05/07/12.-No se fíen ustedes de las apariencias estéticas de la bonhomía, a menudo tapan volcanes. Y como volcán rumiando lava entra Ernesto Cardenal en la estancia, debajo de la boina calada, detrás de su barba blanca, dentro de su camisa blanca, los dedos de los pies nerviosos escapando de las sandalias de cura, aquejado esta tarde de un raro mal: esa mezcla de ansiedad y fatiga típica de las biografías sin desmayo.
Sin duda, Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925) es dueño de una de ellas. Poeta, sacerdote, teólogo, traductor, escultor, ministro de Cultura del Gobierno sandinista de Nicaragua entre 1979 y 1987, profeta irreductible de la Teología de la Liberación y de sus miserias y, por tanto, enemigo sin remedio del Vaticano y sus grandezas, el autor de El Evangelio en Solentiname enfila ya, a sus 87 años, la lógica consciencia del todo fue, aunque jura y perjura que solo el presente le interesa. No parece exagerado decir que su vida es una montaña rusa de euforias y desengaños: desengaño con la revolución perdida —“Daniel Ortega no es ni de izquierdas ni sandinista, traicionó la revolución”—, desengaño con sus jefes de Roma —“la Madre Iglesia traicionó el Evangelio”— y desengaño con la desidia y la resignación del mundo ante la injusticia —“¡estamos obligados a mucha más subversión!”—. Y de cuando en cuando, alguna pequeña alegría, como el reciente Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. La editorial Trotta acaba de publicar el libro El cántico místico de Ernesto Cardenal, de Luce López-Baralt, un replanteamiento crítico en torno a la dimensión mística del escritor. No hay ira en Ernesto Cardenal con respecto a su pasado, aunque el presente asegura que, en esta tarde calurosa de Madrid, el poeta anda cabreado.
—Quería saber cuál es el estado de ánimo actual de Ernesto Cardenal ante las cosas, ante la vida.
—No entiendo.
—¿Es capaz de mirarse desde fuera y hacerse un autorretrato con lo que fue, lo que es, lo que será…?
—Mmmm, no, no lo hago. No me gusta.
—¿Mira al pasado? ¿Al futuro? ¿Solo al presente?
—Solo el presente.
—¿Por qué? ¿Borró su pasado? ¿Lo aparcó y lo guardó en un armario?
—Esa pregunta es muy difícil, ¿por qué me la hace?
—Las fáciles no suelen tener mucho interés…
—Bueno, sí, pero yo ya no estoy para preguntas difíciles.
—No se preocupe, cambiamos de tercio. En 2009 recibió el Premio Pablo Neruda de Poesía, ahora le acaban de dar el Reina Sofía. ¿Le gusta eso de los premios?
—¡Pues el primero que recibí en mi vida fue el Pablo Neruda! Así que cuando la presidenta de Chile me lo entregó en el Palacio de la Moneda, en el discurso dije que me consideraba el poeta menos premiado de la lengua castellana. Ahora ya no puedo jactarme de eso, porque he recibido dos premios. Bueno, tampoco son muchos…
—¿Y eso le duele?
—No, bueno, me da lo mismo, no me interesa mucho recibir homenajes, más bien me molestan.
—Cuando me dirigía a nuestra cita, venía pensando en lo mal que están las cosas para tanta gente. ¿Cabe decirle algo nuevo que sirva para darle esperanza? ¿Tiene usted alguna idea?
—Pues yo le diría lo que se ha dicho desde hace tiempo: el Evangelio, el anuncio del reino de Dios, del reino de los cielos en la Tierra. Y recordar de nuevo lo que anunció el marxismo: una sociedad nueva, justa y sin clases. La sociedad comunista perfecta… que viene a ser lo mismo que el reino de Dios en la tierra. Yo no tengo otra cosa que predicar que el cristianismo y el marxismo, que para mí son la misma cosa.
—¿Está la vigencia del marxismo intacta para usted en 2012?
