20 de Septiembre.- El presidente Hugo Chávez envió una carta al Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon en apoyo al pueblo palestino y al Estado Palestino. La carta fue entregada el día de hoy por el Canciller Nicolás Maduro en la sede de la ONU en Nueva York. A continuación el texto de la misma:
Miraflores, 17 de septiembre de 2011Su Excelencia
Ban Ki-Moon
Secretario General
Organización de
las Naciones Unidas
Señor Secretario General:
Distinguidos representantes
de los pueblos del mundo:
Dirijo estas palabras
a la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, a
este gran foro donde están representados todos los pueblos de la tierra,
para ratificar, en este día y en este escenario, el total apoyo de
Venezuela al reconocimiento del Estado palestino: al derecho de Palestina
a convertirse en un país libre, soberano e independiente.
Se trata de un acto de justicia histórico con un pueblo que lleva en
sí, desde siempre, todo el dolor y el sufrimiento del mundo.
El gran filósofo
francés Gilles Deleuze, en su memorable escrito
La grandeza de Arafat,
dice con el acento de la verdad:
La causa palestina es ante todo el conjunto de injusticias que
este pueblo ha padecido y sigue padeciendo.
Y también es, me atrevo agregar, una permanente e indoblegable voluntad
de resistencia que ya está inscrita en la memoria heroica de la condición
humana. Voluntad de resistencia que nace del más profundo amor por
la tierra. Mahmud Darwish, voz infinita de la Palestina posible, nos
habla desde el sentimiento y la conciencia de este amor:
No necesitamos el recuerdo/
porque en nosotros está el Monte Carmelo/
y en nuestros párpados está
la hierba de Galilea./
No digas: ¡si corriésemos hacia mi país como el río!/
¡No lo digas!/
Porque estamos en la carne de nuestro país/
y él está en nosotros.
Contra quienes sostienen,
falazmente que lo ocurrido al pueblo palestino no es un genocidio, el
mismo Deleuze sostiene con implacable lucidez:
En todos los casos se trata de hacer como si el pueblo palestino
no solamente no debiera existir, sino que no hubiera existido nunca.
Es, cómo decirlo, el grado cero del genocidio: decretar que un pueblo
no existe; negarle el derecho a la existencia.
A propósito, cuánta
razón tiene el gran escritor español Juan Goytisolo cuando señala
contundentemente: La promesa bíblica de la tierra de Judea
y Samaria a las tribus de Israel no es un contrato de propiedad
avalado ante notario que autoriza a desahuciar de su suelo a quienes
nacieron y viven en él. Por eso mismo, la resolución del
conflicto del Medio Oriente pasa, necesariamente, por hacerle justicia
al pueblo palestino; éste es el único camino para conquistar la paz.
Duele e indigna que
quienes padecieron uno de los peores genocidios de la historia,
se hayan convertido en verdugos del pueblo palestino: duele e indigna
que la herencia del Holocausto sea la Nakba.
E indigna, a secas, que el sionismo
siga haciendo uso del chantaje del antisemitismo
contra quienes se oponen a sus atropellos y a sus crímenes.
Israel ha instrumentalizado e instrumentaliza, con descaro y vileza,
la memoria de las víctimas. Y lo hace para actuar, con total impunidad,
contra Palestina. De paso, no es ocioso precisar que el antisemitismo
es una miseria occidental, europea, de la que no participan los
árabes. No olvidemos, además, que es el pueblo semita palestino el
que padece la limpieza étnica practicada por el Estado colonialista
israelí.
Quiero que se me entienda:
una cosa es rechazar al antisemitismo, y otra muy diferente aceptar
pasivamente que la barbarie sionista le imponga un régimen de
apartheid al pueblo palestino. Desde un punto de vista
ético, quien rechaza lo primero, tiene que condenar lo segundo.
Una digresión necesaria:
es francamente abusivo confundir sionismo con judaísmo; no pocas voces
intelectuales judías, como las de Albert Einstein y Erich Fromm, se
han encargado de recordárnoslo a través del tiempo. Y, hoy por hoy,
es cada vez más numerosa la ciudadanía consciente que, en el propio
Israel, se opone abiertamente al sionismo y a sus prácticas terroristas
y criminales.
Hay que decirlo con
todas sus letras: el sionismo, como visión del mundo, es absolutamente
racista. Estas palabras de Golda Meir, en su aterrador cinismo, son
prueba fehaciente de ello: ¿Cómo vamos a devolver los territorios
ocupados? No hay nadie a quien devolverlo. No hay tal cosa llamada palestinos.
No era como se piensa que existía un pueblo llamado palestino, que
se considera él mismo como palestino y que nosotros llegamos, los echamos
y les quitamos su país. Ellos no existían.
Necesario es hacer
memoria: desde finales del siglo XIX, el sionismo planteó
el regreso del pueblo judío a Palestina y la creación de un Estado
nacional propio. Este planteamiento era funcional al colonialismo francés
y británico, como lo sería después al imperialismo yanqui.
Occidente alentó y apoyó, desde siempre, la ocupación sionista de
Palestina por la vía militar.
Léase y reléase
ese documento que se conoce históricamente como
Declaración de Balfour
del año 1917: el Gobierno británico se arrogaba la potestad de
prometer a los judíos un hogar nacional en Palestina, desconociendo
deliberadamente la presencia y la voluntad de sus habitantes.
