El sueño de Yolanda Chópite se hizo realidad en El Valle

“Esto es más de lo que yo me imaginaba que podía tener en mi vida”

No pierdan la fe”, expresa esta beneficiaria de la Gran Misión Vivienda Venezuela. “Esta es una bonita realidad que vale la pena vivir”.

No pierdan la fe”, expresa esta beneficiaria de la Gran Misión Vivienda Venezuela. “Esta es una bonita realidad que vale la pena vivir”.

Credito: Correo del Orinoco

10 nov. 2014 - El urbanismo Fábrica Nacional de Cemento El Valle, construido en la parroquia homónima por la Gran Misión Vivienda Venezuela, recibió el pasado jueves 23 de octubre a las últimas 84 familias de las 336 que habitarán en las cuatro torres que lo integran.

El complejo habitacional está formado por edificios de 10 pisos más planta baja, un área pública en la azotea, áreas verdes, dos ascensores por torres y 40 locales socioproductivos que serán administrados por la comunidad organizada.

"Todo es una emoción muy grande", comenta Yolanda Chópite, de 48 años de edad. "Yo nunca pensé que me pudiese pasar algo como esto. Vivíamos alquilados porque no teníamos cómo comprarnos una casa y menos un apartamento como este de tres habitaciones, un baño, la sala comedor, una cocina, un lavandero que parece un cuarto y un balcón. Esto es más de lo que yo me imaginaba que podía tener en mi vida".

Cuando se le pregunta sobre las diferencia entre su antigua vida en el barrio la Cruz de Gramoven, y la que comenzó cuando abrió por primera vez la puerta de su nuevo hogar, no lo piensa para asegurar que "todas, bastante".

"Tenemos el metro a dos cuadras y la avenida principal de El Valle pasa frente al urbanismo. No hay comparación", explica Chópite; "podemos llegar a cualquier hora sin el temor de que no podamos conseguir un yip para subir al barrio. Esta es una nueva oportunidad para todos, pero sobre todo para nuestro hijo".

"Todo esto se lo debemos agradecer a mi presidente Chávez y ahora a Maduro; si no fuera por el Comandante no tuviéramos esto. Él hizo todo por nosotros, dio hasta la vida. Me acuerdo que, en diciembre de 2010, el mismo Chávez fue hasta los barrios a hablar con la gente que no quería salir de sus casas. Él se enfermó por nosotros. Creo que si hubiera sido otro, primero se dedica a su enfermedad. Hasta el final estuvo trabajando por su pueblo y preocupado por los pobres".

DE CASALTA PARA EL VALLE

La antigua vivienda de Chópite era alquilada. Corría diciembre de 2010 cuando las incesantes lluvias convirtieron el sector La Cruz, al oeste de Caracas, en una masa de lodo movedizo ante la cual cedían cada unas de las viviendas de la zona.

La casa era de bloque y pertenecía a un compadre de Guarino quien le pidió que se la cuidara para que "no se quedara sola". Tenía cuatro habitaciones, un baños y una cocina comedor. "En ese tiempo no teníamos como comprar un casa, explicó, "y esa fue una oportunidad para mantenernos unidos, porque por ese tiempo ella vivía con su familia y yo con la mía".

Sin embargo, fue poco lo que vivió Chópite de de la tragedia que se desarrollaba, ya que "una subida de tensión" la llevó directamente al Hospital Militar Doctor Carlos Arvelo.

Con apenas tres meses en la vivienda, Chópite, su esposo, Vitorio Guarino (62 años de edad) y el pequeño José Gregorio (de 9 años), serían protagonistas de un acontecimiento que cambiaría sus vidas.

"Yo veía como llovía y como bajaba la tierra. El barrio se estaba cayendo y eso hizo que me enfermara de los nervios y que se me subiera la tensión", comenta Chópite, quien pasó 25 días hospitalizada por lo que no participó en el desalojo obligatorio decretado por Protección Civil.

Chópite señala que toda su vida ha sufrido de la tensión, una dolencia que le costó la perdida de dos embarazos previos a la llegada del hijo que se llama igual que el "santo" a quien le atribuyen el milagro de su nacimiento. "La tensión me los quemaba. Él se salvó porque me lo sacaron a los ocho meses", asegurá.