—Si usted me pregunta si el marxismo fracasó, le diré que Chesterton, escritor, humorista, inglés y católico, dijo que el cristianismo no había fracasado… porque no se había puesto en práctica nunca. Yo digo lo mismo del marxismo, que nunca se puso realmente en práctica.
—O sea, que ninguno de los dos principios fundamentales de su vida se han podido ver en marcha de verdad…
—¡Ni de verdad ni de mentira! O puede que de mentira sí, pero de verdad no…
—¿No cree usted que el marxismo incurrió en errores? O quienes lo trataron de llevar a la práctica…
—Sí, y el cristianismo también, que tuvo horribles versiones: las cruzadas, la Inquisición, los papas del Renacimiento…
—¿Solo los del Renacimiento? ¿Y los de los últimos tiempos?
—Bueno, claro, esos son igualmente malos. Son malos. Algunos de ellos, no todos.
—Y sin querer ser malo, de entre los malos, ¿cuál fue el más malo?
—Mmmm… no sé, puede que…
—Entre Wojtyla, que le echó a usted la bronca nada más bajar del avión en su visita a Nicaragua, y Ratzinger, ¿con quién se queda?
— Bah, son iguales. Ratzinger ha puesto en práctica las mismas políticas pontificias del otro. Es igual que Wojtyla. O peor.
—Revolución, Dios, poesía… ¿son una misma cosa en su vida? ¿O tres versiones de algo supremo?
—Para mí son lo mismo, sí. Revolución es lo mismo que predicaba Jesús. Hoy hay teólogos que dicen que el reino de Dios que él predicaba era una expresión semejante al concepto actual de revolución, es verdad. Una revolución subversiva, que en el caso de Jesús fue lo que le llevó a la muerte. Significaba también un cambio político y social. La juventud de hoy sigue diciendo “otro mundo es posible”, y yo también lo creo, como lo creyó Jesús. Es posible, y necesario. Y, como dice el obispo brasileño Casaldáliga, también otra Iglesia es posible. Hasta hay quien dice que otro Dios es posible.
—¿Y usted qué cree? Que así es, claro. Porque para usted Dios no es uno, unívoco, cerrado e indiscutible…
—Así es.
—Pueden ser varios…
—Así es, sí. O puede no creerse en ningún Dios. Los ateos dicen lo mismo que decían los cristianos primitivos, que también fueron ateos.
—Es relativamente fácil encontrarse con creyentes que preguntan que, si hay un Dios, ¿cómo es posible que permita todo lo malo que ocurre en la tierra, que es tanto?
—¡Porque hace tiempo que Dios renuncio a ser Dios! Se apartó y nos dejó para que hiciéramos el cambio solos. Nos dejó en libertad y desapareció. Eso explica el Holocausto y las demás aberraciones de la creación del ser humano.
—Ha dicho, hablando de Cristo, “subversión”. La subversión… ¿Falta eso en las sociedades modernas? ¿Estamos obligados a no conformarnos, aunque no hacemos otra cosa que aceptarlo todo sin protestar ni replantear?
—Claro que sí. Si lees la Biblia, verás todo el tiempo a un Dios subversivo. Jesús de Nazaret, lo mismo. Así que, en efecto, estamos obligados a la subversión, pero… en cuanto a lo de creyentes o no creyentes, pues no es solo eso que he estado diciendo antes de cristianismo y marxismo. También el Islam… mire, hay un teólogo sufí del siglo XIII que dice: “Para llegar a La Meca hay muchos caminos; si uno está en el Sur, La Meca está en el Norte. Si está en el Norte, La Meca consiste en ir al Sur. O al Este, o al Oeste. Pues para llegar a Dios, lo mismo. Hay muchos caminos.
—Subversión, revolución, religión… esos ingredientes conformaron la experiencia de Solentiname. ¿Queda algo de aquello en pie? ¿Fue solo una utopía o Ernesto Cardenal de verdad creyó en aquel tiempo que se podían cambiar las cosas?
