Si lo fantástico según Todorov emigrara voluntariamente hacia la disciplina que estudia la psiquis humana, que permite estar adentro y afuera conservando el anonimato, uno podría ser aún más benévolo con las víctimas de la disociación psicótica; fenómeno nada desmesurado que por causa de Chávez, y dotado hasta de gramática y teología a full color, ha desplegado la industria mediática con el fin de fijar la idea de que Chávez es un error de la vida.
Veamos: si usted va a Macuto y ve elevarse, silente y majestuoso, un submarino tricolor hasta dejar la huella de su propulsión marcada en el cielo, es muy probable que esté bajo un triple síndrome, inusitado: Alucinación Psicótica Antichavista Severa (ASAS). Si cree que con la desaparición de Bin Laden, Mr. Obama acaricia la paloma de la Paz en el mundo, no lo dude: padece de ASAS, pero además es un ignorante depravado practicante de la violencia de género como torniquete existencial y un pichirre con sus hijos. Si usted reza para que en la ONU nos apliquen una de terroristas, júrelo: tiene ASAS, una bandera de 7 estrellas, le gusta Rayma, odia a Hugo Blanco tanto como a Carola Chávez.
Se puede leer en la oscuridad, pero no ser tan obtuso para vivir siempre en ella. Un ASAS no ve la realidad suelta, en trocitos de frutas: percibe signos ondulantes en el telón, sombras de la China, tormentas en el mar de fondo.
Escribo esto triste y alegre, porque si a ver vamos, el antichavismo tiene su encanto, discreto y con estilo. Caso de una señora ASAS, bien vestida, brillante de carmín en la sala de espera de una clínica privada: “¿Usted cree que tiene jodida la rodilla? Qué va! Es una estrategia electoral para aplastarnos. Créalo: en cualquier momento salta de ese fulano Balcón del Pueblo y, ahí sí es verdad, quién nos salva. Cuídese, señor, no lea esas cosas!” Yo ojeaba El Barón Rampante de Italo Calvino.
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