Admiro a los Estados Unidos porque, como dice Eduardo Galeano, “¿cómo va uno a odiar a los Estados Unidos después de leer a Mark Twain?”.
Es demasiado fácil, porque es tonto, odiar a un pueblo. Odiar a los judíos por los horrores del sionismo, a los alemanes por el nazismo, a los gringos por la CIA.
Como el chiste del venezolano que le entró a trompadas a un español porque los antepasados de este mataron a Guaicaipuro. El agredido replicó que de eso hacía siglos y el tonto respondió:
--¡Pero yo me enteré hace diez minutos!
Es lo que están haciendo los sionistas, pero no con alemanes, con quienes no se atreven, sino con palestinos, por el Holocausto. No que sería bueno hacer a los germanos lo que a los palestinos, ni a nadie más, sino que esa crueldad genocida cumple con la misma lógica estúpida del chiste (sí, puede haber lógica estúpida).
Uno lee a Ambrose Bierce y de inmediato salta a la vista la complicidad con esa inteligencia maravillosa, esa ironía contra cuanta estupidez puede el ser humano. Y si a escritores vamos, podríamos llenar enciclopedias que, en efecto, llenas están de estos y miles más. William Faulkner, Ernest Hemingway, Emily Dickinson, Harper Lee no pueden haber salido de la nada sino de una cultura profunda, profusa, riquísima. ¿Cómo no admirar al país que nos brindó a Louis Armstrong, a Paul Robeson, a Carla Bley, a Ella Fitzgerald?
Ah, porque también está la tecnología maravillosa que nos aportan todos los días. La computadora personal y la Internet. Para no hablar del viaje a la Luna o del montón de enfermedades que se curan o ya no dan, por su ciencia. O a Orson Welles o a Andy Warhol. O el ejemplo de Angela Davis, Martin Luther King y los Mártires de Chicago. Y hablando de mártires, está Rachel Corrie, que dio su vida tratando de impedir la demolición de un hogar palestino. Esos son los Estados Unidos que admiro; no McDonald's.
Cuando un tonto, creyendo ser irónico e inteligente, me reclama que uso alguna tecnología gringa, le respondo que ojalá usaran su maestría exclusivamente para la paz. Si la usaran solo personas como las dichas y los neoyorquinos que vinieron con Miranda a luchar y a morir por nuestra Independencia, sería yo más pitiyanqui todavía.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com