Dada la imposibilidad de contar con la ayuda de su esposa, Guarino debió asumir en solitario todo el proceso inicial del traslado al refugio ubicado en los antiguos galpones de la Coca-Cola, en Gramoven.

"Yo salí con la ropa nada más", relata Guarino, "En ese momento no pude llevarme más nada. Luego regresé y saqué poco a poco las cosas y las llevaba para la casa de familiares. A las dos semanas se terminó de caer la casa".

EN EL REFUGIO

Chópite lamenta la perdida del resto de sus pertenencias, pero asegura que lo que más la impactó fue el darse cuenta de que, al salir del hospital, ya no tenían una casa donde vivir. "Pensé que me iba a dar un infarto", indica. "Perdimos toda nuestra privacidad, Pero lo que más me preocupaba era la salud del niño".

"Yo no sabía lo que era un refugio", comenta Chópite, para luego agregar: "Cuando estaba en el hospital solo pensaba en que se me había caído la casa y cómo iba a vivir con gente a quien no conocía".

Cuanta que, cuando llegó al albergue, en lo primero en lo que pensó fue en la perdida de la privacidad. El galpón estaba dividido en cubículos

"Me sentía muy triste. En mi casa tenía mis cosas; pocas, pero las tenías. La gente no se imagina lo que es el contraste que hay. No es lo mismo tener una casa donde uno sabe lo que puede hacer y cuando lo puede hacer, a vivir en un lugar sin privacidad. Lloraba mucho. Me costó mucho adaptarme"

No obstante, la familia Guarino Chópite asevera que la convivencia con el reto de los damnificados "siempre fue excelente". El galpón estaba dividido en sectores y estos a su vez en cubículos. Por lo menos 10 familias compartían el área y todas se dividían las responsabilidades del mantenimiento de los espacios y las tareas en la cocina. "Nos compartíamos todos. Si alguien no tenía para comer lo ayudábamos", manifiestan.

DOS INFARTOS

A pesar de que eran constantes la adjudicaciones de viviendas en ese refugio, la naturaleza nerviosa de Chópite la hacía desconfiar de la posibilidad inmediata de que fueran beneficiados con una vivienda digna. "Esa angustia" hizo que la tensión alta, siempre sobre 280, fuera una constante durante toda su permanencia en el albergue.

El primero de los infartos ocurrió a mediados de 2011. Ese día, cuanta Chópite, "se le amontonaron las preocupaciones". A la tensión generada por la novedad del refugio, se sumaron la preocupación por el cuidado de José Gregorio y la falta de empleo de su esposo. "Sentí un dolor fuertísimo en el pecho y me llevaron al hospital. Cuando me tomaron la tensión la tenía en 280 y me dijeron que me había dado un infarto. Eso me angustió más. Duré casi un mes hospitalizada".

El segundo le sobrevino en marzo de este año. En su desesperación, Chópite contaba cada una de la familias que eran beneficiadas con una vivienda y recuerda que no fueron pocas las veces que pensó que viviría hasta el 2021 en el galpón de Gramoven.

EL FINAL DE LA ESPERA

"Yo veía que todo el mundo se iba y pensaba que se habían olvidado de nosotros; gracias a Dios eso no fue así, y resulta que una noche, el miércoles 22 de octubre de 2014, nos llamaron a las 8:00 pm para decirnos que al día siguiente nos entregarían la llave de nuestro apartamento. Por supuesto que desconfiamos porque esta era la cuarta vez que nos decían que nos iban a entregar la casa y nunca sucedía nada".

La resignación fue un complemento importante de las medicinas que diariamente consumía Chópite. "Será cuando Dios quiera", se decía todos los días.

El día que le entregaron el apartamento 4-4-7 "amaneció Roja como un tomate", comenta su esposo. Dice que, junto con las llaves, le entregó una pastilla para tensión.

La experiencia ayudo a esta familia a reforzar su confianza en el proceso revolucionario. Desean transmitirles un mensaje a quienes, como ellos, aún permanecen en los albergues de Caracas. "No pierdan la fe", expresa Chópite; "esta es una bonita realidad que vale la pena vivir".



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