidentes desde la década de 1950 (Gamal Abdel Nasser, Anwar El-Sadat y Mubarak) salieron de sus filas, es fácil entender la atención especial que le otorga el Gobierno.

Los mismos datos oficiales refieren que la Fuerza Aérea dispone de 461 aviones de combate y la terrestre tiene tres mil 723 tanques y más de dos mil 150 misiles, mientras la Marina cuenta con cuatro submarinos y 10 buques de guerra.

Tal arsenal es resultado de la abultada asistencia militar que Washington otorga a El Cairo, del orden de los mil 300 millones de dólares anuales, la mayor contribución que hacen los estadounidenses a un país árabe y la segunda mayor, después de la que recibe Israel.

Fue precisamente tras el alto el fuego en la Guerra del Yom Kippur en 1973, las negociaciones posteriores y un giro en los vínculos con Tel Aviv, que la Casa Blanca recurrió a estimular financieramente a la institución castrense egipcia.

Los grandes desembolsos fluyeron rápido tras los acuerdos de Camp David, el 17 de septiembre de 1978, que permitieron a Egipto recuperar el desierto de Sinaí de manos israelíes y, seis meses más tarde, lo convirtieron en la primera nación árabe en firmar la paz con el estado sionista.

Desde entonces, Washington ve a El Cairo como un aliado clave en el mundo árabe y, por ello, también le aporta cada año 250 millones de ayuda económica, lo cual explica el tono ambivalente de la administración del presidente Barack Obama sobre la actual crisis.

Si bien reprendió públicamente la represión a manifestaciones pacíficas, las restricciones a la libertad de expresión, asociación y comunicación (por el corte de los servicios de Internet y telefonía móvil), Obama fue comedido y más que regaños, dio luces a Mubarak.

Analistas consultados por Prensa Latina opinaron que, luego de quedar al descubierto el doble rasero de Estados Unidos y la Unión Europea con “aliados árabes en el Maghreb” en el caso de Túnez, era inevitable apresurarse a hablar de libertades y derechos en Egipto.

Sin embargo, ni las protestas contra Mubarak ni la transición anunciada por éste, ni su promesa de no aspirar a un nuevo mandato tras 30 años en el poder -todo lo cual aconsejó y aplaudió Washington-, pueden ocurrir a riesgo de alterar la relación con Israel.

Mantener inmaculado ese precepto es la seña que debe captar quien pretenda contener las aguas que hoy reverberan a orillas del río Nilo, incluido el Ejército, en tanto institución que se siente cerca del pueblo y es querido por éste, aunque no con un apoyo homogéneo.

Para el egipcio común, al margen de los cabildeos palaciegos, lo importante es que los militares respeten su función institucional y garanticen la soberanía nacional, porque -a fin de cuentas- no se espera mucho más de ellos.


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