Pesadilla de un guarimbero

¡Aaaaaaaaaaaaaaayyyy…! El grito fue desgarrador y recorrió la lujosa urbanización en cuestiones de segundo y por eso las personas, se despertaron sobresaltada y se levantaron para investigar el porqué de aquel alarido, en aquella madrugada que había sido tranquila, hasta que se había producido aquel aullido, que parecía que provenía de la garganta del mismo diablo, como si éste anduviera suelto por las calles de la urbanización.

Muchas personas que salieron a la calle, se unieron en grupo para descubrir de dónde vino aquel chillido y qué lo había provocado, porque en realidad aquello era digno de toda una película de terror, para asustar a los cinevidentes y muchos al unísono se preguntaban, pero ¿qué pasaría?

Con esa interrogante, recorrían las vías de la urbanización para descifrar aquel misterioso y terrorífico grito, pero no lograban descubrir de dónde salió y quién lo profirió, hasta que Mamerto Machado se presentó apresurado ante el grupo y dijo: “El aullido vino de la casa de Cantalicio Ledezma”. Y fue ahí que todos se dirigieron a la referida vivienda y los que pudieron entrar, vieron a la esposa del Sr. Ledezma, abrazando a su hijo y calmándolo, quien se notaba aún aterrorizado y que trataba de explicar el hecho, pero que un nudo en la garganta se lo impedía, y sólo se escuchaba la voz de la Sra. Ledezma: “Tranquilo hijo, cálmate, que no ha pasado nada”.

Y estando en eso, se apareció Ricky López, amigo de Henrique Ledezma, y preguntó: ¿hermano que te pasó? Y cuando el hijo de Sr. Ledezma, levantó la cara y vio su amigo, empezó hablar: “Hermano mío, fue terrible, después de venirme de tu casa, luego de tomarnos los tragos, llegué a la casa, pasé a mi cuarto, me acosté y me dormí pensando en lo que habíamos hablado. Pero ya dormido, empecé a soñar que pasaba por donde estaban haciendo una guarimba, donde estaba cerrada la vía con mucho candela, pues había cauchos y otras cosas que nosotros usábamos en esos bochinches, y cuando me acerqué ahí; me agarraron, al igual que uno hacía con los perros, y me lanzaron en aquel candelero y allí al sentir que el fuego me achicharraba y me producía un intenso dolor en el cuerpo, pegué un grito y me desperté, y al verme vivo, me dije menos mal, que no fue verdad; me arrepentí y le pedí perdón a Dios”.



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Emigdio Malaver

Margariteño. Economista y Comunicación Social. Ha colaborado con diferentes publicaciones venezolanas.

 emalaverg@gmail.com      @Malavermillo

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