Capriles, el fariseo

A raíz de las derrotas sufridas en los tres últimos procesos electorales, los venezolanos hemos observado cómo Henrique Capriles, uno de los dirigentes más vacilantes y oportunistas de la oposición, ha hecho importantes transformaciones en su discurso y en su práctica política nacional y estadal. ¿Cuáles han sido estos cambios? ¿De qué forma se ha modificado su manera de hacer política? ¿Qué objetivos persigue con esto?

El discurso

Durante la campaña electoral que culminaría con la aplastante derrota el 7 de octubre del 2012, Capriles comienza a apropiarse subrepticiamente de las más diversas ideas desarrolladas por el comandante Chávez a lo largo de su mandato. Con el objetivo evidente de captar a quienes en círculos privados llama “chavistas blandos”, da inicio a un juego de sentidos múltiples, buscando encubrir de forma sistemática su intención, en caso de resultar electo, de revertir las conquistas revolucionarias, restaurar el capitalismo y reimpulsar el neoliberalismo en nuestra patria. Así, por ejemplo:

·        En un intento por hacer difuso el elemento ideológico del proceso revolucionario y encubrir la naturaleza facistoide de su programa político real, aparenta revindicar a un pueblo “de más de catorce años de exclusión  política y social” y alega no ser de derecha sino “del progreso”; no ser un partidario del capitalismo, sino del “progresismo”.

·        Asegura “no tener problemas con el pueblo chavista”, en un franco alarde de político propenso a la inclusión social. “En este proyecto todos son bienvenidos”; “vengan con sus camisas rojas y sus gorras de Chávez”; “no deja de ser chavista quien se suma a nuestra propuesta de cambio”, son algunas de las frases que desde entonces le escuchamos una y otra vez en sus incansables discursos de franca orientación populista.

·        Asume posiciones aparentemente positivas respecto a algunas políticas implementadas por el Gobierno Nacional, como las misiones, que ya no descarta sino, según declara, se propone perfeccionar. “Voy a mejorar las misiones” fue uno de los eslóganes más socorridos por quien, apenas unos meses atrás, las sometía a una crítica rabiosa.

·        Reconoce de palabra algunos resultados del trabajo de Chávez sin halagarlo y dejando claro que en su momento él lo adversó. Asimismo, de manera indirecta, admite el avance del país en algunas materias, aunque al hacerlo, suela precisar que, “en época de Chávez, Venezuela andaba mal pero funcionaba”.

·        No cesa de contraponer al presidente Maduro con el Comandante Chávez. La crisis actual, por ejemplo, “se inició con Maduro”, si bien “en tiempos del mismo Chávez vivíamos escasez e inflación en algunos momentos”. En cualquier caso, “Maduro no es Chávez”, “no le llega al tobillo a Chávez”, se ha desviado del chavismo. “Una cosa era Venezuela con Chávez y otra diferente es con Maduro”. Maduro, en fin, “está destruyendo el trabajo de Chávez”. “Ya no hay chavismo: lo que hay es madurismo”.

·        Incorpora a su lenguaje expresiones y términos utilizados por el Comandante Chávez, e idea otros semejantes, propios de la Revolución. Es el caso de “asamblea popular”, “todos somos pueblo”, “Venezuela somos todos”, “es necesario que el pueblo se  organice” “no deja de ser revolucionario quien hace la crítica para cambiar lo que está mal”, “yo soy del pueblo”.

·        Adopta una apariencia que aúna la imagen de hombre de pueblo con la de joven atlético, barbudo, con vestimenta sencilla, uso de colores patrios y coqueteo con los emblemas de la selección vinotinto.

·        Incorpora expresiones y frases del lenguaje coloquial que encubren su clase social: “mi vieja”, “mis hijos”, “muchacha” “mi pueblo”, “llegó el Flaco”.

¿Que persigue con todo esto el dirigente de Primero Justicia?