—La experiencia de Solentiname fue muy modesta. Acabó convertida en un mito, pero en realidad no era más que una pequeña comunidad, bueno, casi una comuna a la manera de los primeros cristianos. Éramos cristianos renovados de la Teología de la Liberación, con una orientación marxista, y así interpretamos el Evangelio. Una experiencia.
—¿Por qué cree que la Iglesia, así, con mayúscula, se ha puesto tan nerviosa siempre que han surgido experiencias de ese tipo? ¿Es que le estaban tocando la finca más de lo debido
—La que se autodenomina la Madre Iglesia ha traicionado el Evangelio. El Vaticano es algo muy diferente de lo que Cristo fundó con unos pescadores.
—¿Es la revolución un concepto defendible en el siglo XXI? ¿La prefiere a la evolución? Y me refiero a una revolución que no descarte la violencia…
—La revolución no tiene por qué ser violenta, puede ser pacífica. En algunos casos no queda más remedio que recurrir a las armas. El papa Pablo VI, que no era ningún extremista, declaró una vez en Colombia que ante una tiranía evidente y prolongada era legítima la lucha armada. ¡Pero ya lo decía Gandhi! Dijo que su pacifismo no habría sido posible en la Alemania de Hitler, y animó a los hindúes a entrar en el ejército inglés para luchar contra el fascismo.
—Es que la revolución pacífica, esa que consiste en convencer, es más complicada. Convencer al otro y que te convenza el otro, en estas nuestras sociedades tan seguras de sí mismas, es complicado, ¿no?
—¡Y lo que me está preguntando usted también es complicado, y no quiero responder a cosas así de complicadas!
—¿Qué recuerdos le quedan de su paso por el Gobierno sandinista de Nicaragua? ¿La deriva emprendida por el sandinismo de la mano de Daniel Ortega fue el gran desengaño de su vida?
—Aquello me ocasionó un gran sufrimiento. Yo lo he llamado la revolución perdida, título del tercer volumen de mis memorias. Lo que hay ahora en Nicaragua no es revolución, ni es de izquierdas ni es sandinismo. Es una dictadura personal de Daniel Ortega, su mujer y sus hijos.
—¿Aquella experiencia demuestra que quien tiene el poder por mucho tiempo se corrompe?
—No es inevitable, pero sí demasiado frecuente, y desde luego es el caso de Nicaragua.
—¿Y en qué le ha ayudado a Ernesto Cardenal la poesía? Leí una vez una frase suya: “En mi poesía cabe absolutamente todo”. ¿Era una declaración de principios contra cierta poesía elitista, contra cotos cerrados de exquisitez?
—Todo parte de las enseñanzas de Ezra Pound, que es una gran influencia en mi obra, en el sentido de que en la poesía cabe todo y todo es posible… como en la prosa. Si hay alguna originalidad en mi poesía, radica ahí: en que me ha cabido todo.
—Más allá del oficio del poeta, de que usted ha trabajado escribiendo versos y los ha publicado y esos libros se han vendido… ¿ha sido para usted la poesía una cierta vía de escape personal de los problemas y las angustias?
—De escape, jamás.
—¿De salvación, o de búsqueda de la salvación?
—Ponga usted de búsqueda de la realidad.
—Sin embargo, ya no lee poesía, porque dice que no encuentra voces nuevas. Prefiere la ciencia. ¿Por qué? Ya José Martí dijo eso: que prefería leer ciencia que poesía, y eso que en su tiempo no había los descubrimientos científicos que después hemos tenido.
— Sí, yo prefiero leer cosas relacionadas con esos descubrimientos que están cambiando nuestra vida. Esos libros me están descubriendo la realidad. Aunque la realidad cada vez es más misteriosa… ahora se ha descubierto que solo una pequeña parte del universo es visible para nosotros, algo así como el nueve por ciento, creo.
—¿No debería eso convertirse en un antídoto contra la prepotencia de muchos poderosos y la creencia de que el género humano lo controla todo, siempre y en todo lugar?
—Sí, pero para los poderosos y para todos nosotros. Para cualquiera.