Senado de EEUU acusa a la CIA de mentir y de hacer interrogatorios "brutales e ineficaces"

La presidenta del Comité de Inteligencia del Senado, Dianne Feinstein.

La presidenta del Comité de Inteligencia del Senado, Dianne Feinstein.

Credito: AP

09-12-14.-Estados Unidos vuelve a asomarse a la guerra sucia de la era Bush, a las prácticas irregulares que definieron la guerra contra los terroristas de Al Qaeda en los años posteriores al 11-S, divideron al país y dañaron la imagen de EE UU en el mundo. Un informe del Senado, publicado este martes tras meses de negociaciones sobre su contenido, denuncia la inefectividad de las torturas de la CIA y los engaños de los responsables de la agencia de espionaje a la Casa Blanca y Congreso.

El informe, elaborado por la mayoría demócrata en el Senado, ofrece un retrato descarnado de uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de Estados Unidos: el programa secreto de detención e interrogatorios que la Administración del republicano George W. Bush puso en marcha tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, en los que murieron casi tres mil norteamericanos.

El presidente George W. Bush dijo reiteradamente durante sus años en la Casa Blanca que el programa de detención e interrogatorios era "humano y legal" y daba resultados para desmantelar complós terroristas y capturar a líderes de Al Qaeda. Mientras tanto, la CIA coordinó filtraciones de información clasificada a medios de comunicación, “incluyendo información errónea”, para contrarrestar las “críticas, moldear la opinión pública y evitar acciones del Congreso para restringir” el programa.

“Ninguna nación es perfecta”, dijo el presidente Barack Obama tras publicarse el informe. “Pero una de las fortalezas que hace a América excepcional es nuestra voluntad de afrontar abiertamente nuestro pasado, encarar nuestras imperfecciones, hacer cambios y mejorar”.

La investigación de los demócratas del Senado —de la que se han desmarcado los republicanos— se lee como un acta de acusación contra la Agencia Central de Inteligencia, el servicio de espionaje exterior de EE UU. Cuestiona la legalidad de sus acciones. Pone en duda la honestidad de sus responsables cuando afirmaban a sus superiores que los llamados métodos de interrogación reforzada —el eufemismo usado para describir torturas como el ahogamiento simulado o ‘waterboarding’— sirvieron para desarticular tramas terroristas o detener a jefes de Al Qaeda. Y describe torturas crueles y condiciones de detención degradantes, más intensas de lo que aparentemente creían los responsables políticos.

El informe —resultado de tres años de trabajo en el Senado más dos de negociaciones con la Casa Blanca y la CIA sobre los fragmentos que podían desclasificarse— revela que los jefes de la CIA ocultaron información clave a los altos cargos de la Administración de Bush, incluido el presidente. La CIA aparece como una agencia fuera del control político, mal preparada para combatir a Al Qaeda y proclive a las chapuzas que en ocasiones pusieron en riesgo la seguridad de EE UU en vez de protegerla. La brutalidad de las técnicas llegó a ser tal en algunos casos que personal de la Agencia trató de ponerles fin, pero altos cargos de la organización de espionaje ordenaron proseguir con ellas.

La Casa Blanca distribuyó nada más hacerse público el informe un comunicado en el que aseguraba que las prácticas de tortura de la CIA a sospechosos de terrorismo durante la década pasada no ayudaron a los “esfuerzos contra el terrorismo” ni a los intereses de seguridad nacional de su país.

El informe “documenta un programa preocupante” de interrogatorio a sospechosos de terrorismo entre 2001 y 2009, y debe contribuir “a dejar esas prácticas donde pertenecen, en el pasado”, finaliza Obama en su comunicado.

Bush y sus colaboradores no salen bien parados. Por ser los encargados de impulsar y supervisar el programa de detención e interrogaciones. Y porque, si las afirmaciones del informe son ciertas, vivieron en la inopia durante buena parte de los años posteriores al 11-S. La batalla por las torturas en los años de Bush, que pareció cerrarse cuando Obama llegó a la Casa Blanca en 2009 y prohibió las torturas, se reabre.

"Tenemos que trabajar en una especie de lado oscuro”, dijo el entonces vicepresidente Dick Cheney, cinco días después del 11-S. “Tenemos que pasar tiempo en las sombras del mundo de la inteligencia”. “Merecen muchos elogios”, dice Cheney ahora. “En lo que a mí respecta”, declaró a ‘The New York Times’, “deberían ser condecorados, no criticados”. Cheney, como Bush, niega sentirse engañado por los responsables de al CIA, al contrario de lo que asegura el informe.

