Con la frecuencia de los actos electorales y de coyunturas decisivas, observamos las sombras vivientes que en un pasado no tan remoto fueron los más cabeza calientes (primera denominación para la izquierda en el seno o desgajada de AD), los más ñángaras, los más extremistas, los de las últimas palabras, los de mayor formación marxista… los izquierdistas más arrechos en todo, los que miraban por encima del hombro. De sus acciones rebeldes, la más heroica fue la toma durante meses de las facultades de las universidades autónomas (casi todas) para nada, salvo para discutir indefinidamente cambios curriculares, semestralización, departamentalización… vainas que la mayoría de las veces alojaron la intención de diluir otro tipo de lucha universitaria, la que apoyaba a los rebeldes en armas, y que conllevaba las trampas para debilitar las universidades y dar paso a ese esperpento institucional que sufrimos hoy.
Y ver a esos teóricos, magos en empachar de marxismo-leninismo las asignaturas que dictaban, cualquiera fuese su naturaleza, hombro con hombro, idea a idea, con los enemigos extremos de esos tiempos, produce una tristura profunda, una lástima infinita por esos seres, primero desarmados y luego abatidos por la superficialidad de sus vidas, de su praxis, de su pensamiento; por la enormidad de su envidia, de su poquedad, de su oportunismo, de su circunstancia. Casi nunca tras prebendas, porque ya están repartidas; casi nunca por cuidar privilegios, que los tienen instituidos; casi nunca reconocidos, por las dudas que siguen produciendo entre sus compañeros de viaje. Pura y simplemente, claudicaron. Ya no miran de frente, el reojo es el refugio de su vergüenza cuando van por la vida blandiendo los carteles más emblemáticos de la derecha fascista. ¡Paz a sus conciencias!
¿Hay comportamiento histórico peor? Si no peor, semejante: hijos de muertos que jamás transigieron, firmes hasta el final, valientes, que jamás depusieron sus principios ni arriaron banderas; muchos, con el heroísmo que procede de la persecución, la cárcel, la tortura; respetados en la vida y en la muerte, menos por sus descendientes directos que hacen estremecer sus huesos cuando se comportan como hijos de WaltDisney, inconsecuentes, incongruentes al abrazar la causa de quienes persiguieron y martirizaron a sus padres. Quizá el sufrimiento infantil por el abandono achacado a la militancia, pero que en última instancia era provocada por el Estado represor; quizá por el desengaño de sentir que habían perdido sus vidas, como si no hubiese sido su sacrificio piso firme para los avances que vivimos. En todo caso, admira la intensidad de la militancia en las antípodas del pensamiento de sus padres, venganza que no da paz a sus restos. (090413/15:15)
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