Rubén y el tiburón

Sin ser profeta en mi tierra, pero marcado con la experiencia fresca de la “Revolución de los Claveles” de Portugal, supe y dije, en 1980, que en Venezuela venía un levantamiento de la juventud militar, sólo porque escuché el disco “Siembra” un domingo en la mañana en los altoparlantes del Batallón Selvático Mariano Montilla 64 en la Gran Sabana.

Y ahora, en 2014, viene Rubén y nos dice “hoy Venezuela no es una Nación unida: es un país cuya población está polarizada políticamente”. Eso es cierto, pero no de hoy sino, secretamente, desde siempre, y abiertamente desde Chávez: la llaman “lucha de clases” y la niega la clase dominante. También es cierto que somos “una sociedad sumida en contradicciones obvias, con un gobierno electo por un estrecho margen, 1.49%, que no alcanzó el 51% de los votos de alrededor de un 80% de la población votante y con un ausentismo electoral del 20.32%”. Pero el estrecho margen de ese triunfo del chavismo (uno de 18 triunfos en 19 elecciones) no descalifica la legitimidad democrática de su gobierno, como no la descalifica en Estados Unidos, en Chile o Alemania, por ejemplo, donde se gana y se gobierna con márgenes igualmente estrechos y con sistemas electorales menos transparentes.

Además, a los 10 meses de la elección de Maduro, ya atenuadas las circunstancias traumáticas de la partida de Chávez, el chavismo ganó con más del 10% de ventaja (un millón de votos más) en las elecciones municipales. No es cierta, por lo tanto, la afirmación de Rubén sobre el gobierno que está “decidido a imponer un sistema político/económico (que no califico ni descalifico), pero que obviamente no es aceptado por la mayoría de la población”. ¿Obviamente? Ni tanto (a menos que Rubén tenga su propia encuesta a partir de lo que le cuentan y lee fuera de Venezuela) sobre esa “mayoría” imaginaria que no apoya el socialismo, y que en 15 años ha perdido 18 elecciones.

Para Rubén “En una situación como la descrita, parece recomendable realizar una consulta nacional para que el pueblo tome su decisión. Sin ello, lo que se percibe es eso, una imposición”. Rubén parece ignorar dos cosas: 1) que tanto Chávez como Maduro tenían el proyecto político/económico actual expresamente colocado al centro de sus programa electorales, es decir que la consulta que propone Rubén fue hecha, no una sino muchas veces. 2) Si se cree que la mayoría de la población cambió de parecer en estos últimos meses, la Constitución Bolivariana ofrece varios mecanismos de consulta, que deben ser puestos en marcha, eso sí, según las reglas que la misma Constitución establece.

Pero la oposición venezolana no ha propuesto ninguna “consulta nacional” sino la salida tumultuaria, violenta e inconstitucional de forzar una renuncia del Presidente, una variante del golpe de Estado que, curiosamente, se “justifica” con la temeraria afirmación de Rubén: el gobierno “no posee la mayoría representativa que justifique lo que le está haciendo al país”. ¿Qué le está haciendo Maduro al país que Chávez no le “hiciera” antes? La única novedad sería que Maduro puso en práctica medidas legales (anunciadas por Chávez) para detener una nueva guerra económica a todos los niveles, desde la estafa al Estado con divisas hasta el sabotaje, usura, acaparamiento y especulación en la producción y distribución de alimentos y artículos de primera necesidad.

No hay otra cosa, y Rubén puede repetir que estas medidas sólo las apoya “el 50% de población, tomando en cuenta el total de los votos emitidos en las elecciones del 2013” sin que por eso cambie el sentido (dirección y significado), de la revolución que Chávez dejó, reformulado como “Plan de la Patria”, aprobado por la Asamblea Nacional y, hoy, ley de la República. El plan no contempla expropiaciones ni confiscaciones masivas, ni colectivizaciones, ni gulag político o intelectual, todo lo contrario. Evidentemente Rubén no andaba por ahí cuando derrocaron a Salvador Allende, electo con un porcentaje menor al 50%, sometido al mismo ataque económico y derrocado, curiosamente, cuando estaba a punto de efectuar una consulta nacional.

En Venezuela existen, repito, los mecanismos legales para revertir el proyecto bolivariano: sólo se trata de ponerlos en marcha. La oposición, vencida por apenas 1,49% de diferencia en abril 2013, pudo haber utilizado su gran capital político para activar esos mecanismos, pero prefirió tomar el atajo de declarar “ilegítimo” a Maduro y en ese atajos se extravió y se dejó más del 10% de sus votos.

