Si un fogonazo nuclear borrara a Caracas con todos sus habitantes, la noticia saldría por Telesur. Desde su fundación, y especialmente desde que su sede estuvo alojada en el edificio de VTV, Telesur cuenta con un Plan B, un Plan C, un Plan D, un Plan E… media docena de alternativas para que nada ni nadie pueda silenciar la voz de la Patria Grande en el canal multiestatal de América Latina y el Caribe.
Cuando el mundo supo, por el Daily Mirror de Londres del 22 de noviembre 2005, que el presidente Bush había propuesto al primer ministro británico Tony Blair bombardear Al Jazeera, ya Telesur estaba preparada: conocía el antecedente del bombardeo de la NATO a la Radio y Televisión Serbia (RTS) el 22 de abril de 1999, que mató a 16 personas. Pero 24 horas después, antes que terminara el rescate de las víctimas atrapadas en los escombros, que se comunicaban y guiaban a los salvadores mediante sus celulares, la RTS retomaba sus transmisiones desde una ubicación secreta. Francia se opuso al vil ataque, Amnistía Internacional lo consideró crimen de guerra y Noam Chomsky un acto de terrorismo.
Los norteamericanos saben lo inútil que fue el ataque a la RTS, y prevén la ola de indignación que levantaría la muerte de centenares de periodistas y técnicos de toda América Latina que trabajan en Telesur: mayor que la del atentado parisino contra Charlie-Hebdó. Además, el tal bombardeo no afectaría, para los efectos de un golpe, a otros medios venezolanos, oficiales o privados.
El absurdo, la ignorancia y la torpeza en la maldad de los conspiradores que planearon el ataque aéreo contra Telesur, sólo puede explicarse desde Colombia porque lleva la firma de odio de Álvaro Uribe Vélez. Matar al mensajero es práctica usual de este personaje, y Telesur lo obsesiona porque allí se expresan las voces libres y disidentes de Colombia, y eso basta para que Uribe tache a Telesur de "terrorista", como tacha de terrorista a todos los que denuncian sus crímenes y latrocinios.
No importa mucho si el dinero que compra traidores y asesinos viene de la derecha estadounidense, de los petroleros prófugos en Colombia o de los banqueros de la mafia anticubana de la CIA de Miami, el operador es Uribe y su huella sanguinolenta está impresa en todos los casos de violencia política que sufre Venezuela: la guarimba, el intento de matar a Leopoldo López, las maquinaciones de Lorent Saleh, el asesinato de Robert Serra, el magnicidio contra Maduro, y el planeado ataque aéreo contra edificaciones gubernamentales venezolanas y Telesur.
Que los opositores venezolanos se vean en ese espejo. No todos los que trabajan en Telesur son chavistas (como no lo son en ministerios e instituciones) ni quienes viven y trabajan en sus alrededores: las bombas y cohetes no preguntan, destrozan, derrumban, queman, mutilan, desgarran, asfixian, matan. Pero eso no les importa a los empresarios de la muerte y a su gerente mayor, Uribe Vélez Y, a la final, tampoco nos importa a nosotros, los venezolanos, colombianos y latinoamericanos que hemos decidido vivir libres y soberanos, amando, produciendo, estudiando, creando, proponiendo, capeando dificultades, protestando y criticando, trabajando en paz nuestras diferencias. En eso que llaman democracia.
Un ataque aéreo contra el edificio de Telesur es como pegarle a una mujer para que ame, criminal e inútil. Porque Telesur "no es un edificio, Telesur es más de ochocientas personas que hacen posible esta señal, que no tiene pausa y que no la va a tener…" (Patricia Villegas). Más que eso, la etiqueta #SomosGenteTeleSur no sólo se refiere a los trabajadores del canal, sino a todos los latinoamericanos, a esta gran humanidad que ha dicho basta y ha echado a andar.