Manuel Rosales nació el 12 de diciembre de 1952 en la ciudad de Mérida, pero sus padres son zulianos. Lo suyo no era para nada el estudio sino conducir carros. A los quince años de edad manejó un jeep viejo, descapotado que le prestó un tío, y dándole un golpazo al volante, dijo: “Carajo, esto es lo mío”. Todavía adolescente se hizo chofer de un italiano dueño de un cine en Santa Bárbara, manejó un camión volteo. Llegó a decir, parafraseando lo que dijo un ministro de la iglesia evangélica en la que pasó un tiempo: “felices los que manejan un volteo por de ello será el reino de las carreteras” Iba bien, Rosales, pero su aspiración mayor, insistimos, era ser chofer de algún dirigente pesado de algún partido poderoso. Cada vez que le hablaban de estudios se enervaba, él no había nacido para esa vaina: para estar metido en un salón, para escuchar “sermones”, para andar haciendo tareas y “redactando mollejuos cuentos que a fin de cuentas a nadie le importa”. Él quería ir a lo suyo. Lo suyo quizá fuera la mecánica, montar un tallercito, un puesto de autoperiquitos, un chiringuito en la playa, una venta de repuestos de carros fiat, los que más admiraba. Es totalmente falso que llegara a realizar estudios hasta tercer año de derecho en la ULA, y él mismo lo refuta entre sus íntimos. Y que después se interesara por estudios, a distancia en Administración (Cómo es posible que se diga que Rosales en fundador de la Universidad del Sur del Lago, cuando lo único que en toda su vida ha fundado son bares, tascas, ventorrillos y discotecas). Se le escuchó en una ocasión con todo el desenfado del mundo: “¡Qué molleja primo, si yo una vez cursé tres materias y me rasparon cinco!”
De modo, que a un vivalapepa como él no le quedaba otra cosa que hacerse adeco, como lo era casi todo el mundo en su familia. Rosales vivió la época más penosa y depauperada moralmente del adequismo, cuando este partido fue secuestrado por los mayores empresarios vagabundos, como aquel ganadero zuliano al que él le limpiaba las botas, llamado Beto Finol. Fue aquella época de los dólares preferenciales de RECADI, la mayor botadera de plata que país alguno haya conocido. Ya Manuel era todo un elegante caballero, de treinta años, metido hasta el cuello en la mayor explosión de negocios sucios que los adecos procrearon en el Zulia. Con razón este Estado se convertiría en la mayor tranca a vencer para el movimiento bolivariano. En aquel ambiente de ladrones y mafiosos, de sicarios y contrabandistas, el vocabulario de Manuel se hizo horriblemente obsceno y práctico. Todo lo que le pasaba por la cabeza tenía que ver con negocios, “cuánto hay para eso”, “paso y gano”, hasta llegar a su a su actual grito de guerra: “gano y cobro”. Fue una época en la que aprendió de maravillas el asunto de los juegos de naipes, truco, bolas criollas y dominó. En privado, de diez palabras ocho resultaban innombrables, propias de un portero de burdel, y eso lo sabe todo el mundo que trabaja y ha trabajado con él. Así que Manuel nació en medio de la típica viveza del que sobrevive del sablazo y con ella, en un país tan maleado y envilecido por la política de partido, se les despertaron todas las dotes para convertirse en un admirable malandrín y guasón. Suele él decir con orgullo que a todo el mundo se lo mete en “el culo supervisor de su bolsillo, donde va la billetera”. De haber sido, pues, chofer de una banda de adecos encopetados, por su “gracia y desenfado”, fue escogido para emprender empresas mayores hasta que llegó a gobernador del Zulia. Increíble. A Lasalle le habría venido un personaje como Rosales de perlas para armar otro libro como el Marqués de Santillana. Este señor llegó a ser en estos escabrosos menesteres de codazos y zancadillas adecas, Secretario de Organización del Comité Local Leonardo Ruiz Pineda, Secretario General de la Juventud de AD en el municipio Colón, Secretario General de AD en ese mismo municipio y destacado miembro de la Dirección Juvenil de AD en el Estado Zulia. De aquí pasó a coleccionar premios, bendiciones y condecoraciones a granel.
Por supuesto que Rosales cree, por ejemplo, que Berruecos queda cerca de Cumaná, que Bolívar realizó “la mayor odisea precolombina de todos los tiempos”, que Páez fue el centauro mayor de la batalla de Ayacucho, que Chávez está “flaquito en las encuestas” y que gracias a Francisco de Paula Santander es el proto-dueño del Grupo Santander que compró el Banco de Venezuela. El desconocimiento que este señor tiene del mundo es horrible, pero se lo merece la exquisita intelectualidad venezolana, la élite de la sesuda oposición representada por Manuel Caballero, Elías Pino Iturrieta, Teodoro Petkoff, Roberto Giusti, etc. Cuando realmente veremos la altura moral de los profundos conocimientos de Manuel es cuando dé su primera rueda de prensa a los medios internacionales, que de paso su equipo de campaña está evitando por todos los medios. Eso será para coger palco. Hemos de decir igualmente que se le ha hecho un maquillaje tan estrujante a su rostro, se le ha exigido que al hablar abra un poco la boca y siempre muestre la dentadura, que dé la impresión de sentirse siempre fresco, que actúe con “supina moderación ante los embates de las preguntas”, que mire sutilmente en redondo como dando la sensación de abarcar con su mente celestial al colectivo que le aclama: “Pesos y medida”, es la consigna de la empresa norteamericana que le está asesorando en todos sus gestos, en todas sus expresiones y movimientos.
Lo más maravilloso de Manuel Rosales, con todo el digno atrevimiento de su incultura ha sido la propuesta que sobre educación escupió sin contemplaciones a todos sus medios de comunicación el 2 de octubre. Con toda la catadura de su esperpéntica audacia espetó: “En cuanto a las universidades, planteo un fortalecimiento de la autonomía, con su debido presupuesto con el respaldo del gobierno. A través de un plan que se llamara “Arturo Uslar Pietro”, se entregarán becas para “LOGRAR LA INSERCIÓN DE BACHILLERES A LAS UNIVERSIDADES PRIVADAS, y así vamos a llenar ese vacío que se produce entre los jóvenes que salen del bachillerato y se quedan sin espacio para estudiar”. Si en la actualidad, él mismo lo dijo, la Gobernación del Zulia le está financiando a las universidades privadas con el pago de la matrícula a 45 mil estudiantes (con pago además de una beca), no es acaso eso una privatización indirecta de la educación superior. Tremendo negocio. ¿Acaso con ese dinero no se podrían crear institutos tecnológicos o nuevas universidades? ¿No se podría reciamente fortalecer a la Misión Sucre o a la propia Universidad Bolivariana?