Las discrepancias no acaban aquí. En un texto introductorio al informe, la senadora demócrata, Dianne Feinstein, presidenta del Comité de Inteligencia del Senado, se refiere a las prácticas de la CIA como “torturas”, una palabra que Bush y sus colaboradores se resisten a utilizar.

Otro punto de discusión es si los interrogatorios “reforzados” permitieron extraer confesiones valiosas a los detenidos. Para Bush y los suyos, fueron decisivos. Responsables de la CIA en aquella época sostienen que incluso contribuyeron a localizar a Osama bin Laden, el cerebro de los atentados del 11-S, ejecutado por un comando de EE UU en 2011 en Pakistán. El informe de Senado sostiene lo contrario: no sólo las torturas fueron inútiles sino que la CIA exageró sobre su efectividad, otro engaño en una lista larga de engaños que revelan los investigadores del Senado. Lo que suscita un consenso en EE UU es la necesidad de pasar página judicial. No se ha proceso a ninguno de los torturadores —sus identidades permanecen ocultas— ni tampoco ha habido ninguna comisión de la verdad.

El informe cuenta con 20 puntos y tiene descripciones muy duras y detalladas sobre las técnicas que la Agencia Central de Inteligencia usó en los años posteriores a los ataques terroristas de Al Qaeda contra Nueva York y el Pentágono.

El documento tiene 524 páginas, que son resumen de un memorando de más de 6.000 cuyo contenido no será hecho público. Doscientas de las 500 páginas se dedican a la historia del programa de interrogatorios y se documentan 119 casos de presos –al menos 39 de los cuales sufrieron las torturas consideradas como Técnicas de Interrogatorio Reforzadas-. La investigación fue realizada solo por los miembros demócratas del Comité y cuenta con una réplica republicana por parte de los miembros de ese partido del Comité.

Las técnicas para ‘romper’ a los sospechosos y obtener información sobre células de Al Qaeda iban desde la privación de sueño -hasta una semana sin dormir-, hasta las amenazas de carácter sexual, el tristemente famoso waterboarding (asfixia simulada por agua), o las amenazas de muerte a manos de los interrogadores americanos –al sospechoso del bombardeo contra el portaaviones USS Cole, Al Nashiri, se le amenazó con atravesarle la cabeza con un taladro-.

Con la aprobación del personal médico de la CIA, a algunos prisioneros se les sometió a la técnica conocida como 'alimentación rectal' o 'hidratación rectal', ya que el jefe de interrogatorios de la Agencia consideraba que el procedimeinto lograba "un total control sobre el detenido".

Respecto a la técnica de waterboarding, que el cerebro del 11-S sufrió hasta 83 veces, fue aplicada a más prisioneros de los que la CIA reconoce, solo tres.

El informe expone que el director de la CIA, George Tenet, publicó en enero de 2003 directrices oficiales sobre los métodos de interrogación y las condiciones de confinamiento en los centros de detención. En ese momento, dice el informe, 40 de las 119 arrestados ya habían sido detenidos.

El documento señala que un centro al que denomina con el seudónimo ‘Cobalt’ llegó a albergar “más de la mitad” de los 119 detenidos identificados. Dicho centro inició sus operaciones en septiembre de 2002. Se llevaron a cabo “interrogatorios frecuentes, no autorizados y no supervisados de detenidos usando técnicas duras físicas de interrogación que no formaban parte -y nunca lo hicieron- del programa formal de interrogación reforzadas”.

Otra de los conclusiones es que la CIA “no estaba preparada” cuando empezó a operar el programa, más de seis meses después de recibir, el 17 de septiembre de 2001, una autorización del presidente Bush, en un memorándum de notificación de acciones encubiertas, para detener secretamente a sospechosos que supusieran un riesgo para EE UU o prepararan atentados terroristas. Pero esa autorización “no hacía referencia a las técnicas de interrogación”.

Pero pocos episodios de la historia reciente están tan estudiados como el de las torturas y las detenciones. Se han publicado decenas de libros y centenares de artículos. Los excesos de la CIA han sido motivo de series y películas. Y ahora, el informe del Senado, el esfuerzo más completo para entender el periodo.

Los programas de Bush son ilegales desde 2009. Pero la era Bush no ha terminado. La guerra contra el terrorismo —y el uso de tácticas cuestionadas, como el uso de aviones no pilotados, o las escuchas electrónicas de la NSA— sigue con Barack Obama.


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