Hay que acotar que en Tierra Santa convivieron en paz, durante siglos,
cristianos y musulmanes, hasta que
el sionismo comenzó a reivindicarla como de su entera y exclusiva propiedad.
Recordemos que, desde
la segunda década del siglo XX, el sionismo, aprovechando la ocupación
colonial británica de Palestina, comenzó
a desarrollar su proyecto expansionista. Al
concluir la Segunda Guerra Mundial, se exacerbaría la tragedia del
pueblo palestino, consumándose la expulsión de su territorio y, al
mismo tiempo, de la historia. En 1947 la ominosa e ilegal resolución
181 de Naciones Unidas recomienda la partición de Palestina en un Estado
judío, un Estado árabe y una zona bajo control internacional (Jerusalén
y Belén). Se concedió, vaya qué
descaro, el 56% del territorio al sionismo para la constitución de
su Estado. De hecho, esta resolución violaba el derecho internacional
y desconocía flagrantemente la voluntad de las grandes mayorías
árabes: el derecho de autodeterminación de los pueblos se convertía
en letra muerta.
Desde 1948 hasta hoy,
el Estado sionista ha proseguido con su criminal estrategia contra el
pueblo palestino. Para ello, ha contado siempre con un aliado incondicional:
los Estados Unidos de Norteamérica.
Y esta incondicionalidad se demuestra a través de un hecho bien concreto:
es Israel quien orienta y fija la política internacional estadounidense
para el Medio Oriente. Con toda razón, Edward Said, esa gran conciencia
palestina y universal, sostenía que
cualquier acuerdo de paz que se construya sobre la alianza con
EEUU será una alianza que confirme el poder del sionismo, más que
confrontarlo.
Ahora bien: contra
lo que Israel y Estados Unidos pretenden hacerle creer al mundo, a través
de las transnacionales de la comunicación,
lo que aconteció y sigue aconteciendo en Palestina, digámoslo con
Said, no es un conflicto religioso: es un conflicto político, de cuño
colonial e imperialista; no es un conflicto milenario sino contemporáneo;
no es un conflicto que nació en el Medio Oriente sino en Europa.
¿Cuál era y cuál
sigue siendo el meollo del conflicto?: se privilegia la discusión y
consideración de la seguridad de Israel, y para nada la de Palestina.
Así puede corroborarse en la historia reciente: basta con recordar
el nuevo episodio genocida desencadenado por Israel a través de la
operación “Plomo Fundido” en Gaza.
La seguridad de Palestina no puede reducirse al simple reconocimiento de un limitado autogobierno y autocontrol policíaco en sus “enclaves” de la ribera occidental del Jordán y en la franja de Gaza, dejando por fuera no sólo la creación del Estado palestino, sobre las fronteras anteriores a 1967 y con Jerusalén oriental como su capital, los derechos de sus nacionales y su autodeterminación como pueblo, sino, también, la compensación y consiguiente vuelta a la Patria del
50% de la población
palestina que se encuentra dispersa por el mundo entero, tal y como
lo establece la resolución 194.
Es increíble que
un país (Israel) que debe su existencia a una resolución de la Asamblea
General, pueda ser tan desdeñoso de las resoluciones que emanan de
las Naciones Unidas, denunciaba el padre Miguel D’Escoto
cuando pedía el cese de la masacre contra el pueblo de Gaza, a finales
de 2008 y principios de 2009.
Señor Secretario
General y distinguidos representantes de los pueblos del mundo:
Es imposible ignorar
la crisis de Naciones Unidas. Ante esta misma
Asamblea General sostuvimos, en el año 2005, que el modelo de Naciones
Unidas se había agotado. El hecho de que se haya postergado el debate
sobre la cuestión palestina, y que se le esté
saboteando abiertamente, es una nueva confirmación de ello.
Desde hace ya varios
días, Washington viene manifestando que vetará
en el Consejo de Seguridad lo que será
resolución mayoritaria de la Asamblea General: el reconocimiento de
Palestina como miembro pleno de la ONU. Junto a las Naciones hermanas
que conforman la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA), en la Declaración de reconocimiento del Estado palestino,
hemos deplorado, desde ya, que tan justa aspiración pueda ser bloqueada
por esta vía. Como sabemos, el imperio, en
éste y en otros casos, pretende imponer un doble estándar en el escenario
mundial: es la doble moral yanqui que viola el derecho internacional
en Libia, pero permite que Israel haga lo que le dé
la gana, convirtiéndose así en el principal cómplice del genocidio
palestino a manos de la barbarie sionista.
Recordemos unas palabras de Said que meten el dedo en la llaga:
Debido a los intereses de Israel en Estados Unidos, la política
de este país en torno a Medio Oriente es, por tanto, israelocéntrica.
Quiero finalizar con
la voz de Mahmud Darwish en su memorable poema Sobre esta
tierra: Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:
sobre esta tierra está la señora de/ la tierra,
la madre de los comienzos, la madre de los finales.
Se llamaba Palestina. Se sigue llamando/
Palestina. Señora: yo merezco, porque tú
eres mi dama, yo merezco vivir.
Se seguirá
llamando Palestina: ¡Palestina vivirá
y vencerá! ¡Larga vida a Palestina libre, soberana e independiente!
Hugo Chávez Frías
Presidente de la
República Bolivariana de Venezuela