A nuestro juicio, no se trata sencillamente de ganar votos, aunque por supuesto, este propósito ocupa siempre un lugar destacado en toda estrategia de la derecha oligárquica. Se trata, por encima de cualquier otra consideración, de debilitar el apoyo social de la Revolución socavando la unidad y la cohesión dentro de las filas chavistas. Como ha reconocido Capriles en más de una ocasión, “al gobierno no se le puede tumbar solo con clase media”, “hay que incorporar al pueblo”. Sin embargo, continúa, “el pueblo no va a bajar, hay que subir por él, hay que ir a buscarlo a los cerros”. Más claro no canta un gallo: la idea “originalísima” (de tan original, delirante) es utilizar al pueblo chavista para derrocar la Revolución de Chávez.

¡Qué manera de subvalorar a nuestro pueblo! ¿Pensará el señor Capriles que con esta estrategia camaleónica hará creer al pueblo que es uno más entre ellos, que sufre sus penas y se alegra con sus dichas, que se desvela por su futuro? ¿Imaginará que este pueblo ha olvidado su llamado a “descargar la arrechera” luego de la derrota en las elecciones de abril del 2013, con un saldo de 14 ciudadanos muertos? ¿Creerá que en la memoria popular se han apagado sus palabras burlescas, a raíz de la muerte del Comandante Eterno: “Chávez ya se murió y nadie se los va a devolver”?

En recientes declaraciones, Capriles ha manifestado no haber estado nunca de acuerdo con “la salida”, alegando que esta “fue un fracaso porque no se acercó a las masas”. ¿Por qué no lo dijo abiertamente entonces? ¿Por qué participó “discretamente” en varias de las marchas convocadas por Leopoldo López y María Corina Machado, cuidándose, sin embargo, de pronunciar discursos y robarse las cámaras como siempre procura hacer? ¿Por qué tantas vacilaciones en aquel entonces y tanta firmeza ahora? ¿Será que cambió de parecer? ¿O será más bien que está haciendo leña del árbol caído, bien caído, definitivamente caído? ¿Qué fuego se propone encender con esa leña?

La práctica política

En los últimos meses, hemos asistido a un espectáculo antinatural: el señorito Capriles anda asomándose por los cerros y los barrios humildes de Miranda, pronunciando discursos melosos contra el Gobierno nacional y el presidente Maduro, quejándose de que no le ponen el situado constitucional y le niegan los recursos del Estado; eludiendo la solución de los problemas de fondo del pueblo mirandino, repartiendo, en cambio, bolsas de comida, tanques de agua, certificados para la adquisición de materiales de construcción y otras limosnas que no se sabe de dónde salen. ¿Acaso está sacando dinero de sus propias arcas? Como quiera que sea, presumimos que, luego de tanto esfuerzo, nuestro héroe se bañe tres veces con agua tibia aromatizada para quitarse el olor a pobre.

Estas andanzas son el preludio de una “cruzada nacional” que se ha propuesto iniciar en los próximos días con miras anticipadas a las próximas elecciones; de forma análoga a lo que hiciera en los meses previos a las elecciones del pasado 8 de diciembre.

Al emprender esta nueva aventura y abandonar a su suerte, una vez más, al pueblo de Miranda, el cruzado Capriles no solo procura comprar la conciencia del pueblo chavista, sino también busca recuperar el gran espacio perdido en la aceptación de las bases opositoras, que hoy más que nunca desconfían de él, no le quieren, se sienten burladas y utilizadas. Una persona ingenua preguntaría por qué no se concentra en gobernar su Estado y resolver sus problemas estructurales; o bien por qué nunca critica la gestión de los alcaldes opositores de la entidad mirandina, el de Sucre, por ejemplo, donde la inseguridad no para de crecer y la basura hace olas.

¿Diría algún malintencionado que el objetivo del gobernador es pescar en río revuelto, sumar descontentos, confundir, dividir, manipular al pueblo, desorganizar el poder popular, asegurarse el mando de la MUD, cerrar el paso a quienes intenten arrebatarle el cetro opositor y, sobre todo, recuperar la simpatía de sus amos del Norte?

¿Alguien en su sano juicio lo acusaría de ser un fariseo?

Politólogo



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