Rubén cita, apropiadamente para ilustrar su punto, la firma por los bolcheviques del tratado de Brest-Litovsk en 1918, luego de dura polémica interna en el naciente gobierno soviético. En los comienzos de la revolución, a finales de 1917, los bolcheviques propusieron firmar la paz por separado con Alemania, abandonando a sus aliados, para sacar a Rusia de la estúpida matanza de la Primera Guerra Mundial. Los partidos burgueses dijeron que eso requería una “consulta popular”, pero antes que se organizara la consulta, los soldados se amotinaron, abandonaron el frente y se marcharon a sus casas: “votaron con los pies” diría Lenin. Los alemanes, que necesitaban el trigo de Ucrania, exigieron al gobierno soviético que entregara esa región a un gobierno títere separatista y pro alemán. Lenin sostuvo que era necesario aceptar, con repugnancia, esas exigencias “como cuando un bandido armado nos exige el dinero”, Bujarin era partidario de ir a la guerra, y Trotsky ni de una cosa ni la otra sino todo lo contrario: negociar para ganar tiempo. Fue una mujer, Alexandra Kollontai, socialista y feminista rusa, quien se enfrentó a los generalotes en la mesa de negociaciones en Brest Litovsk. A principios del 1918 los alemanes se cansaron de la guachafita, invadieron y se lo comunicaron a los desolados delegados soviéticos. Aparentemente Lenin tenía razón en el toma y dame: “Toma el Táchira (perdón, Ucrania) y déjame tranquilo”. Pero el cuento no acabó ahí: las guerrillas anarquistas de Machkno (“La Makhnovtchina” www.youtube.com/watch?v=E75KdVBcfoc) atacaron a los alemanes y expulsaron al gobierno títere. A fin de ese año los alemanes perdieron la guerra mundial y se rindieron a los aliados, sin haber tenido tiempo o tranquilidad para aprovecharse de Ucrania.

Claro que Rubén no pretende comparar a la oposición venezolana con los generalotes alemanes, sino transmitir a Maduro esta moraleja: firmar la paz “no constituía necesariamente un compromiso con los imperialistas, sino que obedecía a una necesidad política determinada por las condiciones objetivas del momento”. Es lo que (“mejorando lo presente” dirían los españoles) recomienda el impresentable Heinz Dieterich: hacer concesiones a la oposición para que cese la violencia: lo que en Chichiriviche o Chiriquí se llama “ceder ante el chantaje”.

Otro gallo cantaría, y se podría pensar un acuerdo político, si la oposición no expresara, desde 2002, su vehemente e inconmovible propósito de acabar con el proceso bolivariano, revertir todas las conquistas sociales y privatizar a Venezuela: justamente como lo hicieron en abril de 2002: un golpe y la liquidación por decreto de toda legalidad, libertad y derecho… (¿Dónde estaba Rubén Blades en esos días?). Gato escaldado tiene, tenemos, el derecho y la obligación de no aceptar la imposición de lo que Rubén llama “una condición objetiva inobjetable”. Condición objetiva inobjetable es la cadena que sujeta al esclavo y son los perros del amo…

Luego, con una prudencia que un gato escaldado le envidiaría, Rubén nos presenta esta perla, pirámide de Keops del eufemismo: “No deja de tener credibilidad la afirmación de que, bajo gobiernos de lo que se denomina izquierda, se crean más oportunidades para el sector popular”. ¿Cómo? ¿”No deja de tener credibilidad…”? Rubén vive en Latinoamérica donde el gobierno bolivariano de Venezuela, el de Cuba, de Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Kirchner… no son “afirmaciones” con mayor o menor “credibilidad”, sino realidades tan reales como la vida diaria de millones de seres humanos de carne y hueso, sueños y dolores, amores y errores… los imperfectos y maravillosos hermanos latinoamericanos de Rubén. Con esos hermanos y hermanas uno echa su suerte, mientras maldice “la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse”. Con ese eufemismo, quien deja de tener credibilidad es Rubén Blades; pero no se queda ahí y añade: “Por regla general, los gobiernos que se dicen de derecha se preocupan más por sus intereses particulares que por los del pueblo al que alegadamente (sic) representan”. Ahora si ‘the shit hits the fan’ y le cayó comején al piano: ¿Acaso esa su delicada manera de definir a la derecha no se aplica a todos los partidos y grupos que conforman la oposición venezolana? Derecha que ya estuvo (con nombres y apellidos) en el poder 48 horas después de dar un golpe en 2002. Según Rubén por “una condición objetiva inobjetable” un gobierno de izquierda debe ceder espacios a quienes declaran su voluntad de derrocarlo fuera de todo trámite democrático constitucional. En el supuesto negado que Maduro hiciera concesiones políticas a la derecha,, perdería la confianza del pueblo, de quienes votamos por él, y no pondría mantenerse en el poder. ¿No será eso lo que buscan?

