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En su antiutopía Nosotros, Evgeny Zamiatin imagina un mundo de rascacielos con paredes, techos y pisos de cristal, donde ningún acto pasa desapercibido para los demás. En 1984, de George Orwell, ubicuas pantallas de televisión inapagables nos espían. El utilitarista liberal Jeremy Bentham hizo construir elPanoptikon, cárcel aterradora en la cual todas las celdas pueden ser vigiladas por un solo guardia desde un punto de vista privilegiado. Somos reclusos de esas pesadillas: ninguno de nuestros actos puede ser ya ocultado ante observadores que nos escrutan detrás de espejos impenetrables. Saber es poder. Los espías conocen todo de nuestras llamadas telefónicas, correos, ingresos, gastos, hábitos de consumo, ideas, enfermedades, relaciones, ubicación. Micrófonos ultrasensibles podrían captar el monólogo interior que vocalizamos incluso cuando no hablamos, vale decir, nuestro pensamiento. Analizadores del ritmo cardíaco, del lenguaje corporal y de la expresión podrían acceder incluso a aquello de lo que no somos conscientes. Este flujo de información es unilateral. Espiar es poder. La guerra contra el terrorismo nos ha llevado al terror total.
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Desde el siglo XIX, todas las legislaciones garantizan la inviolabilidad de la correspondencia. En la actualidad, gobiernos y empresas no sólo se atribuyen el derecho de conocer el contenido de los mensajes que cursan o interceptan: también el de utilizar, publicar y registrar los datos obtenidos. Facebook y otras redes sociales pretenden tener la propiedad intelectual de cuanto circula por ellas. Es como si los transportistas se declararan dueñas de toda la mercancía que mueven. En su carrera por confiscar los medios de producción, el capitalismo confisca la información.
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¿Para qué se aplica este control? Un manejo tan total o totalitario de la información permitiría erradicar el crimen organizado, el mercadeo de productos dañinos para la salud, el tráfico de armas, la corrupción política, los delitos bancarios, la evasión tributaria, el tráfico de personas, la explotación laboral, el lavado de capitales, los paraísos fiscales, el monopolio de los alimentos, los falsos pretextos para las guerras, tales como la imaginaria construcción de armas de destrucción masiva. Si tales lacras persisten, es porque el espionaje no las impide: las posibilita y asegura su impunidad. Por eso las inhumanas persecuciones contra Assange, contra Snowden, contra todos los que rompen aunque sea incidentalmente el monopolio del misterio. El espionaje no viola el secreto: lo crea. Todos los que armaron sistemas de espionaje terminaron siendo sus prisioneros. Tras el cristal impenetrable, presidentes, financistas, sicarios son más espiados que nosotros por amos que permanecen en la tiniebla.
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El temor de revelar miserias domésticas llevó a la burguesía a valorar la privacidad. El miedo a la policía indujo a los revolucionarios a no revelar ni a palos sus contactos. Hoy en día nada se recata. Todos aspiran al cuarto de hora de celebridad que prometió Andy Warhol. El presidente Obama recomendó a los jóvenes cautela con lo que colgaban en sus redes sociales. Pero ¿qué revela este ubicuo fisgoneo? Abrir páginas web es acceder a vitrinas impúdicas donde los usuarios exhiben desde pertenencias hasta perversiones. Una mirada crítica revela que el retrato del usuario es fotoshop, que sus supuestas posesiones son corta y pega, que su lista de amigos consta de centenares de personas que no lo conocen. El narcisismo digital infla los archivos de los espías con terabytes de propiedades y relaciones inexistentes. No estamos lejos del mundo ficticio anunciado en The Matrix. Como sus víctimas, los espías informáticos viven en un universo ilusorio.
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En pasados tiempos turbulentos debí entrar en la clandestinidad. Desde hoy, debe hacerlo toda la humanidad. Ello requeriría prudencia elemental. Usar con limitación extrema los medios de comunicación. Disfrazar lo que por ellos se comunica. Saber que siempre podemos estar ante un espía, un micrófono o una cámara ¿O por el contrario, debemos actuar con el total desenfado de quien nada tiene que ocultar? Una encuesta demostró que 67% de los estadounidenses aprueban que Snowden haya revelado información secreta del gobierno de Estados Unidos. También confirma que esa mayoría no aprueba el secreto, ni el contenido de la información. Son los espías y sus sicarios los inconstitucionales, los ilegales, los antidemocráticos, los secretos. Su poder consiste en obligar a ocultarnos. Que se escondan ellos.
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Si conozco las cartas de mis oponentes y ellos ignoran las mías puedo barrerlos. El acceso privilegiado a la información es el principal medio de producción. Rotschild multiplicó su fortuna con un sistema privado de correos que le permitió conocer antes que todos en Inglaterra la derrota de Napoleón en Waterloo. Como el capital y el poder, la información tiende a concentrarse en pocas manos. Si el poder corrompe, la información absoluta corrompe absolutamente. Las empresas de Estados Unidos ganaron sistemáticamente a las europeas en todas las licitaciones conociendo de antemano sus cotizaciones gracias al sistema de espionaje de Internet llamado Echelon. El espionaje exacerba la guerra de clases entre una minoría de monopolistas del conocimiento y el inmenso proletariado seudoinformado, la guerra entre imperios superinformados y países subinformados. La concentración de información replica exactamente la de capital ¿Llegará el momento en que las inmensas mayorías de desinformados expropien a la ínfima minoría de informados? El acceso a la información es revolucionario.