No me gusta el dios de Laureano

Luego del discurso del Presidente el pasado 21 de enero leí con detenimiento la transcripción del mismo, y algunos de los artículos que se publicaron al respecto, algunos aprobatorios y otros no tanto. Confieso que el estudio aplicado de las variables económicas que influyen en nuestro día a día me resulta pesado. No tengo formación, ni corazón, para ello y si me preocupo por intentarlo es porque el comandante Chávez nos lo recomendó en múltiples oportunidades. Mientras trataba de formarme una opinión recibí un mensaje de una joven amiga, estudiante universitaria de oposición, quien me recomendó la lectura de un artículo de Laureano Márquez titulado “Carta de Dios a Maduro”. Soy poco aficionado a las obras de este caballero, ya sean actorales (entiendo que es su oficio) o escritas. La verdad creo no haber leído antes algo de él. Tengo la idea de que forma parte de ese grupo de distintas personalidades de la farándula nacional que de alguna forma devinieron en “burlones maliciosos” que usan el humor, malo o bueno, como arma al mejor estilo de Bill Maher, el conocido presentador de televisión norteamericano (quien por cierto dijo una vez que, si Dios llegara a hablarle, ingresaría a un hospital psiquiátrico). De cualquier forma siento gran estima por esta joven, y valoro su joven mente en formación, así que finalmente leí el artículo de Márquez.

Lo primero que llama mi atención es el tono, y especialmente el lenguaje del dios de Laureano, sarcástico y vengativo. Imagino que la intención era hacerle divertido, asignándosele entonces la personalidad de un padre que reprende cáusticamente a un hijo díscolo. Empieza por tanto por la más elemental de las lecciones: Dios está en todas partes. Se lo dice así, como si el hijo al cual habla fuese de corto entendimiento. Luego despectivamente habla de haberse “calado” todo el discurso, cumpliendo con un deber que a todas luces le parece odioso. Y luego le acusa (la frase “te oí decir” es aquí subliminalmente reveladora) de haber dicho “Dios proveerá”, expresión que efectivamente fue usada por el presidente, y que ha traído una gran cantidad de opiniones y análisis que aquí no detallaré. Seguidamente el dios de Laureano aclara con un terminante y roñoso “Ya yo proveí” que él (dios, no Laureano) ya hizo su parte, y como para que no digan que es mentira, enumera en estricto orden: ubicación geográfica privilegiada, montañas elevadas y con nieve perpetuas para que los maracuchos tengan oportunidad de lucir “gorritos tejidos” (definitivamente despectivo el dios este), fertilidad de las tierras, grandes ríos navegables y de importancia hidroeléctrica, potencial turístico y una exuberante cornucopia minera (por cierto, dios de Laureano, no existen minas de aluminio, sino que este se extrae de la alúmina y esta de la bauxita, que sí se extrae del subsuelo). Por último, y como para que no le llamen materialista, se agrega una lista de hombres notables e ilustres, venezolanos todos.

Lo que el dios de Laureano maliciosamente olvida mencionar es que, junto con esta lista de bondades, nuestra Venezuela, y la Abya Ayala toda, fue distinguida con algunas otras circunstancias, que a manera de cruel broma transforman sus obsequios en las trampas que Lucifer puso al desprevenido protagonista de “Bedazzled”, película que aquí conocimos como “Al diablo con el Diablo”, y cuya premisa era que a cada gracia concedida se agregaba una trampa. Olvida por tanto que nuestros padres originarios fueron invadidos por los imperios europeos, peligrosos por su ambición e impiedad. Y que, una vez medidos con estándares civilizatorios ajenos, fueron acusados de falsedades, masacrados hasta el genocidio, y borradas su cultura y su historia, en el único afán de apropiarse de sus riquezas. (Aclaro que no tengo nada contra los europeos, sino contra la costumbre de los imperios de apropiarse de lo ajeno por la fuerza).

Relega además el hecho de que luego del exterminio hubo guerras desiguales por casi trescientos años entre los sobrevivientes, defensores de sus tierras, y los invasores. Que luego de un breve y relativo período de paz (relativo por lo colonial) hubo otra guerra, un poco más corta pero no menos cruenta, de la que por cierto surgió la espléndida iluminación del genio Simón Bolívar. También omite este dios despectivo, que el Libertador no había terminado de morirse cuando ya los demonios de la ambición inoculada por el imperialismo se adueñó de los sobrevivientes, terminando con la repartición de la Gran Colombia en cientos de feudos de oligarcas agrarios, apoyados por la burguesía comercial que había medrado a costillas de la república incipiente, todo lo cual motivó al cabo una nueva guerra, esta vez federal, que acabó con doscientas mil almas de un país de menos de dos millones, y que devastó la mayoría de esas tierras que el dios de Laureano nos “obsequió” generosamente. Cuando surgió el petróleo, al cual ya los indígenas miraban con justificada desconfianza, apareció otro imperio, más joven pero no menos codicioso que los europeos, y empezó a entrometerse con afán cada vez mayor, sembrando para ello la ignorancia, la codicia y la desunión entre nosotros. Esto ocurre hasta nuestros días, siendo el motivo real de los sabotajes, la guarimba y el bachaqueo interno y externo.

Todo esto omite mencionar el dios de Laureano, quien con esto recuerda (el dios, no Laureano) a aquel hollywoodense Lucifer, seductor y tramposo, interpretado por la talentosa Elizabeth Hurley. Esto no quiere decir que yo niegue la presencia de la divinidad en nuestras circunstancias humanas, sino el que este dios hipócrita, mordaz y vejatorio sea DIOS, solo porque así lo declare firmando como tal al pie de una carta.


P.D: Es cierto que Uslar Pietri postuló que hay que sembrar el petróleo, asomando luego algunas ideas válidas y perfectamente ejecutables. Muchas de ellas están ejecutadas ya, por cierto, como transformar los ingresos petroleros en créditos agrícolas, represas para riegos, vialidad, etc. A pesar de lo cual la nuestra no se ha convertido en la “economía progresiva” que soñaba el desaparecido escritor. Será que el malicioso dios de Laureano tampoco esta vez explicó lo de las trampas que, por su divina voluntad, pone el imperialismo.


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