Rubén habla de subsidios que hacen a las personas “dependientes de otros”, y como no creo que se refiera a sus amigos Abreu y Dudamel, diciendo que han cedido derechos y dignidad a cambio del multimillonario apoyo del gobierno chavista, debo concluir Rubén se refiere al innombrable, al portador “los peores instintos que todos tenemos”, el pueblo: triste repetir de la conseja derechista según la cual la lealtad del pueblo chavista está comprada con ayudas, lo que no explica por qué en abril 2002 el pueblo rescató a Chávez, cuando todavía no existían “misiones sociales”; tampoco explica cómo personas a quien se ha entregado una vivienda completamente equipada (porque en Venezuela la vivienda es un derecho inalienable) votan contra la revolución y nadie les dice nada porque están en su derecho de votar por quien les dé la gana.

Rubén nos confiesa que ha “recibido también ofrecimientos de trabajo importantes para ir a Venezuela este año, y de igual manera las (sic) he rechazado porque no me parece correcto hacerlo en las actuales circunstancias que vive el país”. Es su derecho, y no voy a ejercer el mío de decir a cuáles países, y en cuales circunstancias, él ha ido, porque las comparaciones son odiosas y no se trata de avergonzarlo. Sólo le diré que es una lástima que no venga a donde normalmente lo hubieran escuchado chavistas y opositores juntos, como pueden y suelen hacerlo, cuando no estamos en medio de una muchas campañas de odio lanzadas por la derecha y apoyada por sus medios nacionales e internacionales. Si Rubén no viene, él se lo pierde, como descubrirá un mismo día con muchas otras cosas.

Sólo los capitalistas y los burócratas censuran, y desde Isadora Duncan hasta Salman Rushdie sabemos que a los artistas y a los pájaros no se les puede andar pidiendo pasaporte ideológico, porque su elemento es el aire de la libertad. Malditos sean, eso sí, quienes, como Pedro León Zapata, no son libres porque vendieron su alma por “una condición objetiva inobjetable”: allá ellos y que con su pan se la coman. Nadie, nadie, le pidió nunca a Rubén que apoyara la revolución bolivariana. Fue Rubén quien salió a opinar, de espontáneo o por pedido, sobre nuestros problemas, con una preocupación basada en lo que le dicen y en lo que lee, y no en una vivencia personal. Es triste, si, pero no tanto, que el Rubén escupa en la olla cuando toda una generación ya se sirvió, y anda buscando América en hechos y no en estrofas.

Es triste, pero no tanto, porque no es la primera vez: durante la Guerra Fría la CIA montó el famoso “Congreso para la Libertad Cultural” que apoyó y becó a miles de intelectuales que, en mayoría, no sabían que trabajaban para la Agencia. Hoy, gracias a la insoportable levedad del espectáculo, no hacen falta intelectuales: con artistas basta. La ola de pronunciamientos, entre los cuales el de Rubén se confunde, ya tuvo su precedente en un show “Por la Paz” montado por Uribe y sus paracos, y la CIA, en la frontera colombo-venezolana. Los jugadores de baseball venezolanos en Estados Unidos han sido llamados y amenazados para que se pronuncien contra Venezuela

Y para terminar, el título: “Rubén y el tiburón”, inspirado en los entrañables Juan José Arévalo y Raúl Osegueda, de mi infancia en los días de la invasión de la CIA a Guatemala y, por supuesto, en la canción. Porque resulta, Rubén lo sabe desde 1964, que todos, absolutamente todos los problemas y conflictos de Nuestra América están atravesados por el tajo de la injerencia gringa, tajo tan profundo como el Canal que le cruza la cara a Panamá. Que me perdone Rubén, pero quien habla de problemas entre latinoamericanos sin referirse expresamente a la mano gringa, ese tiene en la boca un cadáver; como quien critica y aconseja estilos de natación al que se enfrenta a un tiburón. Rubén está muy viejo para no ver la aleta, o solo la aleta ver.

Cuántos artistas queridos han atacado la revolución bolivariana para luego, como los españoles descubrir, en medio de la catástrofe, que Chávez tenía razón.

El Congreso de los Estados Unidos acaba de aprobar una primera partida de 5 millones de dólares para financiar la oposición venezolana en 2014, parte de los centenares de millones de billetes lanzados contra nuestro país en los últimos 15 años. Rubén tiene que saber que parte de ese dinero está empleada en escribir y publicar lo que él y sus amigos leen, escuchan y ven en los medios: calumnias y falsedades sobre “censura y represión en Venezuela”, tan bien definidas por Galeano. Si esto a Rubén nada le dice, no tiene nada que decirnos. Esas son sus ‘decisiones’: el tiburón está en la orilla y detrás de la puerta, el bate. Y nuestras decisiones: que ellos se queden con el cantor, las canciones ya son nuestras: no importa la fuente mientras el agua corra.


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Eduardo Rothe


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